Adiós, 2022; bienvenido, 2023
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario
Los tiempos actuales continúan siendo aciagos, duros, inciertos, virulentos. La incertidumbre nos rodea. Este 2022, cronológicamente se va, pero quedarán muchas formas de su herencia funesta, y deja, cual reguero, muchas heridas, dolores, frustraciones. Pero a la vez, nos ofrece una posibilidad, una cadena de aprendizajes necesarios que hay que asumir con urgencia y responsabilidad. Esa transformación desde la pena y la tristeza hacia algo de luz. La humanidad se ha caracterizado por ese potente modo de resiliencia y fortaleza colectiva. En medio del colapso generalizado ha surgido resistencia, valor, nobleza.
En ese balance anual que suele suceder al final del ciclo de traslación terrestre, podemos reconocer nuestras fallas, de esos errores de la que estamos también hechos, de esas acciones que tal vez pudimos ejecutarlas de otra manera. Es un ritual obligatorio, cíclico, imprescindible, repensar lo que hicimos y comprender, con ello, nuestras posibilidades venideras. Tenemos que estar en un territorio de aprendizaje continuo, que lo que hemos avanzado lo merecemos. Felicitémonos por ello siempre. Seamos gentiles con nuestros logros e hidalgos con nuestros deslices.
Y no olvidemos jamás a aquellos que ya no están, que se han ido. Tenerlos presente es la perduración del amor. Pronunciemos sus nombres como una plegaria de cariño y devoción interminable. Su heredad en nuestras vidas, esa querencia insuflada en nuestro ser, nos concede la satisfacción del vínculo compartido, de la coincidencia afectiva.
Agradezcamos con la humildad de quien acepta que sus victorias son porque hay personas que nos han apoyado. Por ello, correspondamos con gratitud, con amoroso reconocimiento a esos seres que han luchado a nuestro lado, que han estado cuando flaqueábamos, cuando no veíamos con claridad el futuro, que, ante la inminencia del abismo, nos retuvieron para darnos fortaleza y ternura. Es momento de brindarles nuestra ofrenda personal, única, retribuyendo con cariño tanta estima incondicional. Mucho de lo que somos se debe a esa red de individuos que, en algún punto en nuestra trayectoria, nos han enseñado e impulsado a seguir en el camino.
Volvamos a creer en nosotros, en lo que podemos ser, en la radiante promesa de una comunidad que dialoga, comparte, que es solidaria, fraterna, justa. Que el 2023, en esa renovación de fe que hacemos anualmente como rito, sea aceptado como la increíble oportunidad que es. Por eso, en la próxima revisión de lo que hicimos, en nuestra bitácora de vida, consideremos el inmenso poder del amor que impulsa nuestros actos y la responsabilidad moral que la acompaña. Recordemos que es indispensable mantener constantemente la vigilia por la justicia, la equidad, la consistencia ética y la entereza cívica. Nuestro país realmente nos necesita con toda la ecuanimidad, lealtad y rectitud de la que somos capaces.