DE LA GENERACIÓN DEL 80 (I)
Por: Dr. Juan Alberto Osorio

Introducción

El libro de Rolando Luque, “Viva Voz (Antología de la poesía en Arequipa, generación del 80)”, publicado en 1990, y la tesis universitaria “La Poesía Arequipeña: Difusión y publicación” (2003) de Erick Enrique Belzú, de manera especial, registran las revistas en las que aparecieron los primeros poemas de esta generación. En “Roña” (1976), “Margen” (1976), “Mesa de Partes” (1977) están los de Oswaldo Chanove, Rosa Elena Maldonado, Leandro Medina, Misael Ramos, Alonso Ruiz Rosas, Alberto Gamero (quien con el seudónimo de Cerezo, publicó por aquella época un libro de poemas sin título), Teresa Ruiz Rosas, José Alvear, Rosario Núñez, Mauricio Paredes, G. Silva, Fausto Ávila, V. C. O’Brien.

Como se ve, aparecen tres mujeres en estas postrimerías del 70. Después, siempre a fines de los 70, tenemos otras revistas más, como “Casa de Rolo”, “Bonifaz”, y la de extraño título “¿Y…” Hasta acá, los prolegómenos de esta generación.

La mayoría de estos poetas se embarcan en otro proyecto, señalado como mayor, y es el caso de la revista “Ómnibus”, cuyo primer número aparece en 1977, al que seguirán catorce, hasta 1984. “Ómnibus” lleva como pasajeros al más numeroso, compacto y duradero de los grupos que integran la poesía del 80 en Arequipa, al punto que a veces se cree que no hubo otros poetas. Hubo, e hicieron su ingreso en dos revistas aparecidas exactamente en 1980: “Eclosión” y “Polen de letras”. En la primera, asoman Luzgardo Medina Egoavil,

Rolando Luque, Odi Gonzales y Adolfo Salinas; y en la segunda, lo hacen José Gabriel Valdivia, Nilton Del Carpió, Leandro Medina, Esther Villafuerte, Silvia Adriazola, entre otros. En “Ómnibus” continúan Oswaldo Chanove, Misael Ramos, Rosa Elena Maldonado, Alonso Ruiz Rosas, Dino Jurado y Fausto Ávila. Excepto algunas palabras duras contra “Eclosión”, en un número de “Polen de letras”, las relaciones entre estos tres grupos parecen cordiales, con una mayor afinidad entre “Ómnibus” y “Eclosión”. A partir de 1980 también surgen otros poetas, en otras revistas, como “Chachani” y “Letrapueblo”.

En las antologías que circulan, la generación del 70 casi ha desaparecido. Demasiado joven para el 60, Brunilda Joyce (Lourdes Toya, 1948) sería la única poeta del 70 arequipeño. Luego de un inicio promisor, se excluye de la actividad literaria y termina silenciándose. Enrique Huaco (1929-1967), otro de los mencionados en esta generación del 70, no encaja en ella. Poeta de origen arequipeño, nacido y muerto en los Estados Unidos, y que viviera algunos de sus primeros quince años en Arequipa. Su libro “Piel del tiempo”, publicado póstumamente en 1967, lleva auspiciosas palabras de Pablo Neruda.

Aparte de Brunilda Joyce, sí hubo poetas del 70 en Arequipa. Fue el caso de Shelma Guevara que publicó su primer libro “Las Voces”, precisamente, en 1971. La exclusión de Shelma Guevara, sin duda, se debe al hecho de haber nacido en el Cuzco.

De los doce poetas de la generación del 80 antologados por Rolando Luque (Leandro Medina, Misael Ramos, Fausto Ávila, Oswaldo Chanove, Rosa Elena Maldonado, Alonso Ruiz Rosas, Nilton Del Carpió, Diño Jurado, José Gabriel Valdivia, Luzgardo Medina, Rolando Luque, Odi Gonzáles), excepción hecha de Valdivia que es «un arequipeño nacido por casualidad en el Callao», solo Odi Gonzáles no es arequipeño.

En la antología de Jorge Cornejo Polar, “La poesía en Arequipa en el Siglo XX” (1990) aparecen los nombres anteriormente mencionados, con la exclusión de Fausto Ávila, Dino Jurado, Rosa Elena Maldonado y Odi Gonzáles. Completan los diez consignados por Cornejo Polar para esta generación, Pedro Escribano y Porfirio Mamani. El primero, de una provincia de Arequipa, radicado en Lima, estudió en San Marcos y nunca estableció vínculos literarios con Arequipa. Porfirio Mamani radica desde hace mucho en Francia. En suma, los diez de la antología de Cornejo Polar son nacidos en Arequipa. Un tercer trabajo, el de Tito Cáceres, “Literatura Arequipeña” (2003), entrega doce poetas de esta generación. Aparecen como nuevos Adolfo Salinas, Jimmy Marroquin y Hugo Yuen.

En efecto, Salinas está entre los más jóvenes del 80; cosa distinta ocurre con Marroquin y Yuen que se ubican en el grupo de poetas del 90. Los doce poetas considerados por Tito Cáceres en esta generación son nacidos en Arequipa.

Los poetas del 80

Los poetas que integran la generación del 80, en Arequipa, son los siguientes, y de quienes hacemos breve reseña:

Rosa Elena Maldonado (1952) publicó “Corriente de Humbolt” (1986) y “Dulce mal que llevas conmigo” (1995). Poemas suyos aparecieron además en la plaqueta “Escritos, N° 27” (1990). Se inició con el grupo de la revista “Ómnibus” y en “Roña” (1976). Desde el inicio su poesía muestra precisión escritural. No es abundante sino adecuadamente medida. Por momentos prevalece la descripción, realista o imaginaria, o mejor, ambas a la vez; en otros, una especie de preocupación existencial, que no llega al dramatismo, combinando vivencias y deseos, en un espacio de cotidianidad. Todo ello deja la sensación de un río interior, rítmico y sosegado. También tiene unos textos que no se sustraen de cierta sensualidad, de cierto erotismo, en este caso, reflexivo y sereno. Entre un intimismo y un espacio externo y mayor, con un léxico que en algunos revela su formación profesional, construye imágenes de lograda madurez.

Oswaldo Chanove Zavala, (1953), publicó “El héroe y su relación con la heroína” (1983), “Estudio sobre la acción y la pasión” (1987) y “El Jinete Pálido”. Perteneció al grupo de la revista “Ómnibus”. Su poesía es experimental, trabaja con elementos tomados de la cultura de masas, con imágenes visuales que discurren en relatos de rítmica fluencia, donde la acción, el movimiento, el suceso cobran primacía. Sus textos están poblados de combates, caballos, jinetes, con ejércitos de guerreros. Fabulaciones, relatos difusos, llenos de simbolismo. Por lo mismo, la idea de desplazamiento, de sucesión establece en la estructura del tiempo algo fundamental. Un personaje que emprende acciones fingidas y fugaces, que a veces se suceden vertiginosas y casi siempre parecen no cobrar una concreción. Otros tipos de codificaciones llevan a su poesía un nivel de experimentación, que problematiza la propia condición de poesía y sus tradicionales formas escritúrales.

Leandro Medina, (1954). Sus primeras publicaciones aparecen en 197 6, con el primer número de la revista Margen, luego siguen poemas en otras, como Polen de letras, Eclosión, La gran flauta. Ha publicado el libro Los muros de la ciudad (2002), con bastante retraso, pues estuvo anunciada casi veinte años antes, con prólogo de Raúl Bueno. Este libro es virtualmente el primero de Medina, toda vez que las anteriores publicaciones individuales que él señala, como Tambo Rojas y otros «poemas, “La palabra pide la palabra”, “Poemas sueltos”, “Prosario”, “Poemas desde Madrid”, son prácticamente desconocidas, excepto la plaqueta “Urgencias cotidianas”, en la serie Escritos, de 1988. Su poesía en sus inicios tuvo una fuerte preocupación social, algo contestataria. Con los años adquiere cierto reposo, abandona los excesos de entusiasmo. Una poesía que parece fundada en la experiencia vivencial y la observación de las cosas. De allí las andanzas de algunos de los sujetos de sus enunciados y el afán descriptivo, que apela al contraste y la reiteración, y con ambos elementos, destaca lo viejo, lo antiguo, en lo que parece un propósito de crear una atmósfera reconocible de la ciudad. Y entre estos poemas bastante referenciales, asoman también algunas dudas, algunas angustias, cuando se siente ganado por la reflexión.

De Fausto Ávila (1955) se conocen escasos poemas, aparecidos en diversas revistas, como “Margen” (1976), “Ómnibus” (1982), “Chachani” (1987) y la limeña “Harawi” (1987). No se le conoce libro publicado. En los versos que han circulado se advierte un esfuerzo por objetivizar los enunciados. La aproximación al tono épico, a los ritmos enérgicos, distancia su poesía de la delicadeza, de la tibieza de otros poetas. Sus imágenes son construidas con elementos de la vida cotidiana, que llegados al poema buscan formas de existencia más rotundas y concluyentes.

(Continuará).

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