La humana estupidez
Por: Juan Carlos Rodríguez Farfán
Según Carlo María Cipolla en su obra “Las leyes fundamentales de la estupidez” publicada en 1976 existen cuatro categorías de personas: -El incauto, que se caracteriza por hacer el bien al semejante sin obtener ningún beneficio personal. -El malvado, el que hace el mal al semejante y obtiene un beneficio personal. -El inteligente, el que hace el bien al semejante y obtiene al mismo tiempo un beneficio personal. -El estúpido, el que hace el mal a su semejante y no obtiene ningún beneficio. Estas categorías, esta tipología, están más allá de consideraciones de género, nacionalidad, edad, época, posición social o nivel intelectual. Según el autor cada individuo podría ubicarse en cualquiera de las variables antes mencionadas. La ventaja de una tipología es que nos interpela personalmente. ¿A qué categoría pertenezco? Al incauto, al malvado al inteligente, o al estúpido. Según las circunstancias nos comportamos unas veces como uno y otras como el otro. Alternativamente, sucesivamente, ¿Simultáneamente? Según Paul Tabori en su “Historia de la estupidez humana” (publicada en 1999), la estupidez está basada esencialmente en el miedo, miedo a la crítica, miedo a las otras personas, miedo a sí mismo. El estúpido es igualmente refractario a la empatía. Si el estúpido intentase ponerse en el lugar del otro, saldría de su condición. La estupidez es el error que persevera. El estúpido sabe que no debe hacer algo, pero termina haciéndolo de todas maneras. Tozudamente, ciegamente. Jean Francois Marmiot en “La historia universal de la estupidez” (compendio de estudios pluridisciplinarios publicado en 2019) propone que el nacimiento de la estupidez puede remitirse al Neolítico. Luego de cazar, un buen día el humano propone almacenar la carne de las presas. El stock de carne se constituye seguidamente en propiedad, la propiedad en riqueza y la riqueza en poder. A partir de ese acto de crear el stock, perdimos nuestro libre arbitrio y nos constituimos en seres dominados por quien poseía las llaves del almacén. El acto de almacenamiento, en apariencia anodino, va a significar sin embargo lo que Laurent Testot llama en la obra citada la auto-domesticación. El ser humano anterior al Neolítico, es decir anterior a la aparición de la agricultura según los estudios paleontológicos posee una capacidad cerebral mucho mayor que la del hombre de hoy. Los humanos modernos seríamos, según el científico francés, los descendientes de una raza que aceptó agachar la cabeza por simple reflejo de sobrevivencia. Para crear sociedad, nuestros ancestros cometieron la monumental estupidez de renunciar a su rebeldía cuando se percataron del injusto sistema que se constituía irremediablemente, renunciaron a su libre albedrio para someterlo a una soberanía ajena. La estupidez es un rasgo típicamente humano. En el reino animal no se encuentran manifestaciones ni comportamientos semejantes. Qué mejor prueba la situación actual de riesgo letal del planeta. Sólo la estupidez humana podría sabotear la existencia de su propia especie, con una contaminación demencial que, de continuar significará la desaparición del humano sobre la faz de la tierra. Sólo el ser humano, el homo sapiens, puede destruir voluntariamente su propia casa por no controlar sus afanes de confort y búsqueda grosera de placer. Y ni qué decir de la guerra. Estamos en la víspera de la tercera guerra mundial, una guerra nuclear que significará el fin del tiempo simple y llanamente, sino logramos controlar la soberbia de un estúpido peligroso llamado Putin. Si para el filósofo Michel Serre el humano es la única especie animal que comete errores, es igualmente gracias al error que hemos podido generar progreso, cultura y civilización. Permanezcamos optimistas, intentemos resistir a la estupidez propia como a la estupidez ajena. Intentemos ir más allá de nuestros errores. Todavía es posible. Empecemos por hacer actos que beneficien al semejante, a la colectividad, a todos.