La timba del oportunismo
Por: Carlos Rivera – El Montonero
“Sabemos lo que somos; pero no lo que podemos ser” William Shakespeare, Hamlet
Martín Vizcarra Cornejo es uno de los grandes enigmas de nuestra posmoderna política peruana. No es un improvisado pero tampoco un político ducho en gestos o alocuciones poderosas ante el populacho. No es un líder de masas o de una postura empática desde las formas de su cuerpo o la sincronía de su voz tosca –pero segura- que encienda el corazón de las multitudes. No es de ideas magnánimas o tesis intelectuales, no tiene obras que acentúen su gestión en la memoria histórica de los peruanos. No agita conciencias como Fernando Belaunde Terry (un arquitecto con perfil de estadista y de moderada gestión en sus dos gobiernos: 1960-1968 y 1980-1985) por una obra como la Carretera Marginal de la Selva o como Alan García Pérez (1985-1990 y 2006-2011), quien recurrió a los tradicionales mítines para ganarse otra vez la adhesión del pueblo en una plaza pública recitando el 27 de enero de 2001 a Calderón de la Barca o trompearse desde cualquier tribuna con quienes le salían al frente contra los riesgos de su propia imagen siempre belicosa. Tampoco ostenta dotes como el educado verbo del desaparecido Valentín Paniagua. No tiene la audacia y el brillo político de Luis Bedoya Reyes (además de una ironía de alto vuelo) ni es un referente colosal de la tecnocracia peruana.
Entre la frialdad de los cálculos o la capacidad discursiva se mueve el punto medio de un raciocinio (que él se ha encargado de vender como “estilo provinciano”, “estadista pragmático” a sus eventuales biógrafos enamorados de sus hazañas) que hizo del acomodo práctico un pensamiento estratégico (siempre en la vanguardia y con recetas al alimón para todos los gustos) mientras sus enemigos o discrepantes de sus actos de poder intentaron comprenderlo –y combatirlo– desde la lógica de un político, por así llamarlo, tradicional. Y los cuestionamientos con los que quisieron disputarle su liderazgo no le hacían mella a sus altas cifras de aprobación desde que juramentó como presidente de todos los peruanos en marzo del 2018 y llegó a su clímax cuando ordenó el cierre del Congreso el 30 de septiembre de 2019. El poder no tiene territorio exclusivo, no se circunscribe a la geografía, a la piel, género, aristocracia o estirpe pueblerina. Cuando su sensualidad penetra en cualquier persona y bebe sus prodigiosos desafíos o diabólicos manjares al momento se le revelan las potenciales cumbres borrascosas o moradas de incertidumbre y ya uno no puede eludir los arrebatos de la soledad que impulsa a cualquier hombre o mujer por insospechados caminos de la ofuscación. Los soporta estoicamente y le dice adiós a la simple civilidad.
Jon Snow, el bastardo de la Casa Stark en la serie “Juego de tronos”, quiere entender la libidinosa vida y ambiciones de Tyrion Lannister y le pregunta: “¿Por qué lees?”. Tyrion responde: “Mi hermano (Jaime Lannister) tiene una espada, el rey Robert tiene su mazo y yo tengo mi mente. Pero una mente necesita de libros como una espada de una piedra de amolar.”
Tyrion es un referente de la estrategia para comprender los caminos del poder y sus gigantes sacrificios. Es una mezcla de Maquiavelo con James Dean. Arrogante y putañero. Reconoce su condición física (se divierte cuando le dicen enano y él mismo patrocina ese calificativo que debiera humillarlo). Juega a vilipendiar y somete a quien sea con sus diálogos inteligentes en perversas insinuaciones a su favor o para deshacerse de cualquier enemigo que le haga sombra. Aprende de cada amargura y se supera a sí mismo resolviendo desde su cerebro las ecuaciones del poder y las conspiraciones a las que debe someterse para sobrevivir y no claudicar ante la desesperación. Es un héroe de la resistencia. De nada sirve llegar a la cima y luego caer como una torre de cristal o perder la cabeza ante un verdugo porque simplemente no ajustó bien cada una de las estrategias.
Nuevamente aconseja a Snow con unas palabras que enaltecen su elevado raciocinio del poder y la tenacidad: “Nunca olvides que eres un bastardo, porque desde luego el mundo nunca lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte.”
Vizcarra fue producto de oscuros juegos de poder y de una eficaz alianza de intereses(tecnocracia caviar y una prensa alcahuete) que abastecieron de todas las piezas del ajedrez político a su favor. Aprovechó el descrédito y las emociones negativas de la muchedumbre hacia los partidos, se compró el pleito contra el siempre desprestigiado Congreso, supo aliarse con quien debía y sacar ventaja cuanto pudo hasta –si es posible- deshacerse del amigo que le dio su respaldo respondiéndole con un beso de traición y continuar su justiciera tarea de estadista. Todo ello con el pacífico rostro de su nobleza provinciana que le ayudó a superar las adversidades de su gobierno, encubrir sus limitaciones y sensualizar la miel de su autoritarismo.
Cuando en el año 2016 me enteré de que PPK llevaba en su plancha presidencial a Martín Vizcarra lo recordé como invitado a Cátedra Arequipa, un evento académico realizado en el 2012 para abordar el tema de la descentralización. Su nombre generaba expectativa en la prensa y en cualquier aprendiz de líder político.
Me parecía más confiable que Pedro Pablo Kuczynski. Me interesaba verlo en la cancha con jugadores de mayor peso político ahora con un alcance nacional y como candidato a primer vicepresidente de la república. En esos tres años obviamente muchas cosas habían pasado, aún no acababa el gobierno de Ollanta Humala y era amenazado con posibles denuncias contra su esposa Nadine Heredia y las repercusiones de las famosas agendas eran la comidilla de los medios. La fiscalía la tenía en la mira. El fujimorismo con Fuerza Popular seguía siendo una organización política con una eficaz maquinaria a nivel nacional en militancia y seguidores intentando llevar a la presidencia a su lideresa Keiko Fujimori desde el 2011 y en esas elecciones generales era una fuerte candidata a gobernar el Perú.
PPK también venía de un intento en el 2011, cuando varios partidos respaldaron la alianza (Partido Popular Cristiano, Partido Humanista Peruano, Alianza Para el Progreso y Restauración Nacional) que bautizaron como “sancochado” y que lideraba el economista graduado en Oxford, premier y ministro del gobierno de Alejandro Toledo Manrique (2001-2006). No tuvo mayor protagonismo en una campaña donde Ollanta y Keiko pelearon una segunda vuelta que dio como ganador al líder del Partido Nacionalista.
Fue una alianza torpe, sin pegada y aceptación entre los electores. Le faltó contundencia. Gruesos errores políticos lo llevaron al fracaso. La ciudadanía lo identificó como el candidato “pituco”. Sus aspirantes a vicepresidentes del 2011 (Máximo San Román y Marisol Pérez Tello) pasaron casi desapercibidos en la campaña. En el 2016 debía apostar por una organización más independiente y con mayor capacidad de articular mejores cuadros políticos y una figura como el ingeniero Martín Vizcarra y sus méritos de eficiente gobernador regional en Moquegua lo pusieron en la mira como un valor que sumaba en la campaña. Poco a poco ganaba protagonismo, tanto como asumir el cargo de jefe de campaña en vez de Fernando Rospigliosi, quien fracasaba sin lograr sintonizar las estrategias con el interés del electorado y las encuestas demostraban un pavoroso bajón. Luego Vizcarra asomó en los debates técnicos o de candidatos a vicepresidentes e hizo diversas apariciones en medios reforzando los discursos del candidato presidencial. Así fue ganando con intrepidez y forzando la realidad a su favor un hombre que ya estaba presto a enfrentarse y codearse con los viejos zorros de la política peruana.
En los primeros meses del gobierno de PPK era un vicepresidente obediente acatando el nuevo estilo del presidente: hacer ejercicio en el patio de Palacio junto a todo el gabinete ministerial. A cargo de la cartera de Transportes parecía un técnico en su salsa de proyecciones declarando sus dotes de constructor. Se compró el pleito de Chincheros oliendo los posibles errores en su negociación, pero pagó caro la amistad y confianza de PPK hasta ser interpelado por el Congreso y luego renunciar a dicha cartera sin demostrar arrepentimiento por tragarse solo este lío. La performance de interpelación en el Congreso no fue una humillación a su persona, supo esquivar las pullas de la mayoría parlamentaria fujimorista y responder con autoridad técnica cada uno de los cuestionamientos. A pesar de eso sabía que su cabeza rodaba en las negociaciones políticas que se tejían bajo la mesa, pero era mejor morir de pie y no claudicar ante la multitud congresal. En un limbo de unos meses y ejerciendo el cargo de vicepresidente ad honorem, ya sin el sueldo de ministro, cree merecer algún cargo público que le dé tranquilidad económica a él y su familia (esto era solo un decir dado que aún tenía la empresa que había fundado con su hermano César: C y M Vizcarra). Fue designado como embajador en Ottawa. Sin saber inglés. Pero como político práctico contrató a un profesor de este idioma que se convertiría además en un amigo en el exilio canadiense, como lo relata la periodista Rafaella León en su libro Vizcarra. Retrato de un poder en construcción (Debate, 2019). Todo fue una salida negociada políticamente para alguien que había servido con honor y dignidad en horas de crisis hasta flagelarse públicamente y presentarse ante la opinión pública como un factor negativo para el gobierno entregando su cargo a los enemigos políticos para calmar las aguas.
Luego de unos meses ya lo tenemos como Presidente de la República ante la renuncia de PPK. En un primer momento intentó sortear negociaciones de paz con Fuerza Popular analizando alguna oportunidad de someterse a sus designios. Se deshizo del apoyo político de sus congresistas, unificó lazos con César Villanueva y dirigió su agenda de brazos abiertos a los gobernadores regionales y alcaldes, reconoció el terreno fértil de la necesidad de los medios de comunicación en componer unas sólidas relaciones con una agenda política básica caviar. Se rodeó de un grupo de apoyo que no fuera proclive a la traición o prebendas ante otros políticos rivales. Se acomodó a las demandas de los grupos LGTBIQ, mandaba mensajes de apoyo público no directamente pero sí al cuerpo de reclamos de la izquierda, donde lo vieron con buenos ojos (es una licencia que me tomo) y dispuestos a congraciarse en algunas luchas contra las perversas fuerzas del mal: el fujimorismo y el Apra. Supo ganarse el aprecio de un sector de políticos con fuerte apoyo electoral como Gino Costa y Alberto de Belaunde, provocar la adhesión de Pablo Cateriano, ex premier del gobierno de Ollanta Humala, acérrimo antagonista del Apra y del fujimorismo. Asumió la bandera de la libertad de expresión pechando a la llamada Ley Mulder en defensa junto al conglomerado de medios de comunicación más importantes que se habían comprado el pleito de la defensa de sus intereses.
Vizcarra gobernó en la vorágine de sus improvisaciones al lado de personajes que nunca le hacían sombra ni le cuestionaban sus equivocaciones o su legitimidad. Fue el héroe de sus pobres batallas mientras sus miserias e incapacidades siempre fueron evidentes. Construyó su fortaleza en la suma de apoyos mediáticos, una ruma de sirvientes dizque demócratas e institucionalistas, y las burbujas de las encuestas que lo adornaron como un magnánimo hombre de estado preocupado por la integridad y la justicia de los peruanos. Acabó denunciado por corrupción. Nunca le interesó verdaderamente la reforma de los partidos políticos, ni de la eficiencia del sistema de justicia, avaló el acuerdo con Odebrecht y por poco se saca los ojos para impedir destituyan Rafael Vela Barba y José Domingo Pérez. Responsable de la contratación de Richard Swing en el Ministerio de Cultura, maltrató públicamente a su ex asistente Karem Roca a quien le responsabilizó de conspirar contra su buen nombre, se vacunó tres veces, hizo la peor gestión de la pandemia del mundo, y ahora su ex ministra de salud, Elizabeth Hinostroza afirma que Vizcarra politizó la compra de pruebas rápidas en un momento que la muerte acechaba.
Tengo en mi memoria los aplausos y sonrisas heroicas de Marissa Glave en el Congreso ante el discurso dado por Martin Vizcarra el 28 de julio anunciado el adelanto de elecciones, las marchas de Julio Guzmán y Verónika Mendoza defendiendo a este campeón de los canallas.