Inicio de clases 2023
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario.
Las universidades peruanas pospandemia y poslicenciamiento son otras. O deberían ser otras. Además de haber ajustado sus condiciones básicas de funcionamiento, tuvieron que amoldarse con rapidez, e inicialmente, con entusiasta desorden, a un mundo incierto que obligaba a usar herramientas virtuales para la vida académica.
Algunas instituciones lo asumieron como una oportunidad para dar un salto exponencial a un nuevo modelo de establecer la relación enseñanza-aprendizaje, otras solo repitieron la modalidad presencial, con sus vicios y virtudes, y no aprovecharon la inédita situación para modificar y mejorar su ecosistema educativo. Esto significaba una visión nueva de su infraestructura y un modelamiento híbrido para la enseñanza. Pero, esa transformación va más allá del mero uso de instrumentos nuevos que, al fin y al cabo, son vehículos de un paradigma y tienen un fin estrictamente utilitario.
Si no hay un giro hacia una concepción en la que la educación realmente sirva para desplegar el potencial humano, entonces, hemos aprendido poco. Si después de estos años solo repetimos un sistema de enseñanza arcaico, habremos perdido una magnífica oportunidad colectiva. Y eso sucede en todo el sistema escolar, no solo en el universitario. Y, fundamentalmente, está ligado al capital humano, en este caso al cuerpo docente. Si las capacitaciones solo están centradas en el uso de nuevos dispositivos tecnológicos o softwares que faciliten y agilicen las presentaciones, pero no se ha modificado la concepción educativa, entonces, es lo más cercano a una puesta de escena con prioridad en la escenografía.
Hay que entender que los aparatos tecnológicos están al servicio de una educación transformadora y que no son fines en sí mismos. Por más que se usen los más avanzados mecanismos técnicos, estos tienen que ser consistentes con una visión liberadora del talento y las virtudes de las personas. A la vez es necesaria la ruptura de conceptos mentales que repiten esquemas punitivos de la enseñanza y, en consecuencia, reconfiguren la relación del saber con el profesor y alumno.
Además de la urgente renovación de las instalaciones a todo nivel: desde los espacios físicos hasta los laboratorios, estos deben ir acompañados de una revisión de nuestros procesos educativos y centrarse en el uso eficiente de los recursos, pero desde una visión integral de la educación. En todos los casos, la ética, es decir, la reflexión sobre nuestras prácticas, debe ser el soporte ineludible del sistema. Ya no se puede desligar, como estancos apartados, la formación para el trabajo que requiere la industria, como si estuviera separada de una educación moral y cívica. La construcción de una sensibilidad social, responsable, solidaria, comprometida con el bien común, debe estar estrechamente relacionada con toda la cadena de aprendizaje y ser inherente a la educación desde su concepción.