Perú: un país que no se encuentra a sí mismo
— Redacción Diario El Pueblo —
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Desde hace ya un tiempo, y en especial desde julio pasado, el país transita por la vida como un ser sin rumbo. Y sin encontrar las referencias necesarias para que su marcha hacia el destino y la historia sea armoniosa, coherente, triunfal y decidida. Nuestro discurso de orgullo respecto a cómo nos gusta ver el país nada tiene que ver con la realidad que nos está tocando vivir. Y con esto quiero decir que si enfrentáramos el Perú a un espejo, la imagen que reflejaría la veríamos distorsionada, borrosa y del todo alejada de lo que nosotros creemos o queremos creer que es nuestro país.
¿Cómo nos definimos? Como un país multidiverso, rico, potencia mundial en minería, con un futuro que se sostiene, afirma y define en su pasado, con una geografía que por ser un reto fortalece al hombre, con una sociedad multirracial de gente alegre que hace de la danza y la música herramientas de expresión de su alma jovial, con un mar extraordinario, con una inmensa y sugestiva (por única) variedad de productos agrícola , cuna de civilización y así, podría seguir enumerando a aquellas maravillas que nos gusta mencionar u oír cuando se habla del Perú. Pero, la realidad que vivimos parece empujarnos a tener que manifestar que esa imagen idílica –que debería ser la real, porque así somos– nos devuelve una imagen distinta, opaca, turbia y en colores sepia, sin el brillo de los infinitos tonos de color como nos gusta sabernos.
¿Qué pasó, entonces, con la riqueza? Por qué estamos caminando hacia un notable empobrecimiento de los más pobres y un estancamiento en el avance hacia mejorar las condiciones de vida de muchos que necesitan, entre otras cosas, que se pueda satisfacer sus necesidades básicas como son agua, luz, desagüe y, por supuesto educación y seguridad. ¿Dónde va quedando ese hombre alegre y festivo? O cómo pedir que la fiesta y la alegría sigan siendo una constante natural cuando el progreso parece una entelequia, una realidad inalcanzable, cuando las esperanzas las vienen arrebatando con grosera impunidad. ¿Por qué nos negamos a ser exitosos, destacados y triunfadores en minería? ¿Es que nos duele reconocer que somos extraordinarios en potencial? Se viene conduciendo al país a la bancarrota minera por afanes políticos equivocados y por enfrentar al trabajador con el inversionista. O es que acaso el bienestar va a venir sin obtener de la naturaleza los recursos que necesitamos para triunfar, mejorar, invertir y progresar.
Si nos reconocemos, porque lo somos, como cuna civilizatoria, ¿qué está pasando con nuestros niños y jóvenes a los que se les viene negando el acceso a la educación competitiva, a la formación para ser adultos de éxito en el mundo entero? Es que rechazamos, también, la riqueza cultural de la que muchas veces hacemos gala o preferimos hundirnos en la mediocridad, porque amar al país y reconocer sus potencialidades no está de moda y porque parece políticamente incorrecto, elevar la voz pidiendo cordura, exigiendo educación, reclamando hacer de la educación el fundamento del progreso. Sin duda nos hemos olvidado de las frases célebres de “ama sua ama llulla ama quella” pues se viene haciendo del robo, de la mentira, del plagio y del beneficio sin esfuerzo una manera de ser de pocos, de aquellos que olvidándose de sus raíces, llegan al poder a trastocar esos valores y hacerse de un botín.
¿Por qué empiezan a ser escasos los productos de nuestra tierra? Escasos por caros, por elevadísimos costos de transporte que alejan a la mayoría del acceso a una buena alimentación y si a ello le agregamos la crisis de los servicios de salud, cómo podremos tener una población que rúa, baile y cante? ¿Será que la frustración es uno de los escalones para el pleno sometimiento? Pero ¡no! La grandeza del Perú va más allá de sus circunstancias y mucho más allá de la vergüenza que se tiene que vivir en estos momentos?
Ya lo había dicho Jorge Basadre: “El Perú es más grande que sus problemas” y quienes nos quieren llevar al despeñadero al que se llega por el latrocinio, incapacidad, mentira, plagio, falsedad, robo y destrucción, deben saber que no hay gobierno malo, por malo que sea, que no se enfrente al rechazo de la población y al desprecio de quienes, con engaño y/o equivocación, pudieron creer y esperar. Lo venimos viviendo en estas semanas. En todo el país hay una voz que clama y reclama coherencia, cambio de rumbo y esta exigencia, lejos de ser la voz de un pequeño grupo, es el grito de todo un pueblo.
Un país como el Perú, cuya imagen ha de ser siempre de gloria, de excelencia, de futuro y un gran mañana, no puede quedarse callado ni sometido a ver cómo los antivalores pretenden asentarse y cómo los más pobres, sufren las consecuencias de la incapacidad y el aprovechamiento.
Vivimos en este momento una crisis graves de valores y de contradicción porque las cualidades profesionales, de nada sirven ante un prontuario contundente; el esfuerzo de un investigador carece de sentido ante la simpleza de un plagio; la verdad queda arrollada por la mentira y el progreso se esconde por el latrocinio y el atropello de pocos. Y que no nos digan que la queja, el clamor y el rechazo pueden ser entendidos como “sedición”. No hacerlo, no manifestarse, no quejarse sería estar coludidos con el fracaso, sería estar ciegos ante una realidad de caos que nos golpea todos los días y sería, sin duda, dejar de ser solidarios y comprometidos con la inmensa mayoría de peruanos a los que el desarrollo, la educación, la salud y el progreso les son cada vez más esquivos. Y ello, no porque el Perú carezca del mayor potencial, sino porque vivimos un momento en el que nuestro país ha sido copado, tomado y secuestrado por quienes, por incapacidad o voluntad, quieren llevarnos al abismo.
Nunca es tarde para reaccionar y nunca es tarde para defender nuestra esencia y nuestra voluntad de vernos y vivir como lo que somos: un gran país.