INVITACIÓN AL REPETICUÁ
Por: Percy Prado Salazar
Los empresarios gastronómicos están matando a la más peruana de las costumbres alimentarias: el repeticuá.
Estofadito de carne, con su chinguirito de rocoto, la papita a punto de deshacerse para aprovechar el jugo del guiso… Por supuesto, repeticuá.
Ah, pero en los restaurantes muy modernos, muy limpios, muy de moda, repeticuá no solo es falto de elegancia sino que, sobre todo, atenta contra los bolsillos.
En cambio, en los hogares peruanos, repetir plato es una forma del amor.
Un chupe vuelto a servir simboliza la felicidad, la abundancia, el provecho compartido. La imagen del peruano franco y amigable aparece siempre junto a una mesa bien servida y a una olla milagrosa.
El repeticuá nos hermana, el repeticuá es nuestra bandera.
Ninguna madre, ningún padre, ningún amigo peruano ha dejado de ofrecerlo a otro peruano. El repeticuá no se rechaza, se celebra. El repeticuá es un alegre compromiso, una amistosa exageración.
Costumbre secular, mestiza, afirmativa es el repeticuá. No obstante, en los últimos tiempos, de remilgos y delivery, el paladar y la barriga compatriotas han caído en la tentación de lo ligero, de lo fácilmente digerible, del encanto por la ignorancia de aquello que se consume, del gusto por lo fácil y marquetero.
Esta preferencia por lo descomprometido, por la carne sin hueso, por lo molido y empaquetado, nos ha empachado y atontado el cerebro, nos ha entorpecido y diluido el carácter de la sangre.
Compatriotas comensales, en su mesa de este domingo familiar, el repeticuá es la mejor manera de traernos abajo a esos empresarios del táper y del gourmet turístico. El repeticuá es un camino seguro a la satisfacción. Este domingo, es día de repeticuá, de olla segura y conocida, la olla rojiblanca.