Esperanza o expectativa
Por: Raúl Mendoza Cánepa
Un gobernante que genera esperanzas reunirá a todos en un esfuerzo común hacia el futuro. Un gobernante que genere expectativas, crea sus propios plazos perentorios. No es lo mismo decir que tenemos los recursos para llegar a ser una potencia mundial que decir: “¡Ya no más pobres!”. Crear expectativas es peligroso en política y lo es en la vida diaria. Una interpretación elemental de quien escucha es que la pobreza se terminará en lo inmediato y, por tanto, pronto vienen las mejoras; pero, ¿qué ocurre si arremete la inflación y los pobres se hacen más pobres? Para muchos la promesa (sincera o demagógica) se convierte en un engaño, al margen de su intención.
En una exploración dentro del universo virtual se encuentra la mejor diferencia: “La esperanza surge del puro deseo de que las cosas salgan bien; no requiere pruebas, sino esperar lo positivo a pesar de la evidencia. En cambio, la expectativa se va formando con la experiencia y es un intento de predecir qué podemos esperar en algunas situaciones o personas”. Los políticos visionarios se la juegan con la esperanza, recordando que podemos, los populistas solo aspiran a ganar una elección y, por tal, ni ellos mismos creen lo que ofrecen.
Ocurre en la vida cotidiana, cuando se permanece expectante de una oportunidad que, en realidad, fue solo una fantasía. Mientras más viva es la expectativa, mayor es el dolor de la caída y la pérdida de fe. No estés expectante, no eleves la intensidad de lo que crees, aún con visos de realidad e indicio. El dolor gratuito, la frustración y, lo que es peor, la sospecha de la reiteración como una mala racha oscurecerá tu destino. “No esperes nada de nada ni nada de nadie”, decía un maestro que le huía a los políticos porque lo era de filosofía y se las tenía todas consigo, sobre todo la sosegada ataraxia, abrazada por epicúreos y estoicos.
Nada peor que victimizarse en estos tiempos de víctimas ficticias, así que vale bien guardarse la memoria de los golpes en el cofre, y las injusticias y las decepciones. “No esperes nada de nadie, menos de los políticos que ofrecen revertir lo que se puede revertir haciendo lo contrario de lo que dicen que harán”. El populista que se compromete a acabar con la pobreza, cerrando minas, obstruyendo a la libre empresa y castigando la creación de riqueza creará pobreza, precisamente a la inversa de su promesa. El estadista que no miente, pero contagia su esperanza por un país mejor, es un hombre que distribuye esperanza y más si lo hace con la fórmula ideológica correcta.
No renuncies a la esperanza de quien ofrece lo viable, aunque se tarde un poco, huye de quien te ofrece llevarte al paraíso en la otra esquina. Por desgracia de esto último está hecha la política en América Latina.