Una final inédita en Catar 2022

EL CANTO DE CISNE DE MESSI

El mejor futbolista del siglo XXI se despide de las copas del mundo intentando darle la tercera estrella a Argentina

Por: Orlando Mazeyra Guillén

El sólido defensor croata Josko Gvardiol tiene apenas veinte abriles y es, sin ápice de duda, un auténtico gladiador. Se trata de una de las grandes revelaciones de la Copa del Mundo de Catar 2022. Sin embargo, en la semifinal entre Argentina y Croacia, Lionel Messi, de 35 años, lo dibujó de forma inmisericorde –“podré contarles a mis hijos que jugué contra Messi”, ha confesado–, haciéndolo quedar como un aprendiz, casi como un calichín sin mayores aptitudes futbolísticas para el arte de defender (porque, contrario a lo que dicen los puristas del fútbol, defender también es un arte, como lo ha demostrado la sorpresa mayúscula del torneo: Marruecos).

Argentina, una vez más, ha logrado lo impensado: llegar a una final del Mundial de Fútbol remando, guapeando, mostrando el cuchillo con los dientes apretados, exhibiendo la consabida estirpe del fútbol del Río de La Plata. A priori: el cinco veces campeón Brasil asomaba como el favorito e inclusive la selección de Luis Enrique —ama y dueña del fútbol sin arcos, del pase preciso y de la cadencia más soporífera, preñada de academia pero sin chispazos de calle, de esquina, de barro y de cemento— parecía una gran candidata. Alemania otra vez se quedó en la fase de grupos e Italia ni siquiera llegó a la justa mundialista.

Una final entre América y Europa, con la esperada victoria de los albicelestes, resultaría siendo una cura en salud para el millonario fútbol europeo y para los cándidos que aún siguen creyendo que una Eurocopa es más competitiva y difícil de ganar que un Mundial. Con todos sus inconvenientes y desmadres, este criticadísimo (y con justicia) campeonato futbolero catarí de la FIFA ha ratificado una vez más que el fútbol arropado por la necesidad y la indigencia, que es el pan de cada día en América Latina, es el que produce los auténticos talentos que marcan la diferencia.

Los enemigos de los albicelestes –que los hay por montones, por supuesto– dicen que, así como no saben perder, tampoco saben ganar. Por eso los dirigidos por Lionel Scaloni se burlaron de los naranjas caídos luego de la infartante definición por penales que dejó fuera de carrera al equipo de Louis Van Gaal. Es precisamente una falta de “rigor” sudamericano (vean un poquito, con sus sombras y sus luces, la Copa Libertadores de América) el que produce esos señalamientos envidiosos que, en buena medida, llegan de la mojigata prensa deportiva española.

Por ejemplo, en La Masia, cantera del Barcelona, les enseñan a los niños que no sólo no hay que burlarse del rival derrotado, sino que es menester consolarlo. Pues bien, los felicito. El Mundial del Fútbol es irse de bruces con la realidad; y se juega con todas las armas habidas y por haber: la boquilla, el insulto, la puteada y hasta el gesto obsceno o la provocación más indecorosa (y todo debe quedar dentro del terreno de juego, como ha explicado Roberto Carlos, recordando la célebre rivalidad entre argentinos y brasileños). Cuando vamos a un estadio de fútbol no asistimos a un teatro como sueñan en España, sino a una guerra simbólica. El fútbol no es un entretenimiento, como ha señalado Jorge Valdano, sino un espectáculo trágico.

Y trágica podría ser la despedida de Messi de las copas del Mundo sin alzar el único título que lo pondría en el parnaso de gigantes como Pelé, Maradona y Ronaldo (el verdadero: el Fenómeno brasileño, el mejor 9 de todos los tiempos).

Cuando alguien dice “Argentina” yo no pienso en un país, ni siquiera en Maradona, sino en una sola palabra: “Pasión”. Argentina, para mí, es sinónimo de pasión sin límites. La pasión, en cualquier ámbito, mueve al mundo. Así de simple y de complejo.

El argentino es el fútbol que aprendí a amar cuando, desde la primaria, escuchaba el programa deportivo que conducía el fallecido Pierre Manrique en la modestísima Nevada Radio (una emisora “de provincia”, como le llaman en la capital).

Argentina posee el fútbol que produjo a los futbolistas que amo y admiro hasta el final de los finales, hasta el último aliento: Diego Maradona, Gabriel Batistuta, Claudio Caniggia, Lionel Messi, Juan Román Riquelme y, sí, Bernardo Cuesta, el ídolo y leyenda de mi equipo de fútbol.

Todos los viernes por la tarde cumplía el mismo rito: tirar taba desde casa hasta la calle Mercaderes para comprar la última edición de “El Gráfico” y aprenderme de memoria las formaciones de Boca, River, Estudiantes, San Lorenzo, Newell’s y tantos clubes del glorioso fútbol argentino que no sólo produce futbolistas excepcionales sino también entrenadores de primera fila como Bielsa, Simeone, Scaloni, Menotti y un largo etcétera, pues, como ha afirmado el escritor y periodista inglés Jonathan Wilson, “la única esfera en la que Argentina ha cumplido su promesa es en el fútbol, que es probablemente la razón principal por la que ha adquirido un significado tan inmenso. […] Pero no se trata sólo de éxito o pasión. Ningún país intelectualiza tanto su fútbol ni ama tanto sus teorías o sus mitos. El fútbol en Argentina es abiertamente cultural, abiertamente político”.

Desde niño sueño con ver a Argentina campeón del mundo, siempre imagino afiebradamente volver a ver a Maradona saltar a la cancha… y ahora creo que, por fin, Messi está listo para tomar la posta de forma definitiva. Porque sólo Lionel Messi sabe cuánto pesa la camiseta más portentosa del fútbol. Me refiero a aquella que le heredó Maradona. Este es un acto de fe que producirá urticaria en muchos: no hay camiseta más pesada y a la vez preciosa que la 10 albiceleste de Maradona. Messi la ha gozado y la ha sufrido (más lo segundo que lo primero, no tengo pruebas pero tampoco dudas).

Ya es hora, Lionel, de que sepas cuánto pesa la Copa del Mundo. Todo hincha del fútbol –en Bangladés, India, Pakistán, Nepal, etcétera– quiere que eso ocurra ante Francia. Muchos de mis amigos alientan a Messi y a la Argentina con la camiseta albiceleste puesta. Por eso estas líneas también están dedicadas a Albert Torres, Kruver Acosta, José Armando Estrada, entre otros.

Pase lo que pase, porque este hermoso deporte no sabe de justicias ni de méritos: gracias, Messi, por hacernos tan felices y recordarnos que la pasión por el fútbol en Argentina es superlativa, única, incomparable… como sus cánticos que me emocionan a más no poder, tanto así que me permiten soñar y creer en lo que, en definitiva, no existe; pero —¡oh, Dios!, ¿escuchas el canto del cisne rosarino, Maradona?— ojalá  fuera posible: “¡Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar: quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial! Y al Diego desde cielo lo podemos ver, con don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel”.

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