LA OTRA CARA DE LA APACHETA
— Redacción Diario El Pueblo —

El Cementerio General como refugio para la lectura

Un relato sobre los vivos y los muertos Por Orlando Mazeyra Guillén

—Yo siempre me he llevado mejor con los muertos que con los vivos —te confiesa midiendo tu reacción.

—¿A qué te refieres? —le preguntas asombrado.

—Mira, te propongo una cosa: vamos al Cementerio General de La Apacheta para que puedas conocer mi “sala de lectura”.

—¿Sala de lectura en el cementerio? ¡No jodas! Las cosas que se te ocurren…

—En realidad se trata de una banca muy bonita en donde yo me sentaba todas las tardes luego de salir del colegio. Leía novelas durante horas… tal vez porque no quería llegar a casa.

—¿Y en tu casa no se preocupaban?

—No, yo le decía a mi mamá que tenía talleres, le metía floro…

—¿Y puedes hablar con los muertos?

—Leer, entre otras cosas, es hablar con los muertos, Orlando —te alecciona—. ¿No es sensacional poder conversar con Saramago, García Márquez, Arguedas o Hemingway?

—Yo me refiero a los muertos del cementerio de La Apacheta, pues.

—Ah, sí, también —asiente complacida—. Puedo hablar con Kathy, por ejemplo.

—¿Y quién es ella?

—Ya murió, la quiero mucho.

—Lo siento. Pero cuéntame, me interesa su historia.

—En el cole me hicieron fama de rarita —te informa—. Pero todo fue una perrada de Vanessa.

Entonces te enteras de que, cuando Eliana estaba en tercero de secundaria, postuló a la Alcaldía Escolar. Su rival, Vanessa Zárate, le armó una guerra inmunda: “les dijo a todas mis compañeras que yo escuchaba música satánica en el cementerio de La Apacheta y, no conforme con esa mierda, soltó la tontera de que yo había hecho un pacto con el diablo… y también dijo que yo era lesbiana”.

—¿Y qué música escuchabas?

—Mira, tuve mi época metalera y me aferré fuerte a esa música, lo reconozco… y la gente ignorante cree que los metaleros son satánicos. ¡Estupideces!

—¿Y por qué piensan eso?

—Dicen que muchas letras de las canciones metaleras no hacen más que alabar al diablo…

—Pero y lo de lesbiana… cuéntame cómo fue esa nota…

—Kathy, mi mejor amiga del cole, sí era lesbiana. Se sentía un hombre en el cuerpo de una mujer. Ella siempre fue así: distinta.

—¿Y tuvo algo contigo?

—No, escucha primero. Te repito que era mi mejor amiga y parábamos de arriba a abajo. Yo escuchaba música fuerte pero Kathy nos encerraba en su cuarto para escuchar Ritmo Romántica, ¿te imaginas?

—No, Eliana —replicaste—. Como que no me cuadra lo que me cuentas.

—Creo que era lo único femenino que ella tenía. Yo odiaba esa radio, pero Kathy todas las tardes me hastiaba con sus canciones dulzonas y huachafas. En lo demás, era como un hombre.

—¿Cómo?

—Hablaba fuerte, era bien tosca. Se vestía con jeans de hombre y tenía actitudes de macho, pues. Por eso decían que éramos pareja: supuestamente Kathy hacía de hombre y yo de mujer.

—Pero puedes confiar en mí —le aclaras—. ¿Nunca pasó nada entre ustedes?

—¡Carajo, Orlando! —exclamó molesta—. ¿No te acabo de demostrar lo mucho que me gustan los hombres?

—Sí, entonces sígueme contando…

—Kathy en el baño del cole se apretó a una compañera que le armó un escándalo horrible y a mí me metieron en la danza para perjudicar mi candidatura a la Alcaldía Escolar. Tuve que retirar mi postulación pero eso no fue suficiente.

—¿Por qué?

—Porque nos expulsaron a ambas. Nos jodieron la vida y nos fuimos juntas a otro colegio. De la cólera me la quise cuadrar, la culpé de todo.

—¿Y ella qué hizo?

—Se puso a llorar… Me dijo que sí era lesbiana, que siempre le habían gustado las mujeres y que no podía decírselo a su mamá porque ella no la iba a entender. Al final nos pusimos a llorar juntas… todo el chongazo ese me causó mucha pena.

—Y luego ¿qué pasó?

—Nos metieron a un colegio de la policía. Uno horrible donde, a las pocas semanas, también nos hicieron bullying: “la pareja”, nos decían hasta los mismos profesores que eran unos imbéciles.

Kathy tenía en su habitación una imagen de yeso de la Virgen de Chapi a la que le rezaba mucho todas las tardes: le pedía que le diera valor para decirle a su mamá que era lesbiana.

—Una tarde Kathy me acompañó a leer un libro de Jack Kerouac al Cementerio. Cuando ya oscurecía, antes de irnos, le pedimos a la Virgen de Chapi una señal.

—¿Una señal?

—Kathy y yo siempre hemos sido muy creyentes. Por eso le pedimos a la Virgen que cuando llegáramos a la casa de Kathy nos diera una señal para saber que ella estaba ahí cuidándonos, a pesar de todo…

Era viernes. Ambas estaban tiradas en la cama de Kathy escuchando Ritmo Romántica, como de costumbre. De pronto, Kathy apagó la radio y se puso muy seria:

—Ella nos tiene que dar una señal, Eliana: la Virgen nos tiene que demostrar que está de nuestro lado.

—¿Y cómo quieres que te lo demuestre, Kathy?

—No sé. Le pido que se manifieste pero también tengo un miedo increíble.

—No le tengas miedo a la Virgen, ella nos ama. Más bien piensa en qué quisieras que ocurra.

Ellas, resolutas, se miraron a los ojos y se tomaron de ambas manos. Luego se abrazaron en silencio, atravesadas por una inusitada exaltación. “Dime de todo corazón, Kathy, ¿qué quieres que ocurra?”, le preguntó. “Sólo dilo y la Virgen nos escuchará”.

—Sólo quiero que todo explote de amor. Nada más.

—¿Qué?

—Quiero que todo en mi vida explote de amor. Sólo eso deseo con toda mi alma: una explosión de amor. ¿Me entiendes?

—Sí.

Cerraron los ojos y le pidieron a la Virgen que todo explotara de amor. Varias veces y levantando la voz: “¡que todo explote de amor, que todo explote de amor!”.

No obstante, nada ocurría. Al poco rato, se sintieron decepcionadas. Ninguna señal. No hubo respuesta. ¿No eran un par de colegialas necias queriéndose comunicar con la Virgen? ¡Qué ridículas! Kathy se puso de pie e intentó prender la radio para volver a sintonizar Ritmo Romántica. No pudo: la imagen de la Virgen de Chapi estalló. No se cayó, sino que explotó y los innumerables pedazos de yeso se esparcieron por toda la habitación.

Ambas, anonadadas, volvieron a abrazarse y lloraron de la emoción. “La he sentido, la he visto”, dijo Kathy: “me ha dicho que me vaya de una vez del Perú”. Lo dijo sin pena ni dolor. A ambas las embargaba una insólita, bienhechora y definitiva explosión de amor.

—Pero Kathy no pudo irse —te cuenta Eliana—. Le negaron la visa en la embajada norteamericana.

—Y luego ¿qué pasó?

—La atropellaron en Año Nuevo, murió llegando al hospital. Pero ahora está bien: cuando voy al Cementerio de La Apacheta, hablo con ella y me está esperando… ¿Quieres conocerla?

—No, Eliana —le dices desconcertado—. Nunca.

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