¿QUIÉN DESTRUYE LA CIUDAD? ¿LA LLUVIA O LAS AUTORIDADES?
Por: Manuel Bedregal Salas

Las precipitaciones pluviales recientes no son nada al lado de lo que soportan otras ciudades. Hay que ir a Iquitos, Huancayo o Cajamarca, a San José, Medellín o Bogotá -sin contar el actual desastre en el norte peruano- para ver llover de verdad. La lluvia es necesaria, es vida, sin ella nuestro planeta sería un páramo improductivo e inhabitable. En el caso de nuestra Arequipa, las lluvias en la ciudad son sinónimo de destrucción de calles, pistas y veredas, desborde de torrenteras, así como el inicio de una temporada de contaminación por el rebalse de desagües de aguas servidas.

Claramente se trata de algo que se puede controlar atenuando o eliminando su impacto con decisión política e ingeniería. El problema no es la lluvia sino nuestra incapacidad para prevenir, planificar el crecimiento urbano y construir una red de alcantarillado pluvial que recoja el agua que emana cada año en mayor volumen desde nuestro pintoresco cielo, a veces ya no tan azul ni de puro sol, como dice la canción. Los responsables de esta fatal situación son sobre todo las autoridades regionales y municipales. La normativa (DL 1356) indica: “El Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento… es el ente competente para regular lo concerniente a la infraestructura de drenaje pluvial y, como tal, le corresponde planificar y emitir la normativa de obligatorio cumplimiento … En virtud de dicha competencia define las intervenciones de los gobiernos regionales y locales, para el desarrollo de infraestructura de drenaje pluvial … Los gobiernos locales, en el marco de sus competencias, son responsables de operar y mantener la infraestructura del drenaje pluvial que se encuentre en su jurisdicción…”. No es la EPS SEDAPAR, que solo está obligada a recoger el agua que provee, quien tiene la responsabilidad. Ella es más bien víctima de la inexistencia de un sistema de drenaje pluvial ya que el agua que corre por nuestras pintorescas calles se introduce en sus ductos de desagüe que no están hechos para tal fin, originándose un líquido espeso altamente contaminado que avanza en medio de gran pestilencia. Entonces, en época de lluvias el encierro arequipeño es doble, porque durante todo el año sufrimos de la falta de espacios públicos -parques, jardines, alamedas, etc.- lugares donde salir a pasear, donde nuestros niños puedan jugar con seguridad o donde nuestros adultos mayores puedan simplemente tomar el sol en una confortable banca -eso sí, con bloqueador para la piel- a lo que, en temporada de lluvias, se suma la intransitabilidad de veredas y pistas que podrían usarse “aunque sea” para que la familia tome aire por la ventanilla del auto o la combi.

Alcaldes de gestiones anteriores, indiferentes a la seguridad, la estética y el ornato, permitieron que se invadan las zonas altas -donde antes la lluvia se absorbía y discurría sin causar daño- y vendieron al mejor postor zonas de amortiguamiento de torrenteras que hoy vemos desbordarse por falta, además, de trabajos preventivos de limpieza. También se vendieron espacios públicos y construyeron pasos a desnivel sin drenaje que hoy vemos convertidos en malolientes lagunas urbanas.

El orgullo arequipeño es banal si permitimos que nuestra hermosa ciudad se deteriore. Nos hemos quedado, literalmente: “como quien ve llover”. No alzamos la voz, ni colegios profesionales, ni universidades, ni la sociedad civil en general. Los abogados, podrían iniciar acciones por exposición al peligro y daño a bienes públicos y privados. Necesitamos reaccionar y las autoridades ejecutar obras que protejan el patrimonio de la ciudad y de sus habitantes, que garanticen el bienestar y la seguridad, pero también más participación y vigilancia de nuestros derechos. Veremos si en este período que se inicia se asume el reto.

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