EL CAMINO DE LA FELICIDAD
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
¿Es posible ser bienaventurado, es decir, feliz en este mundo? ¿Es posible serlo en este siglo XXI marcado por las guerras, la violencia, la injusticia social y tantas calamidades? Jesús nos dice que sí y nos enseña cómo ser felices, porque sabe que Dios no ha creado al hombre para la infelicidad y la muerte sino para que viva en plenitud, comenzando ya en este mundo. De hecho, el mismo Dios lo ha dicho desde antiguo: «no me complazco en la muerte del pecador sino en que se convierta y viva» (Ez 33,11). Y también desde antiguo el mismo Dios ha querido enseñarnos el camino de la felicidad: «Dichoso el hombre que confía en el Señor» (Jer 17,7); «Feliz el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, sino que se complace en la ley del Señor» (Sal 1,1-2).
Todos llevamos en nuestro corazón el deseo de ser felices. Es como una llamada que Dios ha puesto en cada uno al momento de crearnos y la ha puesto para saciarla Él. Lamentablemente, desde los inicios de la creación, muchas veces los hombres hemos preferido escuchar al diablo y no a Dios (Gen 3). También en nuestros días la humanidad se aleja de Dios, seducida por los engaños del demonio que, a través de los ídolos de este mundo, le presenta un camino que supuestamente lo llevará a la felicidad, pero que termina engendrando en él insatisfacción y muerte. Es el camino de la autoafirmación de sí mismo por encima de los demás, del éxito mundano, el abuso del poder, el placer a toda costa, la búsqueda de la felicidad en los bienes materiales; en síntesis, el camino del “yo”.
A través de las bienaventuranzas, con las que comienza el Sermón de la Montaña, Jesús nos revela el verdadero camino para ser felices. Lo hace invirtiendo los criterios equivocados del mundo y mostrándonos la escala de valores de Dios, la única capaz de colmar el ansia de felicidad que todos tenemos. Nos dice: bienaventurados, dichosos, felices los pobres de espíritu, los afligidos a causa de los males de este mundo, los que tienen hambre y sed de ser justos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz (Mt 5,1-11). Palabras que son rechazadas por la “civilización del espectáculo”, como la llama Mario Vargas Llosa, esta sociedad del consumo y del bienestar marcada por el individualismo que ha terminado generando una cultura de la muerte y del descarte como la han calificado san Juan Pablo II y el Papa Francisco, respectivamente. Sin embargo, las palabras de Jesús siguen siendo, también en nuestros días, el anuncio de lo que Dios es capaz de hacer en quien confía en Él. Las bienaventuranzas no son un mandato moral que el hombre deba cumplir con sus solas fuerzas, sino que son el diseño de lo que Dios desea hacer en el hombre para que sea feliz. Como escribió el Papa Benedicto XVI: «no deben entenderse como si el júbilo que anuncian deba trasladarse a un futuro infinitamente lejano o sólo al más allá. Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora algo de lo que está por venir está presente. Con Jesús entra la alegría incluso en la tribulación» (Jesús de Nazaret, p. 99).