Gobernar es un arte
Por: Juan Carlos Rodríguez Farfán

Gobernar, es un concepto desprestigiado en el Perú. Y con justa razón. Desde las instancias nacionales hasta las distritales, cada día constatamos una palmaria ausencia de idoneidad. Los políticos y las crisis se suceden pero el des-gobierno permanece. En lugar de abundar sobre la justa decepción y cólera ciudadanas, voy a intentar un análisis que nos permita explicar el fenómeno y si es posible lanzar algunas pistas de solución. El gobierno y el gobernante no se improvisan. Antiguamente, el gobernante, fuera este cacique, príncipe o emir, se preparaba desde la tierna infancia en ciencias y artes: astronomía, biología, filosofía, música, poesía, urbanismo, estrategia militar, entre otros. El futuro gobernante debía formarse con esmero y demostrar excelencia. Ahora en el Perú del 2022, un título de abogado, ingeniero o profesor es suficiente para creerse con derecho a definir la vida de miles y millones de ciudadanos. Si la responsabilidad de un gobernante es proteger la vida y buscar el bienestar colectivo, este requiere entonces una alta preparación. La idea común, de considerar que cualquier individuo puede llegar a ser gobernante, es un despropósito, es un peligroso espejismo. Antes de postular a un cargo público los políticos deberían reflexionar primeramente si tienen los cojones u ovarios bien puestos. En segundo lugar si cuentan con un alma lo suficientemente generosa para servir desinteresadamente a su pueblo. Y en tercer lugar si tienen el conocimiento necesario para proponer soluciones a las innumerables necesidades de una localidad o país. Para el ejercicio correcto del poder no son suficientes las buenas intenciones, los diplomitas ni las relaciones influyentes. La banda bicolor no convierte a un individuo cualquiera en brillante estadista por arte de magia. El manejo de la cosa pública es cosa seria. Otra idea común es pensar que, el elegido resolverá sus desconocimientos rodeándose de brillantes profesionales que lo acompañen o asesoren. Pero de qué sirve contar con eminencias si no se sabe qué es lo que se va a hacer en términos estratégicos, si no se tiene una visión de país, si no se tiene una postura pensada y coherente con respecto al mundo. El político es un vendedor de ilusiones, ya lo sabemos, pero al menos él, en tanto que individuo, debería tener un ideal, una utopía y un proyecto. Si el gobernante no sabe de astronomía, como tampoco de poesía y menos de urbanismo, como va a poder elegir a sus asesores con pertinencia. El cacique, príncipe o emir no puede construir una sólida morada, sino tiene un zócalo consecuente. Considerando y constatando que en cuestiones de gobierno, los partidos políticos existentes son nulos, pues designan a sus representantes en función del dinero que aportan a la campaña electoral, que el caos, siendo la norma, es el terreno ideal para los peores populismos, oportunismos y contrabandos, que los modelos de referencia son presidiarios o en camino de serlo, que la sinvergüenzura se erige en opulento estandarte y que la improvisación es la madre del cordero, ¿qué se puede hacer para remediar semejante pandemónium? Aparte de una reforma política seria, creo que se impone la creación de una Escuela de Altos Funcionarios. Ya existen desde hace mucho tiempo experiencias de esta naturaleza en Europa. Allí se forman a los cuadros para gobernar con criterio y conocimiento. La universidad peruana en su conjunto no tiene esta vocación. Gobernar es un arte, y como todo arte requiere manejar herramientas precisas. De gestión, de planificación, de reflexión, de análisis que comprometen múltiples disciplinas. Cuando a un presidente o a una gobernadora se le pregunte sobre asuntos de defensa nacional, de democratización de la cultura, de gestión del agua, sabrá responder con precisión y pertinencia. Más allá de generalidades o de discursos chatos, el gobernante debe tener una sólida formación en los diversos aspectos de la vida. Del mismo modo los ministros, gerentes o altos funcionarios. La competencia no es de derecha ni de izquierda. La competencia es el zócalo para edificar una morada que se llama país. Si no se enfrenta con valentía y creatividad el hecho de ser gobernados por improvisados, seguiremos perpetuando la desesperante vacuidad y la falta de horizonte actuales. Cada día de desgobierno es una ocasión perdida para crecer. Gobernar es un arte difícil, pero si se posee talento y preparación se puede contribuir con certeza al bienestar y a una ejecución digna de esa partitura llamada vida.

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