ME ENAMORÉ DE UN POLICÍA: Una metida de pata de Año Nuevo

Por Orlando Mazeyra Guillén

—Lo conocí a finales del año pasado —te informa ella algo palteada—. Pasé en Lima las fiestas y no sé por qué me fijé en él. Lo que pasa es que…

—¿No sabes o… no me quieres decir? —le preguntaste interrumpiéndola.

—Te vas a reír de mí —vaticina Rosa sonrojándose.

—¿Por qué?

—Usa peluquín.

—¡No jodas, Rosita! Tú tienes buen gusto…

—En serio: lo usa y todavía es de un color más claro que el de su pelo. De noche, en una discoteca, como que pasa piola, pero de día es bien ridículo…

—¿Y qué hace el pata?

—Me llevaba al cine a ver pura película de terror, tiene una fijación con eso, no sé por qué. A él le encantan esas películas horribles.

—Rosa, lo que quiero saber es a qué se dedica…

—Pues te vas a reír más.

—No creo. Cuéntame…

—Es policía.

—Ah, bueno —exclamas algo sorprendido—. Un tombo con peluquín al que le gustan las pelis macabras. ¡Buen partido, ah!

—No te burles, por favor —te ruega Rosa—. Creo que me enamoré de él porque me enseñó a disparar, me mostró todas sus armas y me dijo que con él de enamorado nadie me iba a tocar… al menos así fue al comienzo.

—¿Un policía te hace sentir segura?

—Sí —asiente turbada—. Lo que pasa es que es tartamudo, pero él no se paltea. Tiene paciencia. Yo también. A veces se traba y yo lo espero. Sé que él también aprecia eso. Yo no quiero un orador o un galanazo, sino un hombre de verdad.

—Parece un cuento, Rosa —le dices incrédulo—. Un policía tartamudo que usa peluquín y que es fanático de las películas de terror. Es más: tu cuento es pésimo, horrible. Mejor déjalo ahí.

—No puedo —te confesó y volvió a ponerse colorada—. Estoy en problemas.

—¿No bromeas?

—No —retrucó.

—¿Qué ha pasado contigo?

—En Lima me desbandé. Hacía tiempo que no viajaba por culpa de la pandemia y salí con él varios días… casi todo diciembre.

—¿Qué significa “salir”? Habla claro.

—Yo dormía con él en su depa de Lince —te informó ruborizada—. Y no me viene…

—¿Estás segura?

—Tengo un retraso de más de dos semanas.

—Estoy sorprendido, Rosa: no sé qué consejo darte. La verdad, pensé que era un chiste.

—La vida es así, tú mejor que nadie lo sabe. ¿Acaso la vida no nos sorprende a cada rato?

—Rosa, que yo recuerde, tú no querías ser mamá. Es más, tu viejo te puede armar un chongazo. Te falta un semestre para terminar la universidad… ¿Qué vas a hacer?

—Papá ya lo sabe. Mi mamá encontró mi prueba de embarazo en la basura y le avisó.

—Pucha, ¡no jodas!

—Sí —asiente Rosa desconsolada—. Estoy partida. A él le ha dolido mucho la noticia. ¡Me ha botado de la casa! ¡Ni siquiera me ha dejado sacar mis cosas!

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Rosa rompe en llanto y tú no sabes cómo ayudarla. “¿Por qué, por qué, por qué?”, se pregunta con insistencia y no encuentra una respuesta que pueda paliar su desconsuelo.

—¿Sabes qué me dijo mi papá?

—¿Qué?

—“Puede ser pobre, no pasa nada. Puede no tener un título profesional, y no me importa. Puede ser un sin gracia o un cojudo y lo acepto. Pero nunca, ¡jamás aceptaré que una hija mía se case con un tombo!

—¿Y cómo se llama el papá?

—Ricardo. Pero no sabe nada todavía.

—¿Por qué?

—Porque tengo miedo de que le pase algo malo.

—¿Al bebé?

—No, a Ricardo —te corrigió Rosa—. Es que él es de una unidad de inteligencia.

—¿Y qué hace, pues?

—Se viste de civil y, por ejemplo, se mete en las marchas o en las protestas, algo terrible le puede pasar: ¡tengo miedo!

—Nada malo le va a pasar, no te preocupes. Tranquilízate.

—No te dije algo muy importante —prosiguió Rosa—. Lo que pasa es que él, las últimas veces, me pegaba.

—¿Por qué?

—Cuando perdía la paciencia me mandaba tacles y la última vez que nos vimos me quiso ahorcar. Nos quedamos encerrados en una habitación de su depa. Él se rayó, disparó contra la chapa y se bajó la puerta a la mala.

—¿Le temes?

—Sí —asiente agachando la mirada.

—¿Quieres tener a la criatura?

—No sé.

—Dime la verdad, Rosa: para poder ayudarte quiero que me digas toda la verdad.

—No sé en dónde abortar. ¡Me equivoqué! ¡Me equivoqué! ¡No sé qué hacer!

Rosa entra en crisis y se jala los cabellos. Tú la abrazas y sientes el latido desbocado de su corazón.

Le pides el número de Ricardo. Ella te lo da a regañadientes. Tú lo llamas y un sujeto tartamudo te pregunta quién eres y cómo conseguiste su número. Le informas que Rosa está embarazada de él y el policía te insulta. Lo tratas de calmar, sin embargo él vuelve a la carga con un variopinto arsenal de groserías.

—Si le vuelves a pegar —le dices—, vas a terminar en cana.

Él cuelga y Rosa sigue llorando: “papá no va a permitir que tenga un hijo con un policía”, se convence.

 —Dile que te pega, Rosa. Antes de decidir qué hacer con la criatura dile a tu padre que el tombo te pega.

Rosa piensa que perdiste la cordura. Es un consejo malísimo.

—Papá es más loco que Ricardo —te avisa desolada.

—Lo sé —respondes—. Por eso mismo: avísale.

Rosa te abraza y tú besas su frente. Le dices que no tema, pues todo saldrá bien. Sin embargo no será así porque el mundo está mal hecho… como los peluquines del tal Ricardo.

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