Habilidades blandas en la educación
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario.
Nuestro sistema educativo está diseñado para minimizar la importancia de las habilidades blandas en la formación. No se ha integrado en el ecosistema educativo el suficiente despliegue de las buenas prácticas de inteligencia emocional. En esa preferencia por fomentar las habilidades duras, tenemos como resultado una dispersión y hasta ausencia del conjunto de habilidades blandas en generaciones que, luego, paradójicamente, exigimos como parte de la educación para el mundo laboral, incluso, para el comportamiento cívico.
Por ello se requiere que una educación en habilidades blandas deje de ser un anhelo y se convierta en una estrategia nacional. Una gestión educativa que no incorpore con urgencia en nuestros estudiantes una malla curricular que despliegue y reconozca el inmenso valor de las habilidades blandas estaría fallando en una concepción integral y sistémica del potencial humano. Hemos estado fomentando solo una parte del circuito de formación.
Además de canalizar de la manera más óptima el talento de las personas, las habilidades blandas son fundamentales para una sana convivencia de la sociedad en todos los campos en la que se relacionan. No solo se trata de un enfoque laboral, sino también de apostar por una coexistencia equitativa, racional, ética, solidaria. Un individuo que sea capaz de transmitir eficazmente y mantener una adecuada y respetuosa relación con los demás ve afirmativamente las posibilidades de una sociedad que urge de nuevos mecanismos de diálogo y entendimiento.
Para ello, la educación en habilidades blandas debe dejar de ser marginal o esporádica. Todavía es vista, por aquellos que tienen instalado un modelo educativo parcial e incompleto, como algo innecesario y lo imaginan, erradamente, como un proceso que vendría por sí solo. Sin embargo, que una persona tenga una ordenada y profunda formación en softskills, puede modificar, para bien, las relaciones, incluso en sus inquietantes zonas de conflicto. Desde una capacidad de negociación comprensiva, de liderazgo respetuoso, de creatividad enriquecedora hasta una concepción permanente de trabajar en equipo, este tipo de habilidades si se incorporan desde el inicio de toda la educación, nuestras posibilidades para tener grupos con una eticidad y un compromiso cívico y social se incrementarían exponencialmente.
Las oportunidades de un país, tan contradictorio y querido como el nuestro, para que su futuro sea menos terrible pasa, de nuevo, por quienes la integran. Una educación organizada y sistematizada de valores afirmativos, de una ética vigilante, del desarrollo personal visto no solo como la acumulación de datos y nombres para competir implacablemente, sino también como una búsqueda del bien común en la que la solidaridad, el respeto, la igualdad, la meritocracia sean imprescindiblemente la manera de reconocer el talento y sus inmensas posibilidades de impacto afirmativo.