NUESTRA VIDA COMO PADRES Y COMO HIJOS (primera parte)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia

HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

El cielo es azul, lo hemos sabido desde siempre. El sol brilla en la cúpula celestial. Las flores nos regalan la vida día a día y alegran nuestro diario caminar. El mundo no cambia, sigue siendo el mismo año tras año y siglo tras siglo. Lo que cambia es nuestra visión del mundo, si vemos belleza en nuestro interior hallaremos cosas bellas en el exterior; si vemos problemas y frustración en nuestro interior solo hallaremos miseria en el mundo que nos rodea. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de decidir por una u otra visión del mundo.

Como padres tenemos la oportunidad de decidir si les damos el mejor ejemplo a nuestros hijos y por consiguiente la mayor oportunidad para desarrollarse o si por el contrario dejamos que la vida les enseñe las lecciones que debimos de haberles dado en sus años de infancia y niñez.

Somos modelos de formación de nuestros hijos. Los niños ven día a día la conducta de sus padres y la repiten. Si damos una limosna a un menesteroso en la calle de la vida ellos aprenderán a dar limosnas. Si ellos nos ven insultar a la gente en nuestro paso veloz por la existencia ellos aprenderán que es bueno insultar y que maltratar verbalmente a la gente es una sana costumbre que nos debiera de hacernos sentir mejor.

Nuestros hijos son los seres más importantes del universo después de nuestra pareja.

Cuando me entrevisto día a día con padres preocupados por la formación emocional y racional de sus hijos, les hago siempre una segunda pregunta ¿Su hijo es el ser más importante en sus vidas? Ambos padres, aún sin mirarse, responden apresuradamente de modo afirmativo. Luego completo mi pregunta ¿Entonces me podrán decir cuántas horas pasan día a día con sus hijos?

El ambiente de mi consultorio luego de elaborar la interrogante antes señalada se llena de silencio. Luego vienen palabras entrecortadas, frases que tienden a  “negar su irresponsabilidad”, elaboran excusas sociales y laborales poco inteligentes y luego vienen los discursos: “Es que usted no entiende doctor, no es que yo no ame a mis hijos, pero el trabajo, las obligaciones económicas, hay que pagar la pensión del colegio, sus clases particulares, los talleres de formación complementarios en el colegio; ello sin contar el pago de las tarjetas de crédito, la hipoteca a pagar en veinte años de la casa, el sueldo de la empleada del hogar, los servicios de agua y luz, la telefonía, el cable, el Internet y… (un sin fin de conceptos varios)”. “Es que usted no entiende doctor sin dinero, con las cuentas en rojo, ¿Qué futuro puedo ofrecerle a mi hijo?, él necesita una buena educación, por eso va a un colegio de nivel A, claro, es muy costoso, pero para eso está su padre y su madre, es verdad, trabajamos más de doce horas al día, pero les damos lo que necesitan, un buen servicio educativo, un adecuado servicio de salud y relaciones sociales constructivas”.

“Usted no entiende doctor”, quizá lo que yo debiera de decir es, “usted no entiende padre de familia”, no comprende que la vida se les va, que sus hijos se alimentan emocionalmente cada día menos de usted, lo extrañan, lo necesitan, quieren compartir su afecto y sus actividades con usted, si ahora no está con ellos mañana ya no serán importantes en la vida de sus hijos, alguien distinto le dará ese afecto y su tiempo y cada uno de ustedes, padre y madre, pasarán a un segundo plano, no serán figuras que puedan influenciar de modo significativo en la vida de sus hijos. Habrán sido unos buenos trabajadores, siempre eficientes y presentes, pero para sus hijos habrán sido sólo unos padres, que hicieron tal vez el mayor esfuerzo por sus hijos, pero que no estuvieron ahí, en el momento adecuado para compartir una sonrisa, para compartir un juego o una pregunta. Otros llenaron ese tiempo y ese vacío, otros que quizá estén más perdidos que sus hijos, otros que quisieron darles un poco de alegría y esperanza en la vida, pero que probablemente estén ayudando a que sus hijos se destruyan, quizá en pocos casos la ayuda sirva para construir.

Pero mirando a los ojos de cada padre de familia que se preocupa por sus hijos que ya hayan crecido y que no los escuchan, que no los obedecen y que desafían su autoridad, yo digo:

Seis a ocho horas de sueño, de un mal sueño                            CORRECTO   

Dos a tres horas de viaje desde la casa al trabajo y viceversa      CORRECTO   

Ocho a diez horas de trabajo, quizá doce                                              CORRECTO   

Dos horas de alimentos                                                                       CORRECTO   

Dos horas de relaciones sociales                                                          CORRECTO   

Dos horas de televisión, teléfono o internet                                           CORRECTO   

Bueno, se acabaron las veinticuatro horas que como máximo trae un día. Pero la exclamación de angustia de los progenitores siento que nace del corazón, ¡Pero lo hago por mi hijo! Los padres en ese momento de la entrevista se hallan sudorosos, intranquilos o con un rubor en el rostro.

Luego completo la idea, “cada uno de ustedes hace todo ese sacrificio día a día y año tras año por su hijo o por sus hijos; lo felicito a usted padre abnegado que tristemente sale de casa a una hora tan temprana en la mañana y en la cual aún no ha visto los ojos abiertos de su hijo al despertar y que probablemente por su exigente y recargada agenda laboral vuelva a altas horas de la noche a su hogar y encuentra a su mismo hijo dormido y cansado, que lo estuvo esperando sólo para decirle, “te amo papá , gracias por todo, que tengas una linda noche”.

Es la vida del siglo XXI, es la vida humana en el siglo de mayor desarrollo tecnológico en la historia de la humanidad. La tecnología en vez de regalarnos vida y relación con nuestros hijos nos está exprimiendo, nos está desgastando y está matando a las familias. Los sueldos ya no alcanzan y la mayoría de la gente, ese noventa y ocho por ciento que no está en el jet set de los paraísos fiscales sufre y se lamenta diciendo, “que triste que es mi vida”.

Hemos abandonado a nuestros hijos. Les hemos fallado. El trabajo es lo más importante, debemos reconocerlo. El trabajo nos ha llevado a vivir en la oficina o en el centro de labor. Nuestros hijos nos sienten ausentes. Estamos dejando de ser sus modelos.

Los niños viven confundidos. Un día papá y mamá estaban cerca de él, todo era alegría, compartían juegos y sonrisas, él era tan insignificante y tan ignorante, pero estaban ahí, con él. Ahora, él ha aprendido tantas cosas, es más inteligente, ha desarrollado sus capacidades, pero papá y mamá ya no están con él, se han ido al trabajo. “Sí, ellos tienen que trabajar”, comentan algunos niños o adolescentes cuando abordo este tema, “pero los extraño”, complementan la idea en otra parte de la entrevista, ¡Los extrañan! Cuando escucho esa frase mi cerebro brilla ¡Aún hay una esperanza para esta familia! – me digo -, pero en muchas otras ocasiones ya no hay esperanza ¡Los odio, ya no los quiero!, suelen ser las expresiones de dolor de adolescentes que creen que sus padres nunca los valoraron, que los abandonaron en la casa y que “sólo les interesa el dinero”.

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