Semana Santa sin reflexión
Por: Alejandro Paz S.
“La Semana Santa es la mejor oportunidad para fortalecer nuestra fe y reflexionar sobre nuestras acciones”, Papa Francisco.
El reflexionar implica el considerar y pensar un tema con debida atención y detenimiento para estudiarlo y comprenderlo a fin de formarse una opinión sobre el mismo o tomar una adecuada decisión. Entonces, la razonabilidad va junto a la reflexión, a fin de emitir un juicio de valor para el bien, no para justificar el mal, lo detestable, lo irracional.
Hemos oído en el argot que Dios es peruano, se habla de la profunda fe del pueblo peruano y del catolicismo para ser llamados como la Roma de América. De ser así, o estamos ya fuera de ese contexto o es una alegoría para llenarse la boca de una fe que no se profesa, siendo hipocresía pura.
Consecuentemente, la reflexión de Semana Santa es solo para pocos, muy pocos, demasiado para un país cuyos gobernantes y autoridades, en sus tres poderes pilares –Ejecutivo, Legislativo y Judicial– no reflexionan o no tienen la capacidad para hacerlo. Han guardado y guardan silencio, sea porque se sienten culpables o no tienen el más mínimo entendimiento de lo mal que obran y que son reprobados, rechazados y no aceptados por la gran mayoría de la población que les pide que se alejen, que dejen de mentir, de robarle al Estado, que se vayan.
Es vergonzoso ya escuchar a congresistas que han perdido legitimidad por su ineficiencia, incapacidad, corruptela y contubernio para blindarse unos a otros por actos ilícitos, que más allá de la ética constituyen delito, pero se recomponen en un ovillo como gusanos para seguir rodando y mantenerse en el poder. Es igual de vergonzoso, escuchar a un Primer Ministro que habla bonito y tras sus palabras se lee engaño, tal cual lo hiciera Vizcarra que encandilaba a la prensa capitalina y a vista de todos irresponsablemente dilapidaba las reservas nacionales, cuya factura aún no empieza a pagarse y sigue en libertad, como si nada hubiese sucedido, menos recordar conflictos entre su Secretaria y una asistente de la tierra que lo adoptara, tampoco viajes de encuentro con una ex postulante a congresista en le ciudad Imperial. No hay moral, no hay valores. No hay reflexión.
Es también vergonzoso leer que algún juez supremo no se inhiba de resolver un caso cuando se sindica que ha tenido vinculación con los investigados, luego acusados. De ser San Martín, ni por prócer ni santo, no pasa nada. Otro, cuestionado en su labor en el JNE, sigue circunspecto, habla bien y abusa de la verborrea para hacerse ver inmaculado. Como quiera que no cree en Dios, no reflexiona. Sus pares –jueces supremos– ni siquiera se han detenido a analizar qué hay de cierto. Es mejor, dejar de hacer, dejar pasar. No me involucro, no levanto sospechas. En el Ministerio Público, el panorama no deja de ser similar, la Fiscal de la Nación guarda silencio sobre acusaciones a su hermana magistrada, cambia a la fiscal investigadora. No pasa nada. Zoraida Ávalos, otra Fiscal Suprema, no tuvo mejor idea que decir que hay casos que llegan prescritos a su Despacho, como el de Orellana, y no se puede hacer nada. Es decir, hay aval a la impunidad, no solo del que delinque sino también del fiscal o magistrado que no tuvo mejor idea que dejar transcurrir el tiempo y no dictaminar o resolver oportunamente para justificar la razón de su empleo, el ser operador del sistema de justicia para procurar “justicia”. Todo normal. Para qué hacer tanto aspaviento, si la justicia “realmente” es ciega, además de sorda y muda.
Nada de eso merece el Perú, un país que viene afrontando problemas sociales, políticos, económicos, y ahora inclemencias de la naturaleza. Mas el peruano está ahí, de pie, haciéndole frente a todo lo que se le viene, para volver a gastar su fortaleza y seguir en la brega.
Falta realmente una nueva clase política, sin los que en su gran mayoría están ahora. Sea en el Congreso, ministros y la propia presidenta. Es el momento de forjar partidos políticos con doctrinas y programas definidos acorde a su tendencia. No caudillos, no improvisados, no aquéllos que entran por la ventana, no aquéllos que vienen de afuera, insospechados. Sino de aquéllos que aman al Perú, que antepondrán todo interés al bienestar del país, para construir una gran nación, unida, independiente, soberana, sostenible, digna, tal cual debe ser cada conciudadano.
Monseñor Javier del Río Alva, arzobispo de Arequipa, ha dicho que “debemos buscar salida a nuestros problemas, porque un país sin paz no puede desarrollarse”. Es cierto, si no hay reconciliación, si no hay unión, igualdad y fraternidad entre peruanos, no lograremos la ansiada “libertad” para lograr mejores condiciones de vida, que el sueño americano tenga como ejemplo al Perú.
Citamos al comienzo y casi al final, a dos representantes de la Iglesia Católica, por su fe, por su convicción en la justicia, la prudencia, la templanza, la fortaleza, como practicantes del día a día de estas virtudes cardinales; y también por su práctica de fe, esperanza y caridad, como virtudes teologales. Los seres humanos, deben seguir virtudes con valor, no me interesa su credo o si no lo tiene; importa su actitud, el creer que se puede ser mejor si tienes fe en que puedes lograr una sociedad justa, desarrollada, libre. Cuando, pregunté hace años a Juan Manuel Guillén, pese a su distancia con Dios, por qué se empeñó en reconstruir la Catedral después del terremoto de junio de 2001 y culminar el asfaltado al Santuario de Chapi, me dijo, “un pueblo que tiene fe, tiene esperanza; Arequipa es un pueblo con fe, así somos los arequipeños, Alex”. Esas son palabras de líderes, de guías, a quienes importa la sociedad más que su propio credo. Quienes comprenden a su pueblo están comprometidos a llevarlos a la cúspide, y será ya labor del pueblo mantenerse en ella.
El reflexionar es de cada día, es un hábito de responsabilidad e integridad. Hacer uso de la razonabilidad es un compromiso con lo justo y el bien.