COMO NO ENSEÑAR MENTIRAS Y EL VALOR DE LA VERDAD
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescentre y Familia.
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Sócrates nos decía: “La mentira nunca vive hasta llegar a vieja”. El hábito de mentir destruye poco a poco a aquel ser humano que ha cobijado en su vida a ese mal tan indeseable. Todos los seres humanos queremos que nos digan siempre la verdad, pero obviamos decirla cuando la situación se vuelve estresante, cuando tenemos miedo o simplemente cuando nos hemos acostumbrado a hacerlo.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
PRIMERA PARTE
Cuando un ser que amamos o que valoramos nos miente, como que de pronto “se nos cae del pedestal” en donde lo hemos colocado, ¡Ha mentido!, ¿Cómo volver a confiar en esa persona? ¿Y si esa persona es nuestro padre? ¿Si esa persona es nuestro hijo?
Lo cierto es que los niños no nacen mintiendo, aprenden a mentir en el camino de la vida y el aprendizaje más grande lo brindan los padres.
Muchos padres son expertos maestros en el arte de enseñar a mentir. Cuando el cobrador de servicios llega a la puerta de casa con una gran naturalidad el padre le dicen al niño: “Ve y dile al señor que toca la puerta que tus padres no están en casa”. Si el niño pregunta el porqué de esa indicación los padres suelen disgustarse y sin dar razón alguna y disgustados vuelven a decir “¡Haz lo que digo!”.
No se puede contradecir a un padre o a una madre. Son los seres más importantes en la vida de un niño. Son su cobijo, aquellos que le dan abrigo, alimento, techo y afecto. ¿Cómo no cumplir el pedido de un padre que nos invita a decir que no se encuentra en casa? ¿Cómo no hacerle un favor a nuestra madre adorada que ha pasado la noche en vela cuidando de nuestra salud?
Realmente sería un “mal niño” aquel que llegara a contradecir a uno de sus padres o que no cumpliera un encargo tan sencillo redactado en palabras que no deben causar daño alguno y que representan en su lenguaje infantil: “Dile que no estoy al señor que toca la puerta”.
¿Realmente sería un mal niño? ¿Realmente sería un buen niño? o quizá lo que debiéramos preguntarnos es ¿La indicación que le estoy dando a mi hijo le está ayudando a su desarrollo posterior? ¿La orden que le estoy dando a mi hijo va a ayudarnos a nuestro desarrollo como familia más adelante? ¿Aquella indicación impositiva que le acabo de hacer a mi hijo va ayudarlo a que sea una mejor persona mañana?
De seguro que por todos lados la respuesta será ¡NO!
La mentira nunca será buena. La mentira “tiene patas cortas”. La verdad tarde o temprano siempre sale a la luz. Si un niño miente y se descubre la mentira ¿Quién queda mal? ¿El niño? ¿Los padres? ¿La sociedad? ¿El mundo? ¡Todos quedamos mal!
Lamentablemente Oliver Wendell señalaba con mucha razón: “El pecado emplea muchos instrumentos, pero la mentira es un mango que se adapta a todos”. Se adapta a nuestros tiempos, al hogar donde vivimos, a nuestras relaciones interpersonales y nuestro modo particular de hacer las cosas.
Luego de aprender a mentir, la vida en si se vuelve una mentira. Nos mentimos a nosotros mismos, nos mentimos diciendo “somos las mejores personas del mundo” cuando en verdad cada día nos equivocamos más que el día anterior, y mentimos inescrupulosamente a las personas que nos rodean tratando de aparentar lo que no somos.
Día a día vamos mintiendo de un modo cada vez más grotesco y desvergonzado y lo que en un inicio sólo genera comentarios desfavorables hacia la persona mitómana lleva finalmente a que el respeto y la comprensión, base del desarrollo de las relaciones interpersonales, acabe por desaparecer.
Pero ¿Dónde nace este mal social? ¿Cuál es la cuna en donde se desarrolla el ser humano mitómano?” Sólo hay una única respuesta a nuestras preguntas: El hogar. En casa creamos el monstruo de la mentira. En casa sembramos la semilla del mal en la vida de nuestros hijos. Muchas veces sin darnos cuenta, muchas veces con el mayor placer. Decimos públicamente ¡Mis hijos son lo más importante! Y mientras decimos ello ¡Vamos mintiendo una vez más!
Si fuera cierto que tú hijo es lo más importante de tu vida, entonces ¿Por qué le enseñas a mentir? Es como si un agricultor me dijera que su campo de cultivo es lo más importante en su vida y luego viera que echa basura en el ¿Podría yo creerle que su campo de cultivo es lo más importante en su vida? Claro que no y estoy de seguro que nadie creería en sus palabras, ¡Nos está mintiendo!, si fuera tan importante ese campo de cultivo tal y como lo señala, lo cuidaría, haría todo lo posible para que nada lo echará a perder, nunca permitiría que alguien echará basura en él y menos cometería la locura de ensuciarlo. Si yo digo ¿Esto o aquello es lo más importante en mi vida? De seguro que lo cuidaría y lo protegería.
¿Si no cuidas la vida y el futuro de tu hijo al enseñarle a decir mentiras, cómo podrías decirle que él es lo más importante en tu vida? ¿Tú hijo te lo creerá? Tal vez en un inicio, pero después dudará y después negará con la cabeza tu afirmación.
Lamentablemente la honestidad es una virtud que se va perdiendo poco a poco. La gente del siglo XXI suele no colocarla dentro de sus prioridades al cultivar las semillas de sus virtudes en el jardín de su vida. Deseamos que los demás sean honestos con nosotros, pero cuando nosotros debemos asumir esa conducta, dudamos.
“La honestidad no te va a llevar a ninguna parte”, suele ser la frase que se repite en muchos hogares del mundo. “Los tramposos, los mentirosos; esos son los que alcanzan el éxito social”, es otra frase común que alimenta la mente de millones de adolescente en los cinco continentes. “En un tonto el que presta un libro y es el doble de tonto aquel que lo devuelve”, es una máxima en la existencia de los que engañan y de los que hacen famoso el engaño como una forma de vida.
En la vida queridos padres es mejor enseñar que “SI PARA VENCER, ESTUVIERA EN JUEGO TU HONESTIDAD, PIERDE Y SERÁS SIEMPRE UN VENCEDOR».