LOS REGALOS QUE DAMOS LOS PADRES
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

Cuando me reúno con “adolescentes conflictivos” llevados por sus padres a terapia a fin que “un extraño a la familia” pueda cambiar su modo de pensar arrogante, violento, displicente, aletargado u obsesivo me preguntó: “¿qué poder o capacidad puedo tener para lograr el milagro que me piden?, ¿qué extraño devenir del destino determina que padres e hijos no puedan solucionar sus conflictos en el clima placentero del ambiente familiar?, ¿qué ha llevado a este “adolescente conflictivo” a asumir estas conductas disruptivas ante sus padres o ante la sociedad? Realmente las respuestas a estas preguntas son tan amplias y complejas en un inicio y tan simples y concisas en su esencia: “falta de amor (y de diálogo) entre padres e hijos”.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Cuando llegó a esta conclusión (generalmente al finalizar la primera entrevista) la mayoría de padres la refutan indicando cosas como éstas, “pero doctor, yo le doy a mi hijo todo lo que me pide o todo lo que le puedo darle, le he dado un techo, alimentos, asistencia en salud, estudios, una mesada, tecnología…” y muchos otros bienes materiales y servicios.

Pero la esencia del reclamo de nuestro adolescente conflictivo no se halla en la entrega irrestricta de sus pedidos o en el incumplimiento de éstos, ¡no!; la esencia de su disgusto, rabia, rencor u odio se encuentra en la falta de amor de sus padres, en la intrascendente entrega de tiempo, momentos de ocio y expresiones de afecto que llenen su vacío existencial.

Actualmente, los buenos padres del siglo XXI, del siglo de la tecnología en 5G y de la sociedad del ocio, no saben compartir con sus hijos, solo saben llenar la insatisfacción de estos con bienes y servicios que a la larga incrementan sus insatisfacciones. Los padres del siglo XXI no saben encaminar sus pasos y su afecto, ellos, solo viven para dar o reclamar, ignoran largamente los principios que rigen las convivencias humanas y las normas que gobiernan el procesamiento del pensamiento y la buena salud mental; “esos buenos padres” solo están pendientes de sus hijos cuando desaprueba un examen, cuando infringen una norma o cuando fracasan en su proyecto de vida y, olvidan que un padre debe estar presente en cada momento de la historia del hijo para disfrutar sus éxitos y para acompañarlos a levantarse de un fracaso, que deben estar ahí para enseñarles que la vida es un regalo maravilloso que solo vale vivirse de una sola manera, a plenitud y que dicha vida está hecha de dos experiencias: la buenas que nos dan alegrías y aquellas que no son buenas y que son la base de nuestro aprendizaje.

Queridos padre, es nuestra primera responsabilidad ser seres presenciales y afectuosos con nuestros hijos; recuerden, los hijos buenos siempre nos juzgarán por nuestras ausencias y por ello Battista con razón exclamó: “el mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día”. Pero también recuerden, los hijos maravillosos que aprendieron a valorar la vida en el diálogo del regazo de sus padres siempre valorar esos momentos como los más importantes de su vida.

Los tiempos han cambiado y los principios que guían las relaciones entre los seres humanos han quedado desfasadas, vivimos en un mundo caracterizado por que es más fácil enviar un memorándum de llamada de atención que elaborar una carta de felicitación. Nos disgusta reconocer que alguien es mejor que nosotros y buscamos sabotear su acción, hacerlo quedar mal o ignorar sus logros. ¡Creemos que nadie puede ser mejor que nosotros e ignoramos que el crecimiento de las personas que nos rodean ayudan al desarrollo de nuestras capacidades por desarrollar!

Soy un ser humano que cada día quiere creer en la bondad de los seres humanos y en especial de los padres. Por ello comulgo con el pensamiento de muchos de ellos cuando afirman con sustento que un padre nunca debe desearle mal alguno a su hijo mas bien debe apoyarlo incansablemente, debe incentivarlo a que logre sus sueños y a que alcance sus metas. Nunca podría afirmar que un padre busque el “perjuicio concientemente” de su hijo pero hoy quiero explicarles algo que han obviado estimados padres en su proyecto de desarrollo familiar. Nuestros hijos, los seres más importantes de la creación del universo de cada hogar hoy en día llegan a casa luego de haber estado desarrollando sus actividades de aprendizaje durante seis o más horas de modo consecutivo, han cumplido con sus responsabilidades en el colegio y a diario van escalando el desarrollo de cada una de sus habilidades y cuando vuelven a su hogar a compartir sus triunfos, sus logros o quizá alguna pena del camino del aprendizaje quizá si tienen suerte a la primera persona que encuentran es a la empleada de hogar que apenas si lo saluda, a una madre disgustada por las tareas domésticas o en el peor de los casos una nota (tal vez en la ´pantalla del celular) que dice “calientas tu comida, tus padres que te amamos”. Se ha esforzado todo el día y solo encuentran migajas de cariño o indiferencias de afecto.

Yo me pregunto al contemplar esta desolación de afecto: ¿qué grave falta han cometido nuestros hijos para vivir en un hogar donde la llama del cariño se apaga a diario y donde la deprivación afectiva inunda los corazones de la naciente juventud?

Me pregunto dónde quedaron esas preguntas maravillosas de los padres en las puertas de casa a la mitad de la tarde y que sonaban asi “¿hijo como te ha ido en el colegio?, ¿hijo mío, que tal tu día?

Ahora pienso que tal vez mi memoria es muy añeja y por eso recuerdo con afecto aquella frase de mis padres al llegar a casa y contemplar la hoja del examen entregado ¡qué bueno que has sacado una buena nota en el examen que rendiste ayer!

Hoy solo hay frías paredes que esperan a nuestros hijos en casa. Y es que los padres del siglo de la tecnología y niubiz no llegan a entender que la deprivación afectiva lastima mas la inteligencia y la competividad de nuestros hijos que cualquier accidente físico cerebral.

Con esfuerzo en cada nueva entrevista busco llegar a la conciencia de los buenos padres para que sean padres maravillosos, padres que compartan su biografía con sus hijos y que les den de regalo sus caídas y sus lágrimas como actos de humildad pero a pesar de mis argumentos muchos padres cierran su razón y tratan de defenderse alegando: “Doctor, todos los días debemos de trabajar, si no lo hacemos ¿quién pagará los estudios de nuestros hijos, quién pagara las cuentas que tenemos o cómo cree que vamos a pagar su consulta hoy?”. Ante tales aseveraciones solo me queda sonreir o tal vez hasta llorar, llorar de impotencia cuando algún padre o madre, de modo complementario señala “somos unos padres que nos preocupamos por nuestros hijos, por eso trabajamos de sol a sol, entregamos nuestras vidas por ellos” y luego completan hidalgamente “que pena que mi hijo no valore mi esfuerzo”. Muchas veces el silencio es la mayor herramienta que puede tener un terapeuta de la vida y por eso, cuando la intransigencia quiere predominar en mis diálogos con padres que quieren amar a sus hijos pero que no pueden amarlos debido a su ceguera cognitiva callo, y luego de algunos largos segundos que parecen eternos en el conflicto de los buenos padres exclamo: ¡Ama a tu hijo y reflexiona tus palabras”.

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