Una política sin decencia
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Estos últimos siete meses hemos visto como cada día el país viene siendo objeto de un conjunto de actos y pruebas, como quien intenta poner elementos en probetas de ensayo. Y al final el resultado viene siendo, aunque parezca increíble, que se ha encontrado la fórmula perfecta para empujar al país hacia el abismo.
Nuestra historia republicana no es ajena a grandes crisis, pero nunca habíamos llegado a tal nivel de incapacidad e ineficiencia, de desvergüenza y corrupción. Y todo ello tras el escudo de conducir “al pueblo” imagino que hacia la nada, porque progreso, estabilidad y gobernabilidad son ahora realidades ausentes de nuestra vida cotidiana. Y ello no es un asunto solo de Lima, se percibe y vive a nivel nacional.
Son muchos los que se preguntan ¿cómo es posible que un puñado de mafiosos, a muchos de los cuales se les sindica como integrantes de una o varias asociaciones criminales, estén a la cabeza de un país rico, histórico y con inmensas posibilidades futuras como el Perú? La respuesta no es fácil; pero desde mi perspectiva, la raíz de tan grave situación es la marcada voluntad existente, y enquistada desde hace muchos años, de hacer de la educación nacional algo de poco, poquísimo interés. Aquí no se trata de cifras con muchos ceros; no se trata solo de un porcentaje del PBI que no se ejecuta o se dilapida, tampoco de una promesa electoral, ya que la realidad de la educación nacional en cuanto a los docentes y la infraestructura, es peor que calamitosa. Deben haber muchos maestros heroicos, pero lamentablemente son los menos.
Es sabido que una población a la que se le priva de una educación de calidad, es una población que puede ser sometida por hambre, dependiente de la caridad gubernamental, carente de capacidad de competitividad y, por lo tanto, marginada del mundo laboral, con bajísimo nivel de comprensión y sometida a condiciones de vida realmente infrahumanas, es una población dócil, dependiente y con un universo futuro en el que no cabe si siquiera el sueño del éxito, del progreso, de la libertad, de la educación superior, del trabajo que dignifica y sostiene las propias esperanzas. Una población que en su gran mayoría es informal y en muchísimos casos subempleada, solo puede esperar la caridad y no la dignidad de sus derechos.
Y es solo la educación la que puede permitir y garantizar que un país, una sociedad salga adelante. No se trata solo de la instrucción ni de la transferencias de datos o conocimientos. Se trata de la educación que forma, enaltece, libera y abre las puertas a un futuro digno. Y una persona educada, puede ser un político digno y decente.
Con lo anterior quiero señalar que la cada vez peor educación de nuestros ciudadanos, se refleja en un actuar político cada vez menos decente, con menos valores y menor compromiso y más asociado a la preocupación por los propios intereses y no, en el conocimiento y la atención de las graves necesidades de la población a la que muchos dicen representar. Adicionalmente, los altos niveles de corrupción, incoherencia y defensa a ultranza de la mentira y del pequeño y pobre espacio de confort, va alejando a aquellos que, con capacidades y posibilidades, podrían hacer de la política un ejercicio digno, decente y del todo transparente. Ya la política no es un apostolado, es un negocio. Ya el ejercicio de un cargo público no es un honor y un compromiso, sino una posibilidad de beneficio personal; ya no es un privilegio el servir, sino un derecho el ser servido.
Pero esta situación, no es tolerable por más tiempo. No hay posibilidad alguna de pensar que esta aguda crisis de valores nos va a conducir, como por arte de magia, a recuperar el equilibrio, la tranquilidad, el progreso, la justicia, la equidad, pues un gobierno corrupto, que ejerce una política sin decencia, no puede sacar de la manga resultados buenos. Ya lo dijo el apóstol Lucas: “No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno” y, por ello, por los frutos se conoce a los hombres.
En estos siete meses, cuatro gabinetes no han podido mejorar el curso en picada por el que transita el gobierno. Un altísimo porcentaje de desaprobación, que supera el 75% debe llevar a pensar que, en efecto, la incapacidad política y moral es un clamor.
Pero, el problema no radica solo en la vacancia o la destitución. Va mucho más allá pues la carencia de prácticas políticas decentes, la falta de educación e instrucción de la población y lo trastocado de los valores ciudadanos, no permiten augurar un futuro diferente de manera inminente.
Prácticas políticas carentes de decencia las vemos todos los días cuando hay incoherencia en el actuar de no pocos parlamentarios; cuando muchos ministros esgrimen sin pudor alguno un historial de vida que los aleja de la probidad; un presidente que se ve envuelto en actos que lindan con lo inmoral y lo ilegal. Cuando comprobamos que diversos medios de comunicación se rinden a las medias verdades, esa prensa le enseña a la población, que en muchos casos es poco ilustrada, una manera equivocada de comprender lo que es una política decente. Cuando se comenten injusticias sembramos conductas delictivas como si fueran los modelos que corresponde imitar.
En política hay que ser decente y docente. Es un apostolado de la mayor dignidad y por ello, hay que trabajar mucho y no dejar de hablar de lo que es una buena conducta política, de los valores de decencia, honorabilidad, respeto y compromiso que deben acompañar a todos los que se acercan a ese universo de acción. Solo ese trabajo “de hormiga”, constante, persistente y sin desmayo, permitirá que nuevas generaciones de grandes y notables peruanos decidan ofrendar su vida y su mejor esfuerzo en aras de un futuro mejor para todos los ciudadanos. No podemos dejar de desear vivir en un país con orden y democracia, con educación y futuro, con igualdad y justicia.