EL APRENDIZAJE DIARIO DE LOS PADRES
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

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Los niños tienen una capacidad mágica e inherente para aprender. Nacen sabiendo apenas sonreír y llorar. Al paso de un año han logrado desarrollar muchos milagros, algunos de ellos son el hecho de aprender a hablar y a caminar.

HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Los padres nos entregamos por completo en este proceso de formación y somos artificios de esos milagros. Cada vez que el niño en el proceso de aprender a caminar, cae, le damos vivas para que lo intente de nuevo hasta que finalmente logra su cometido. Invertimos horas interminables en su aprendizaje verbal ¡Ya dice papá! ¡Ya dice mamá! Gritamos eufóricamente. Es un gran triunfo. Es el logro de una familia comprometida. Nos felicitamos. Regalamos en esos momentos alegría y seguridad a nuestro hijo. El lenguaje oral humano, nuestro modo particular para expresar tanto pensamientos como emociones, el mayor logro de la evolución, nos permite dar vida a nuestro entusiasmo por el avance en aprendizaje de nuestro niño o niña.

Pero nuestro intelecto a veces es tan pobre. Pensamos que ya se ha logrado todo, pensamos que esos pequeños y tempranos éxitos son todo y muchos nos decimos: “Ya acabó mi misión, ahora debo de regresar a mis obligaciones cotidianas; mi hijo ya sabe caminar y hablar, por consiguiente, el mundo es suyo”.

¡Qué grave error! Aprender a hablar y a caminar no asegura el éxito de nadie. En ninguna época del mundo lo asegura y ahora menos. Tampoco una formación académica excelente nos asegura un porvenir en paz y tranquilidad. ¿Cuántos graduados de las mejores universidades del mundo, del denominado top ten universitario, que cursaron con las mejores calificaciones en sus estudios de pre y post grado viven actualmente en el submundo del sufrimiento, de la soledad y la frustración? ¿Cuántos de esos genios brillantes ven pasar los mejores años de su vida sentados en el diván de un psiquiatra, reconociendo sus miedos, temores y reticencias? ¿Cuántos de estos yoghis del nuevo milenio se ven absorbidos por la peste del alcohol, las drogas y la conducta violenta? ¿Cuántos de estos líderes del nuevo mundo acaban atentando contra sus vidas al verse enfrentados ante circunstancias estresantes de sus nuevos puestos de trabajo? ¿Por qué seres con capacidades intelectuales tan altas fracasan en el mundo económico y social del siglo XXI, arrastrando con el fracaso a sus familias actuales y hogares de origen?

La razón: el abandono existencial, la falta de cariño, afecto y tiempo de sus padres en aquellos maravillosos años de su infancia y niñez.

Paulo Coello decía con innegable verdad: “Existe un lenguaje que va más allá de las palabras”. Ese lenguaje se llama amor, compromiso y tiempo. ¿Cuándo asumiremos un compromiso sincero con nuestros hijos? ¿Cuándo les regalaremos la paciencia que tanto necesitan para no correr apresurados en este mundo de violencia y caos social?

Un padre de familia disgustado por la actitud de su pareja me decía: “Doctor, por qué molestar tanto a mi hijo (su hijo tenía doce años de edad), ya aprenderá a tener paciencia cuando madure, cuando sea adulto, hay que dejarlo crecer y darle tiempo”.

Hay que dejarles crecer, hay que darle tiempo al adolescente. Si es cierto, a los adolescentes hay que darles todas las oportunidades, tiempo y espacio para su desarrollo, siempre y cuando tengan las bases necesarias para que alcancen sus sueños. Esas bases son: Paciencia, orden y disciplina.

El niño aprende en la práctica a desarrollar el concepto de paciencia hacia los cuatro años de edad, por eso la edad del fin del berrinche debe ser a lo sumo los cinco años. Pero yo vengo y pregunto ¿Cuántos adolescentes berrinchudos vemos a diario en nuestra sociedad?

Millones de seguro. De seguro hijos de padres que se esforzaron a lo largo de sus vidas para darles todo lo que pedían y así complacer hasta sus más exquisitos “pedidos”. De seguro que eran buenos padres que ante cada llanto y disgusto de sus pequeños daban sin pensar el juguete de cien dólares, el DVD, el TV de treinta y dos pulgadas, videojuego, la tableta, el celular y más… Padres que en el fondo mismo de sus mentes se repetían aliviando los fantasmas de su niñez “¡Mi hijo no va a sufrir! ¡Mi hijo va a tener lo que yo no tuve de niño!”. Padres buenos que en el fondo de sus deseos decidieron dar en vez de formar.

Dicen que es triste ver llorar a un niño. Es más triste ver llorar a un adulto frustrado, impotente ante su incapacidad para desarrollar paciencia y tolerancia en cada momento de su vida.

Es triste ver llorar a un niño que “quiere algo” y que ese algo no se lo podemos dar o que es mejor no dar. El niño debe aprender a esperar. Debe aprender que la solución a sus problemas no es el llanto, el golpe, la agresión a terceros o la autoagresión.

Los padres deben aprender a no escuchar, a no interiorizar aquella “primera manipulación” infantil. También deben aprender a esperar, a desinteresarse de la conducta del berrinche de sus hijos. Deben enseñarles a sus niños que, a través del diálogo constructivo, de los acuerdos, del respeto y la comprensión, se logra solucionar los problemas y se desarrolla un clima de armonía y paz.

Los niños deben aprender por sobre todo antes de los cinco años a esperar y a comprender a sus padres. Deben aprender que a veces lo que piden se les dará y que a veces lo que soliciten no se les dará. Que a veces sus pedidos serán atendidos con prontitud y que en otras oportunidades el pedido tardará mucho tiempo en hacerse realidad.

DATO

Nuestros hijos esperan lo mejor de nosotros. Nuestra entrega, nuestro compromiso y nuestro amor. Ese amor se refleja no en palabras sino en actos. En nuestra presencia en el momento preciso para saludarlo y decirle: “Ánimo, tú puedes”. Pero también se manifiesta en el hecho de no dar todo, en enseñarle al niño que muchas veces debe esperar para alcanzar ese algo que quiere. No todo en la vida se logra a la primera. Debemos enseñarles a nuestros hijos a superar la frustración de no lograr algo y del saber esperar. Debemos enseñarles a perseverar y a que luchen por sus sueños. “Si hoy no lograste lo que tanto querías, aun poniendo tu mejor esfuerzo, no te desmoralices, mañana será un nuevo día, muy probablemente lo logres”.

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