Las ferias del libro en el Perú
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía
Se repite que los peruanos no leen mucho. Es totalmente verdad. Tenemos uno de los promedios más bajos en lectoría en toda la región. Hay varios factores. Entre ellos, nuestro colapsado sistema educativo y, lamentablemente, no suele estar entre las prioridades de la política gubernamental. Sin embargo, hay loables esfuerzos individuales con algunos aliados más bien esporádicos que nos dan esperanza.
En los últimos meses hay una eclosión de ferias distritales en Lima con diversos y asimétricos resultados. Han ocupado parques públicos durante días celebrando el valor inmenso de la lectura. Lo mismo está sucediendo en algunas regiones. En todos los casos debido a esfuerzos de pequeños colectivos que ven en el circuito cultural una forma de hacer patria y redimirnos a todos de los largos olvidos. Incluso, se organizó recientemente con mucho entusiasmo en el local del Ministerio de Cultura una feria de editoriales independientes.
Pero aún hay mucho por repensar y hacer. Y la principal revisión es conceptual y volverla más eficiente en los objetivos concretos de los esforzados emprendedores libreros. En el caso del evento del Mincul, que agrupó a más de 70 pujantes editoriales denominadas independientes, fue una puesta de escena con una logística y arquitectura sugerente. Es necesario revisar el axioma de ese tipo de eventos. Una feria en una zona casi inaccesible reduce sus posibilidades de un mayor tráfico de personas y contacto eficaz con compradores posibles. Por lo visto, se ha invertido recursos en traer a la megaciudad limeña a los editores de varios puntos del país, a riesgo de tener un flujo de venta riesgosa. Es decir, lo que quieren los editores independientes es que se consuma su oferta. Que se compre lo que editan con tanto esfuerzo. Por lo tanto, no solo es colocarlos en un lugar apartado, como una vitrina a mostrar, sino, además, asegurarle con compra directa una parte mínima de su producción. De ese modo, no solo es el solitario y esforzado transeúnte el único que podría adquirir la bibliografía, sino que el propio ministerio o los municipios compren lotes mínimos para las bibliotecas del país. Así, cada feria sería también un reconocimiento financiero, real, urgente, y no un ejercicio simbólico, casi azaroso en la compra por parte de un ciudadano fervoroso.
A la par debe promoverse la producción de libros regionales. Necesitamos de las memorias literarias de las localidades y de autores que han sido olvidados por la maquinaria mediática. Recordemos que la industria editorial de las transnacionales es muy poderosa y cultivan una estrategia que opta por propuestas muchas veces reñidas con la calidad literaria. En cambio, las editoriales independientes son muy valiosas ya que son antagónicas a la lógica de la fama y el aupamiento de medios de comunicación vinculados a esas grandes industrias. Esa es su importancia.