La verdadera marca Perú
Por: Christian Capuñay Reátegui
Aunque cabría considerar forzada la afirmación, podríamos citar como una de las primeras muestras de divisionismo el enfrentamiento entre los hermanos Huáscar y Atahualpa, fratricida guerra que debilitó la capacidad del Estado inca de reaccionar y hacer frente a la invasión europea.
El período inmediato tras la independencia, conocido como El Militarismo, fue una pugna constante de caudillos castrenses por el poder en la naciente república. El caos que imperó en tal proceso impidió lograr la estabilidad necesaria para ordenar el Estado tras la guerra contra la corona y sentar las bases de un gobierno civil que enrumbara al país hacia un futuro más promisorio.
En la Guerra del Pacífico, el divisionismo fue un signo peruano. Fugado Mariano Ignacio Prado, las disputas entre los caudillos arreciaron y entorpecieron incluso la respuesta militar frente al enemigo. Mientras que en Chile hubo elecciones presidenciales en medio de la contienda, en nuestro país cundían el caos y la desunión política y militar, triste antesala y, sin duda, una de las causas de la ulterior derrota.
En el siglo XX, los diversos golpes de Estado perpetrados son la prueba de que la debilidad institucional que hoy lamentamos es un mal de larguísima data. La incapacidad de sostener gobiernos democráticos puede considerarse como el resultado de esa característica y de la incapacidad de nuestra clase dirigente por revertirla para fijar un norte común a través del consenso.
En la actualidad, somos testigos del enfrentamiento entre sectores políticos para los cuales, en el fondo, el diálogo es inviable. ¿Cómo dialogar con quien quiere desaparecer al adversario del panorama aprovechando los vacíos de la Constitución o incluso modificándola para convertirla en un instrumento funcional a sus intereses?
O, asumiendo el pensamiento de la otra esquina, ¿cómo buscar entendimientos con un sector que parece empeñado en provocar al oponente mediante decisiones políticas de dudosa conveniencia para el momento actual?
En sentido estricto, las cosas no han cambiado en el Perú. Los 22 años de gobiernos democráticos son solo un espejismo, una formalidad vacía de substancia. Asistimos cada cierto tiempo a elecciones, pero tales procesos representan solo la máscara que tapa profundas debilidades estructurales y problemas que no hemos sabido solucionar.
Lo que ahora está sucediendo es la continuación de nuestro statu quo político y es muy probable que el final sea similar al de procesos anteriores. No nos engañemos, la verdadera marca Perú es el enfrentamiento.