ALIMENTAR A NUESTROS HIJOS CON AMOR
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

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Cuando un niño nace, padre y madre se entregan a su cuidado. Meses antes de su nacimiento ya tenían preparada la cuna, sus vestidos y hasta la habitación donde debiera de dormir.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Cuando un niño nace la alegría en los rostros de sus padres se hace evidente. El recién nacido pasa a ser una bendición para la familia. Genera reencuentros familiares y olvidos de afrentas y discusiones vanas.

Los nuevos padres le dan amor, cariño, ternura. Le brindan el calor de su hogar. No se limitan en nada y le dan las mejores comodidades al nuevo miembro de la familia.

He aquí el primer alimento que recibe el recién llegado: el amor y el compromiso por asistirlo por parte de sus padres. También recibe el amor, el cariño y el compromiso por parte de los hermanos mayores y del resto de la familia.

Este primer regalo es muy importante, refleja el compromiso familiar y el espíritu de solidaridad de sus miembros. Pero la ausencia de este primer regalo también significa la primera gran herida en el desarrollo emocional de ese nuevo ser.

Muchos padres han desarrollado la errada idea de que los recién nacidos, de que los niños pequeños no sienten y que no se dan cuenta. Han recibido una información equivocada la cual los llevará a cometer una serie de faltas que afectaran el desarrollo emocional y cognitivo de su menor hijo en los años venideros.

Un refrán muy antiguo y muy sabio decía: “lo que siembras, cultivas; si siembras problemas cosecharás tempestades”.

Muchos padres desatienden a su hijo en esos primeros momentos de su vida. No les prestan importancia. Los ven con odio o resentimiento por qué tal vez aquel nacimiento ha determinado que se trunquen los sueños y metas de ese padre o de esa madre. “Ahora ya no podré hacer tal estudio de post grado”, “ahora he de trabajar sin descanso para sostener a mi familia”, suelen ser algunas de aquellas quejas que expresan el malestar de muchos progenitores que no ven en el recién nacido una fuente de alegría sino una fuente de frustraciones y resignaciones a lo largo de sus existencias.

Los recién nacidos sienten. Las niñas un poco más que los niños. Si el ambiente familiar es favorable, expresarán alegría, sonreirán, se apegarán a sus padres y tendrán menos problemas de sueño y de apetito que los recién nacidos rechazados por sus padres.

Los neonatos que se van desarrollando en un ambiente de conflicto, donde el padre le falta el respeto a la madre o viceversa, donde hay indiferencia, desamor, desapego, deprivación afectiva u odio, desarrollan progresivamente mayores molestias gastrointestinales (se llenan fácilmente de gases), se ponen más irritables, duermen más horas o por el contrario permanecen un mayor tiempo despiertos en comparación a otros neonatos de edades similares. Fijan la mirada más tardíamente, se encuentra desmotivados, poco activos y muchos presentan baja de peso ya que permanecen más de dieciocho horas durmiendo y no lloran para pedir su alimento o por el contrario presentan sobrepeso al alimentarse ansiosamente. Lamentablemente muchos padres mantienen el concepto “un hijo gordo es un hijo sano”. Esa frase es una gran mentira, es la base de muchas enfermedades futuras de ese joven ser humano.

Pero detengámonos un momento en el concepto más importante del desarrollo emocional del ser humano en sus primeros minutos de existencia fuera del vientre materno: “¿Cuánto de amor le estamos dando a ese niño y cuántas oportunidades de desarrollo a futuro le estamos brindando con esa primera relación y, por el contrario, cuántas oportunidades de ser exitoso en la vida le estamos quitando con nuestras actitudes críticas de indiferencia, odio, resentimiento, en fin, con nuestro egoísmo?”

Algún amigo cuando le hablaba de estos temas me decía, “el éxito de un ser humano se basa en la calidad de su estudio y en la exigencia académica de sus padres y de su escuela”. Hoy en día esos conceptos están siendo relegados a un segundo plano. Ahora conocemos que el desarrollo cognitivo de un ser humano se basa en las cimientos y columnas emocionales forjadas en su ser desde el momento de su nacimiento hasta los momentos anteriores a su ingreso a la escuela.

Carlos Cuauhtémoc Sánchez en su libro “Dirigentes del Mundo Futuro” señalaba: “un auténtico dirigente del mundo no surge de las aulas universitarias; se gesta en el jardín de niños, se forja en la primaria, se fortalece en la secundaria y se desarrolla en el Bachillerato. Cuando llega a la Universidad, ya está hecho. Ahí, solo adquiere conocimientos”. Quizá habría que complementar a ese concepto de 1999, ya que un Auténtico Dirigente del Mundo Futuro antes de gestarse en el jardín de niños, recibe la más noble formación de amor, respeto, comprensión, disciplina y entrega en el hogar familiar.

Lamentablemente muchos padres piensan que la base formación del ser humano se halla en los sistemas de educación (escuela, colegio, universidad). Estos sistemas si bien favorecen el desarrollo social e intelectual del ser humano no podrán potenciarlo plenamente si la base de una inteligencia emocional esta pobremente desarrollada o ausente.

El niño aprende en su hogar, a través del modelo de los padres y de su amor a ser comprensivo, a valorar su vida y a valorar la vida de los demás. Aprende a valorar el esfuerzo de sus padres, su esfuerzo propio y el de los demás.

Pero aquellos padres que no permiten que sus hijos desarrollen estas aptitudes en el marco familiar le están fallando a sus hijos y se están fallando así mismos. Años después se preguntarán ¿por qué mi hijo es así?, ¿por qué mi hijo es agresivo, violento, no respeta ni valora su vida y no respeta ni valora la vida de los demás? Por supuesto que si un niño o un ser humano no valora su vida ni valora la vida de los seres humanos que le rodean, los bienes inferiores al valor “vida” serán mucho menos estimados.

Badén Powell decía: “el niño no aprende lo que los mayores dicen, sino lo que ellos hacen”.

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