Tapar el sol con un dedo
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
El día sábado la población salió a las calles. En diversos lugares del Perú nos fundimos en una única voluntad que podría tener diversas expresiones verbales: vacancia ya, fuera Castillo y muchas otras maneras de decir lo mismo. El país no resiste más la incapacidad, la corrupción, el latrocinio, la inseguridad, la mentira. Necesitamos encontrar un camino que una y no que polarice, una voz que congregue y no que enfrente.
Estamos en una situación sumamente complicada pues todos tendremos que ceder en favor de la gobernabilidad. Esto no significa entrar en componendas con quienes, escudándose en su condición de “provinciano” creen que tienen patente de corso para actuar y destruir. Pero la oposición, aquella que quiere lograr que el país enrumbe hacia el progreso, las mejoras, el crecimiento, la igualdad de derechos y la gobernabilidad, tiene que tomar acciones contundentes que pasan, necesariamente, por la renuncia de apetitos personales, intereses puramente partidarios y dejar de lado la idea de rasgo mesiánico de sentirse que solo uno es el salvador y el que podría rescatar a nuestro país de la debacle hacia la que caminamos.
Respecto a este tema, quisiera mencionar dos ideas: La primera es que ser provinciano, lejos de ser tan solo una muletilla mal utilizada, debería ser un estímulo y un orgullo. Nuestra historia fue hecha en gran medida por el aporte de grandes provincianos, de mentes y personas con capacidades diversas que provenían de larga tradición provinciana. Ninguno de ellos se escudó en esa condición. Hoy no se entiende que esconderse o ampararse en esa condición, solo denigra a la riqueza multicultural del Perú. La lista de aquellos provincianos que dieron lustre a nuestra historia podría ser realmente larga pero menciono tan solo a algunos como Víctor Raúl Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, José Carlos Mariátegui, César Vallejo, José Luis Bustamante y Rivero, Jorge Basadre, José María Arguedas, Abraham Valdelomar, José Sabogal, Clorinda Matto de Turner, Antenor Orrego, Jorge Vinatea Reinoso, Teodoro Núñez Ureta, Chabuca Granda, Micaela Bastidas, Julio C. Tello, Daniel Alcides Carrión y miles y miles más que enriquecieron con su vida nuestra historia y que jamás hicieron, de su condición de provincianos, un escudo o una triste herramienta en busca de conmiseración.
Es gracias a estos hombres y mujeres que debemos reconocer que haber nacido en una provincia de nuestra patria es un galardón y jamás un demérito, como tampoco lo es el ser de origen de migrantes extranjeros. Por eso, seguir pretendiendo minimizar la incapacidad debajo de la careta de no ser “limeño” es tan grotesco como lo es haberse servido de herramientas formativas del Estado, para no haber logrado nada en la vida profesional. Basta ya de esconderse bajo un disfraz que no disfraza nada y basta de pretender seguir enfrentando a los peruanos. El origen no es lo que importa; lo que debemos valorar es la calidad humana de cada ciudadano.
Otro aspecto que es necesario comentar es la responsabilidad histórica que tienen en sus manos los diversos grupos de oposición y me refiero a que les corresponde, en este momento de crisis tan severa, dar un paso de grandeza para lograr la unidad entre iguales y no seguir fomentando los personalismos partidistas. En este momento crítico, vemos que para las próximas elecciones municipales hay doce candidatos que aspiran a la alcaldía de Lima. ¡Una docena! Cómo es posible que por lo menos, 6 o 7 de ellos no puedan sentarse a dialogar y lograr un consenso. Cómo es que se puede hablar de progreso, unidad, lucha, combate, patria, historia si no hay almas generosas y realistas que puedan entender que solo la unión hace la fuerza. Ya lo vivimos en el proceso electoral que, nadie sabe cómo (o mejor dicho sí sabemos cómo) terminó encumbrando al menos indicado. Así sucederá en el caso de Lima.
Desde mi perspectiva, es profundamente decepcionante que quienes elevan su voz en favor de un futuro mejor, de la gobernabilidad sean tan miopes como para no darse cuenta que predican lo que no hacen y que verbalizan lo que desdice su conducta. Gran triunfador será el que deponga su individualismo y su propia pequeñez, porque todos somos muy pequeños cuando estamos solos, y se pone al servicio de quien puede ser mejor para muchos. Es tremendo ver cómo hay cierta tendencia al mesianismo político y, aunque parezca reiterativo, hay que señalar que Mesías fue solo uno y vivió hace más de dos mil años.
El día de ayer, la ciudadanía dio muchos ejemplos de unidad. Se puso de manifiesto la necesidad de encontrar un camino en el que todos tengamos derecho y obligación a participar en favor de ese futuro que queremos. Ayer se escuchó un clamor de cambio en la conducción del país –quizá deberíamos decir un cambio en el andar para no caer en el hondo precipicio al que nos dirigimos– que pasa necesariamente por la acción inmediata del Congreso que, guste o no, no ha dado muestras suficiente ni de valentía ni de rapidez ni de audacia. Pero si hay, entre los miembros del Legislativo, voces contundentes y voluntades férreas que deben recibir nuestro apoyo incondicional pues ese supremo Poder del Estado, pasa por sus horas más negras que se agravan por algunos timoratos, otros temerosos, otros confundidos y no pocos traidores a su juramento y obligaciones.
Levantar la voz es un derecho y una obligación pues es la manera de hacer ver a quien gobierna o nos desgobierna y al Congreso que si no se actúa ya, tendremos que ser testigos de cómo, al igual que en otros tiempos de nuestra historia, se tomaron formas más radicales de salvar al país. Lo que vivimos en este momento, lejos de ser tan solo una crisis política, es una crisis en todos los niveles del ser y el actuar nacional por ello, es imposible querer tapar el sol con un dedo pues la crisis destella con una fuerza que quisiéramos, a veces, no tener que ver ni vivir.