¿POR QUÉ LA OTAN ES EL PRINCIPAL PROBLEMA ENTRE ESTADOS UNIDOS Y RUSIA? (PARTE II)
Por: Anthony Medina Rivas Plata – Director de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno UCSM
El status de la Alemania reunificada fue uno de los asuntos centrales en las negociaciones que le pusieron fin a la Guerra Fría a inicios de los años 90. La diplomacia entre los líderes estadounidenses y soviéticos durante este período incluyó debates sobre las opciones de seguridad disponibles, incluida la posibilidad de que Alemania se convirtiera en parte tanto de la OTAN como del Pacto de Varsovia, asumiendo una posición ‘intermedia’ o ‘neutral’ entre los dos bloques. Si bien al inicio de las conversaciones los líderes soviéticos insistieron en que una Alemania unificada no debería integrarse a la OTAN, finalmente tuvieron que aceptar el derecho del nuevo país a decidir al respecto. De igual manera, Estados Unidos se retractó del lenguaje inicial del secretario Baker sobre no expandir la ‘jurisdicción de la OTAN’, para terminar diciendo que sólo se referían al rol de las tropas de la OTAN en Alemania Oriental, con lo que tácitamente abrían la puerta a una futura expansión. Finalmente, el tratado que reconoció la reunificación alemana en 1990 (el llamado ‘2+4’ que incluyó a las dos Alemanias, Estados Unidos, la Unión Soviética, Reino Unido y Francia) estipuló que sólo las fuerzas armadas alemanas no pertenecientes a la OTAN podrían tener su base en Alemania Oriental mientras las fuerzas soviéticas se retiraban. Después de eso, sólo se permitiría movilizar a dicho territorio a fuerzas alemanas asignadas a la OTAN, más no a tropas extranjeras. Si bien dicho tratado nunca mencionó el status de la OTAN más allá de Alemania, los soviéticos tenían poco margen de maniobra para obtener mayores concesiones debido a la profunda crisis interna que se venía gestando y que tuvo como desenlace la desintegración del país el 25 de diciembre de 1991.
Luego de la desintegración de la URSS, las discusiones de la época sobre la nueva arquitectura de seguridad europea sólo agravaron la profunda desconfianza que hasta el día de hoy tiene Rusia para con Estados Unidos y la OTAN. El nuevo gobierno demócrata de Bill Clinton (1993-2001) apostó por la democratización interna de las repúblicas postsoviéticas, incluida Rusia, y, en ese sentido, diversos altos funcionarios norteamericanos presionaban al Presidente para aceptar las peticiones de países como Polonia y República Checa que querían ingresar a la OTAN. Sin embargo, no existía consenso al respecto al interior del gabinete de Clinton, en un momento en el que una de las principales prioridades en las relaciones ruso-estadounidenses era evitar la proliferación de armas nucleares, así como el tráfico de armas convencionales a grupos irregulares en África y Oriente Medio.
Para evitar una nueva confrontación diplomática con Rusia, Clinton optó por promover un proyecto especial de la OTAN, al que llamó ‘Asociación por la Paz’ (Partnership for Peace – PFP), el cual permitía la incorporación de países no europeos y ex miembros del Pacto de Varsovia. Con esto, Estados Unidos generaba un marco de cooperación con la OTAN que no involucraba una membresía formal, con lo que el gobierno ruso de Boris Yeltsin (1991-1999) manifestó su interés en incorporarse al acuerdo. En 1994, la OTAN formalizó la PFP en su cumbre anual incluyendo a varios países ex comunistas, incluidos Georgia, Ucrania y Rusia. Sin embargo, luego de instituida la PFP, Clinton empezó a hablar públicamente sobre las perspectivas de una expansión de la OTAN al este. Para enero de 1994 el mandatario estadounidense señalaba que ya no era una pregunta si la alianza atlántica aceptaría nuevos miembros, sino ‘cuándo y cómo’. Yeltsin acusó recibo, y advirtió en una cumbre con líderes occidentales que Europa corría el riesgo de ‘salir de una Guerra Fría para pasar a una Paz Fría más grave aún’.
Con la sola mención a la expansión de la alianza hacia el este, ya estaban sembradas las semillas de la desconfianza entre Rusia y Estados Unidos. Clinton intentó poner paños fríos posponiendo la ampliación hasta después de 1996 (año de la reelección de Yeltsin), invitando a Rusia a formar parte del G7 y estableciendo un foro dentro de la OTAN para el diálogo diplomático con Rusia. Lamentablemente, nada de esto fue suficiente, y con la admisión formal de Hungría, Polonia y República Checa dentro de la OTAN en 1999, se cristalizaron los mayores temores de los dirigentes rusos, que sospechaban (y con razón) que esa no sería la primera ni la última expansión.
En el año 2000, el nuevo gobierno de Vladimir Putin asumió funciones bajo una narrativa reivindicativa de la posición geopolítica y geoeconómica de Rusia, debido al notorio decrecimiento de la posición estratégica del país generado por las ventajas diplomáticas ganadas por Estados Unidos en Europa, así como del fracaso de las políticas de ajuste estructural y reformas de mercado, en particular del sector hidrocarburos (petróleo y gas natural). En su momento, Putin manifestó sus reparos al rol de la OTAN como alianza de ‘seguridad colectiva’ frente a desafíos como el yihadismo internacional y la pacificación de Afganistán; a la vez que veía cómo seguían incorporándose nuevos miembros provenientes de Europa del Este. En el año 2004 Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia, Lituania, Letonia y Estonia ingresaron a la OTAN; siendo estos tres últimos los países bálticos fronterizos con Rusia, que veían en su nueva membresía un ‘escudo’ para protegerse de sus antiguos gobernantes.
En los años que siguieron, Putin se volvió cada vez más directo para manifestar su descontento por las incursiones de la OTAN en Europa del Este, señalando en su famoso discurso en la Conferencia de Seguridad de Munich del año 2007 que “(…) es obvio que la expansión de la OTAN no tiene ninguna relación con la modernización de la alianza o con garantizar la seguridad en Europa. Por el contrario, representa una grave provocación que reduce el nivel de confianza mutua”. De acuerdo con Ted G. Carpenter, columnista de la revista conservadora ‘The National Interest’, este discurso es clave para entender la actual crisis en Ucrania, ya que esa habría sido el último intento de Putin por alertar sobre la inevitabilidad de una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia como consecuencia de las políticas de la OTAN en Europa del Este. En efecto, al año siguiente se produciría la Guerra del Cáucaso entre Rusia y Georgia, mientras que para 2014 Ucrania perdería la península de Crimea (junto con su puerto estratégico en Sebastopol), así como las provincias de Luhansk y Donetsk, de etnia rusa.