Escritores espías
Por Fátima Carrasco
El primer espía literario fue Ulises, disfrazado de mendigo para conseguir in-formación en una ciudad troyana. Muchos escritores no sólo escribieron sobre espionaje, sino que realizaron ambas actividades, como Herodoto, Rabelais, Richard Burton, Garcilaso, S. Maugham, Erskine Childers o Ian Fleming. P. Beaumarchais, autor de “Las Bodas de Fígaro” fue un espía ilustrado: relojero, profesor de música, armador de barcos, editor de Voltaire a expensas suyas. Además de agente contrarrevolucionario en Holanda e Inglaterra, colaboró por convicción y afán de lucro en la independencia de Estados Unidos vendiendo armas a los patriotas. Su pleito contra el Congreso por impago duró décadas: su anciana hija cobró por fin en 1835.
También Cervantes fue agente secreto, según una doble Cédula Real firmada en 1580 por el Tesorero Real Juan Fernández de Espinosa. Cobró 150 escudos por ir a Orán a ciertas cosas al servicio de Su Majestad. En Mostaganem, disfrazado y mediante sobornos, obtuvo la información buscada. Aunque a su regreso solicitó otra misión, fue rechazado.
Shakespeare, alias de Christopher Marlowe, según parece, fue un importante espía. Marlowe nació en Canterbury el 6 de febrero de 1564 y se supone que murió acuchillado el 30 de mayo de 1580 —o eso aparentaron, para facilitar su anonimato—. Shakespeare, cuyo nombre aparece después del asesinato de éste, menciona el episodio en “Como Gusten”.
Marlowe estudió en el Colegio Corpus Christie y en la Universidad de Oxford fue captado por sir Francis Walshingham —quien falsificó las pruebas para ejecutar a María Estuardo—, jefe del espionaje y secretario de Isabel I. Ésta incluso ordenó que el polémico gay Marlowe recibiera el diploma Masters of Arts. Marlowe innovó el género teatral.
Quevedo fue consejero del Duque de Osuna y agente del conde de Gondomar, director del servicio secreto español, en 1611. Fue encarcelado por su gran enemigo, el conde-duque de Olivares por conspirar con el espionaje francés para derrocarle.
El oportunista Voltaire fue espía vocacional: en carta del 28 de mayo de 1722 al cardenal ministro Dubois, pedía una misión y aunque no le hicieron ni caso, motu propio envió un informe sobre un congreso de diplomáticos. Propuso espiar a su dilecto amigo Federico de Prusia, a quien llamaba Salomón del Norte —éste, que le llamaba Virgilio del Siglo, lo nombró Chambelán y Caballero de la Orden del Mérito en Postdamm en 1750. Seis años después, Voltaire inventó un carro de combate para aniquilar a la infantería prusiana. Hasta su muerte solicitó labores de espionaje.
Para los expertos, Daniel Defoe fue uno de los grandes profesionales de todos los siglos del espionaje, siendo él mismo casi todo un servicio secreto completo. Agente de thories y/o whigs, manipulador de prensa y panfletista antijacobista, fue agente comisionista de mercaderías y encarcelado por bancarrota en 1692, fue captado por Robert Harley, conde de Oxford, jefe del servicio secreto. Defoe, alias Claude Guillot o Alexander Goldsmith, le propuso crear una red de vigilancia para toda Inglaterra en 1704, siniestra materialización del 1984 orwelliano.
Para el historiador Macaulay, lo mejor escrito por Defoe no superaba a “Aphra Behn”, ensalzada por Virginia Woolf. Aphra fue la primera escritora profesional europea (es decir, rentabilizó sus obras. Monárquica jacobista, feminista y abolicionista escribió su novela “Oroonoko” 174 años antes que “La Cabaña del tío Tom”). Aphra Johnson fue reclutada por los jacobistas patronos de su madre, nodriza. Se cree que su apellido de viuda Behn fue un subterfugio para espiar en Holanda. Aphra, alias 160 o Astrea, fue a Amberes en julio de 1666 a ver a William Scott, agente doble y uno de sus ex. Sus informes y cartas reclamando el pago de sus servicios —en vano— se conservan en el Public Record Office. Regresó en enero de 1667 a Londres y, endeudada, fue encarcelada. Escribió al Rey pidiendo 150 libras, hasta que fue excarcelada y estrenó sus exitosas obras teatrales.
Otra espía menesterosa fue Muriel Spark. La autora de “Memento Mori” fue agente en África, con su amigo Graham Greene, el agente 59200, quien escribió: “Todo escritor esconde en su corazón un trozo de hielo”. En Inglaterra Greene la ayudó con 20 libras mensuales a condición de que no le diera las gracias ni rezara por él.
David John Cornwell, alias John Le Carré, ya en Oxford espiaba a otros estudiantes prosoviéticos. Años después, en Alemania, abandonaría el servicio secreto. Para él, los escritores son una tropa subversiva, cuando no traidora. Cuanto mejor es el escritor, mayor parece su traición.