Quinto nivel del desarrollo socioemocional: “Trabajar siempre un dialogo inteligente”
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

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Hoy quiero contarles una historia que probablemente sucedió hace más de dos mil años atrás y que nos ayudara a entender el valor de una pérdida y la construcción de un diálogo inteligente.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

“Un sábado en la tarde Jesús ingresó corriendo al taller de su amado padre, José. Lo buscó por todo el taller y no lo encontró. Luego salió corriendo y mirando de derecha a izquierda vio la silueta de su padre y lo halló sentado en una roca en un descampado algo lejos de casa. Algo confundido fue caminado lento a su encuentro y estando cerca de él le interrogó ¿papá, por qué no estás en el taller como siempre?, José hizo silencio y lo invitó con un gesto a tomar asiento en otra roca y a contemplar aquel desierto que se hallaba delante de sus ojos.

¿Qué es lo que miras? – le interrogó aquel padre con cierto aire de curiosidad.

El niño lo miró con una mezcla de ternura e ingenuidad y respondió:

¿Un desierto?

Estas seguro de ello – sentenció aquel padre lleno de afecto.

El niño Jesús dudo de la respuesta que dio. Trato de pensar en una respuesta más inteligente, pero por más que hacía esfuerzo no hallaba otra palabra que decir.

Aquel silencio llevó a José a caminar un momento. Giró la mirada hacia a aquel niño confundido y con el índice izquierdo en los labios lo invito a hacer silencio. Luego llevó el mismo dedo índice a su oído y sin palabra alguna lo invitó a oír y a su vez lo instó a cerrar los ojos.

El viento susurró leves compases en el proceso auditivo de aquel frágil y tierno niño. La rama seca de un árbol fue rota y aquel crujido fue percibido. El andar lejano de algún animal le llamó la atención y el graznido de un ave le llevó a abrir los ojos.

El padre del maestro del amor abrazó a su hijo y señalando con el índice a la distancia interrogó:

¿Qué ves?

Habiendo abierto su mente a una experiencia distinta y habiendo gozado de las caricias de aquel pedazo de la naturaleza, Jesús respondió:

Vida. Veo una vida que se está desarrollando, contempló una vida que esta pronto a germinar.

José, se alegró con aquella respuesta y abrazó muy fuerte a aquel niño, a ese lucero, a aquella luz eterna de vida que estaba dando sus primeros pasos en el proceso de entender la verdad del mundo.

Luego de intercambiar algunas frases y expresiones José con aire nostálgico pronunció:

“Mi pequeño Jesús, hoy aprendiste una lección que aun hoy muchos que comparten mi edad no pueden desarrollar. Hoy aprendiste a contemplar la otra faceta de la vida, aquella que se halla en el polo opuesto del jardín de mamá.

Pero sin desmerecer lo avanzado quiero decirte que hoy aprendiste algo más valioso, pudiste percibir aquello que muy pocos pueden sentir. Aprendiste a valorar un páramo, aprendiste a sentir la vida que fluye sobre él y lograste hacer tuya la potencialidad que vive en la esencia de esa tierra desértica, pero todavía aprendiste más.

Hoy, mi amado serafín, tu mente se formó en el arte de no juzgar a los seres humanos por aquello que lucen, por aquello que muestran o aquello que quizá sientan. Aprendiste a valorar a todo ser vivo por lo que realmente es y no por aquello que evidencia. Y ¿sabes qué?, todo ello es muy importante en la vida, aprender a no juzgar y a valorar es algo complicado en un primer momento, pero una vez interiorizada bien la lección es un hábito que construirá tu ser e iluminará la vida de aquellos que compartan tus aprendizajes.

Mi amado Jesús, tu madre y yo, tenemos una misión muy grande por cumplir: alimentar con nuestros actos y enseñanzas tu ser. Que misión para más complicada porque no solamente somos los padres de un niño maravilloso, somos los padres que deben cultivar el jardín del futuro maestro del amor.

Y un maestro del amor debe ser asertivo, empático y justo; un maestro del amor es aquel que siempre da una nueva oportunidad para cambiar y a la vez dibuja el camino de aquel que desea ser distinto, pero a la vez ser uno mismo. Un maestro del amor es aquel que valora los desiertos existenciales que cargamos y que también es aquel que se deleita con las rosas y girasoles de nuestro jardín mental.

Un maestro del amor es aquel que SIEMPRE ELIGE UN DIALOGO INTELIGENTE para expresar todo aquello que siente y es aquel que se conoce y, por ende, conoce a aquellos que le rodean.

Pero ¿qué es un diálogo inteligente? Es aquel que se viste de gratitud por la compañía, es ese otro que comparte frases de alabanza por la alegría o por el aprendizaje que nos traen como presente todos los seres vivos que cruzan sus senderos de vida con el nuestro, es aquel que nos lleva a ver la riqueza en el desierto emocional de dolor ajeno y que invita con palabras dulces a acariciar esa riqueza y a no rechazarla.

¡Aquel que conoce el arte del diálogo inteligente siempre tiene una frase de optimismo y una sonrisa contagiante para ofrecer!

Hijo mío, la gente de nuestro tiempo tiene mucho dolor y solo ve en su mente un desierto eterno. Llena tu mente de alegrías y aprendizajes, llénala de rosas de sonrisas y de violetas de empatía y, un día de aquellos, cuando estés listo para desarrollar aquella misión por la cual has venido a este mundo, comparte ello, comparte esas semillas de vida y riega esas semillas en esos desiertos mentales de dolor.

Tu diálogo inteligente surgido en la más profunda alegría dará vida a esos páramos mentales y la esperanza y la fe por la vida fluirán.

DATO

No tengas miedo de ser feliz en un mundo lleno de dolor, el dolor es algo natural, el dolor es el punto de partida de la felicidad, el dolor es el abono necesario para que se desarrolle la semilla de la contemplación y la solidaridad; el dolor es lo más maravilloso que podemos experimentar, es aquello que nos despierta del letargo y que nos enseña a valorar nuestra vida y a cultivar en sus tierras las mejoras semillas de sabiduría emocional”.

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