La lucha incansable contra el cáncer
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía y profesor universitario
Es una de las enfermedades más crueles de la historia humana. No solo te destruye el cuerpo, lo carcome, lo horada, lo aniquila, sino que, además, va minando las reacciones racionales, ataca la fe, hostiliza sin piedad la esperanza. El afectado por esa forma letal de la corporeidad desatada, la mayoría de veces, va diluyéndose conforme el tiempo que queda. A veces algunos años, otras, solo meses.
Cuando es detectado a tiempo, las posibilidades de enfrentarla y vencer se acrecientan. Esa es la vital, crucial, definitiva importancia de la prevención. Una alta conciencia de nuestra existencia y el valor que damos a los que nos rodean, debe hacernos estar precavidos ante un enemigo tan feroz y desalmado.
En el Perú se presentan casi 70,000 casos por año. Es una estadística mortífera, oscura, llena de dolor y pena. Porque detrás de cada paciente detectado hay toda una inmensa historia. Un universo de biografías únicas y bellas que pueden ver su final. Es desesperanzador cuando el cáncer es detectado tardíamente. A pesar del esfuerzo de la ciencia, de los tratamientos y del amor posible, muchas veces no es suficiente. Entonces, la vida se va yendo, con una rapidez despiadada, atacada por una patología que aún no hemos aprendido a vencer totalmente. Prevención y control son las acciones claves en este caso tan categórico de impiedad.
Por ello se requiere que todos comprendan que nuestros cuerpos son en realidad sumamente frágiles, perecederos, mortales; y justamente por ello es imprescindible un absoluto discernimiento de nuestras prioridades. Solo existe una vida, una sola oportunidad para vivir con responsabilidad y con el amor suficiente para mostrarlo a aquellos que nos necesitan. El amor no solo es un sentimiento, sino también es una práctica.
Para todos aquellos que están en esta batalla infernal, terrible, se les pide que sigan resistiendo. Esa lucha incansable, asimétrica, agotadora, abundante en quimioterapias batalladoras, en radiaciones consoladoras, en pastillas generosas, tienen que ganarla. La cruzada es intensa, dura, cotidiana. Con cada persona atacada por el cáncer, pierde el país, se extravía su talento, su forma de ver el mundo. El sufrimiento invade a toda la familia, se posesiona sobre la alegría, invade las horas, incursiona con violencia sobre el presente.
Una de las instituciones aliadas para enfrentar la inminente aflicción es el INEN, con su perseverante cuerpo médico y administrativo, además de los afectuosos y persistentes voluntarios que suman en esa guerra contra el mal. Por eso la urgencia de que el acceso para tratar al cáncer sea gratuito y universal para todos los peruanos. Cada día cuenta, cada momento es una amargura que hay que contener, una desolación que porfía en su maligna colonización. Así, los instantes adquieren otro valor, su verdadero peso existencial, la única dimensión de amor que nos permite aferrarnos a la vida.