Crecer económicamente no ha sido suficiente
Por: Ricardo Montero
La historia da cuenta que los peruanos hemos superado crisis que amenazaban derrumbarnos. En 200 años de vida republicana hemos encarado guerras, crisis económicas y políticas, epidemias, terrorismo y otros males. Sin embargo, cada vez que superábamos un escollo y tomábamos el camino que ofrecía un final feliz, una y otra vez perdíamos el rumbo y caíamos en una nueva crisis.
Por ejemplo, a inicios de siglo iniciamos la recuperación de profundas y prolongadas crisis económicas que abarcaron las décadas de 1970, 1980 y 1990. Según un estudio publicado en la Revista de Estudios Económicos del BCR, el crecimiento promedio del PBI per cápita del país fue de 0% durante un período de 30 años. Esta dramática situación la comenzamos a revertir a partir del 2000.
Desde entonces, de acuerdo con datos oficiales, el Perú ha mostrado importantes períodos de crecimiento económico, distinguiéndose como uno de los países con mayor dinamismo en América Latina. Así, entre el 2010 y el 2019 la economía creció a una tasa interanual de 4.5%.
Pero todo volvió a derrumbarse con la pandemia del covid-19. La desenfrenada propagación de la enfermedad nos enrostró que el crecimiento no estaba resolviendo importantes fallos estructurales, como la informalidad laboral, que en el segundo trimestre del 2022 alcanzó la tasa de 73.9%, según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho). Tres de cada cuatro peruanos trabajan sin derechos, restringiéndose su acceso a los servicios básicos de educación, salud y agua potable.
Este panorama nos obliga a preguntarnos si el crecimiento económico por sí solo genera mayor calidad de vida. Tengamos en cuenta que hemos entrado al nuevo siglo con absoluta libertad económica. Se puso fin al control de precios y al tipo de cambio, se privatizó la mayoría de las empresas públicas y el Estado disminuyó su participación en la actividad económica. La consecuencia fue lo que se comenzó a llamar el “milagro peruano”.
Sin embargo, los constructores de ese “milagro” se interesaron en privilegiar los números, obviando lo central: el ser humano. Evidentemente, el crecimiento generó efectos positivos porque ayudó a reducir la pobreza, pero a la vez también efectos negativos porque acrecentó la brecha social, debido a que sus constructores no se preocuparon por reducir la informalidad y, de esta manera, acortar la desigualdad.
El Banco Mundial advierte que Perú no pudo resistir a la pandemia porque, a pesar de su importante crecimiento económico, fue incapaz de derrotar sus desafíos estructurales, como la inseguridad alimentaria o el desigual nivel educativo.
La crisis que ahora vivimos en el país, si bien es cierto de características políticas, se hubiera evitado, o hubiera sido de menor magnitud si los constructores del modelo se hubiesen preocupado por centrar su atención en los seres humanos, destrabando los fallos estructurales que impiden a todos los peruanos, sobre todo a los más desposeídos, salir de verdad de la pobreza.