Reflexión en Semana Santa
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Sin duda, hay valores tradicionales que nuestra sociedad “moderna” no ha querido actualizar o, mejor dicho, ha querido minimizar y olvidar. No obstante, me da mucho gusto compartir que hoy, amanecí como acunada por una música suave, de sustrato religioso que me regaló un vecino, lo que me trajo a la memoria que en casa, los Viernes Santos, solo se oía esa música sacra.
En las últimas décadas, parecía que poco a poco, era mucho más “inn” dejar de lado los Oficios de nuestra tradicional Semana Santa creyendo, con mucha equivocación, que eran simples días de descanso, cuando en realidad eran días de profundo trabajo espiritual y reflexión. Ahí cabe perfectamente la descripción que hace Agustín Laje respecto a cómo se puede ir perdiendo la batalla cultural cuando las generaciones jóvenes se dejan arrastrar por tendencias y conductas que los despersonalizan y masifican y las generaciones mayores lo permitimos.
Gracias al trabajo de grupos religiosos, de sacerdotes y consagrados que han comprendido la necesidad de involucrar y comprometer a los jóvenes en esta cruzada urgente por retomar los valores de nuestra fe y de nuestra tradición religiosa y cultural es que hoy vemos un potente renacer que permite, sin duda, una esperanza grande en el renacer también de los valores intrínsecos asociados a esos valores y a nuestra cultura, de familias, jóvenes, adolescentes, niños, mayores y personas de más edad que vuelven sus ojos y su actuar hacia esas formas de vivir que, sin duda, no alejan del mundo de un sano modernismo, sino recapitulan valores de sana conducta que benefician a todos.
Por ejemplo y creo que vale la pena recordarlo, el hermoso “Sermón de las 3 horas” que se proclama los Viernes Santos, como hoy, nace en Lima, gracias a la devoción que inspiró y propagó el sacerdote Jesuita Francisco del Castillo quien, además, desarrolló una heroica labor entre los leprosos y marginados de El Rímac. En su labor misionera y apostólica, él llevó una inmensa cruz de madera a lo alto de lo que era la Pampa de Amancaes y empezó a predicar y cada Viernes Santo, explicaba la esencia y significado de las palabras de Cristo en la Cruz. El impacto de esa práctica, motivó que en todas las iglesias de Lima se replicara esa prédica y así, hoy en día, es común que en diversos lugares, los sacerdotes, mediten esas últimas palabras de Cristo antes de morir.
El Jueves Santo, me impactó positivamente ver muchísimas familias que visitaban en conjunto los “monumentos”, es decir, la “reserva” de Hostias pues luego de la celebración de la cena del Señor, los sagrarios quedaban vacíos. Multitudes de jóvenes, en diversas parroquias, acompañaron y recordaron las horas de Jesús en su agonía en el Huerto de los Olivos en una vigilia de oración vivida con el entusiasmo de su edad, con la euforia de sus grupos, pero con la certeza de que forman con reciedumbre su carácter y sus convicciones. Y eso, acompañados por quienes, con mucha dedicación y entrega, trabajan incansablemente con entrega y transparencia de oblación.
El Viernes Santo Cristo muere y para los que creemos, muere para darnos vida y es necesario destacar que, es una fecha de dolor pero de gratitud, de esperanza porque Cristo Resucita para todos.
En diversas partes del país y de Lima, multitudes tradicionales, a las que se unirán nuevos grupos, jóvenes, familias, saldrán a dar tributo, alabanza, respeto y reverencia a la Cruz que no es símbolo de derrota, sino signo de victoria.
Nuestra historia, nuestra tradición está colmada de bellísimas expresiones de fe popular, de color, de cantos, procesiones y de maneras hermosas de cantar a Dios, de agradecer a Su Madre, por Su Vida y nada puede ni debe opacar ni la fe ni sus manifestaciones. Creer que la modernidad podría suplantar los valores de la fe es como creer que el hombre es capaz de vivir y hacerse así mismo. Ocultar el valor de la fe, de la oración, de la reverencia es no darse cuenta que el hombre sólo es absolutamente hombre, cuando se arrodilla humildemente ante Dios.
La Semana Santa culmina con la fiesta más importante de nuestra fe. ¡La Resurrección de Cristo, la comprobación del sepulcro vacío, es el fundamento de nuestra fe, porque Cristo Vive!