Una historia de retos y esperanza
Por Orlando Mazeyra Guillén
NOTICIAS SOBRE LA MUERTE
—Arranco la clase en menos de quince minutos —te informa ella, con un tonito expectante, por el teléfono celular.
—Todo saldrá bien —le dices para animarla—. Estás más que lista y eres la mejor.
—¡Tampoco exageres! —exclama complacida por tus palabras—. Te cuento que están en su segundo recreo… y los estudiantes del salón que me toca me miran como si yo fuera una marciana… algunos con cierta antipatía…
—Es normal —la tranquilizas—, vas a reemplazar a su profesora… a varios no les agradará la idea de tener una profesora suplente. Así que no te hagas paltas.
—Está bien. Que sea lo que Dios quiera.
***
Mientras la esperas, decides ponerte a escribir. Ella dará su clase magistral sobre la importancia del uso de las infografías en la educación. Se ha desvelado preparándose concienzudamente. Anoche, antes de irse a la cama te pidió que fueras su único alumno. Y accediste de buena gana a escucharla con atención mientras tomabas una infusión de manzanilla.
Te explicó con varias y coloridas láminas que las infografías son un gran recurso educativo. “Pero se tienen que saber usar como todo en la vida”, te aclaró. Se trata, pues, de una portentosa herramienta visual que permite capturar la atención de los alumnos para que entiendan mejor el tema abordado.
—¿Y qué tema elegiste?
—La muerte —disparó ella a bocajarro.
—¿La muerte? —preguntaste creyendo que bromeaba.
—Sí, la muerte, ¡la muerte! —repitió—. Quiero saber qué piensan ellos sobre la muerte y qué les han dicho sus padres al respecto. Quiero que me cuenten si le temen y por qué le temen… y que sepan cuáles son las principales causas de muerte, cuántas personas mueren en el Perú y en el mundo a diario…
—Qué tema tan desagradable… ¿No crees que los vas a asustar?
—Para nada —retruca ella—. ¿Por qué piensas eso?
—Porque apenas son escolares de sexto de primaria. A mí, la verdad, a esa edad nadie me había hablado de la muerte —le contaste evocando sobre todo las soporíferas clases de religión.
—¿Ya ves? Si te hubieran hablado de eso desde muy niño y con infografías como yo, entonces tendrías una mejor actitud frente a la muerte… a ti te han educado en el temor.
—Es cierto —asentiste—. Provengo de un colegio católico, machista y muy violento.
—Pero, dime tú, ¿qué educación basada en el temor y la violencia puede ser buena?
Luego de escucharla te costó mucho conciliar el sueño. Pensaste en la gente que cierra los ojos y ya no despierta. Se va: acaso soñando, acaso envuelta en medio de una pesadilla que termina siendo ferozmente real. Antes de finalizar, ella te había explicado los casos de muertes súbitas y te pusiste muy aprensivo.
A ti, que tanto te gusta el fútbol, te recordó la historia del excapitán de la Fiorentina de Italia que acababa de realizar ejercicios de resistencia para chequear el funcionamiento de su corazón. El examen —hecho para deportistas de élite— fue más que satisfactorio. Los médicos le dijeron que tenía el corazón de un recién nacido. Lo llenaron de elogios. El jugador de sólo 31 años se fue a dormir a su habitación, sin embargo —¡ay, destino!— nunca más despertó.
—¿No se habrá suicidado? —le preguntaste—. A veces ocultan esa información.
—No. Fue un paro cardiaco por causas naturales. Es que la muerte súbita, Orlando, es la interrupción inesperada de toda actividad cardiaca… tú y yo, por ejemplo, nos podríamos morir mientras hacemos el amor, ¿nunca te has puesto a pensar en eso?
—Sería la mejor manera de morir: a tu lado y en medio del placer de poseerte —le confiesas—. Sí, lo he pensado…
—Te puedes morir mientras te duchas o mientras trotas; mientras compras el periódico o mientras ves un partido de fútbol en el estadio; mientras ves la luna o mientras lees un libro.
—Sería la muerte de un lector —afirmaste alzando la voz—. ¿Qué libro te gustaría releer antes de morir súbitamente?
—“La bella y la bestia” —te dijo sin dudarlo un instante—. Pero la versión francesa de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve que es la mejor.
—¿Y por qué te gustan tanto los cuentos de hadas?
—Me gusta este en específico porque habla de nosotros, de los roles que asumimos en nuestra relación: yo soy la Bella y tú eres la Bestia.
De pronto se echó a reír. Te contó que la otra vez tu madre le dijo que no entendía cómo la mascota de la casa —la perra Martina— la quería más a ella (a tu pareja) que a sus propios amos.
—Cada vez que la mascota te ve llegar es como si perdiera la cabeza, el animal te ama —le dijo tu madre—. Te ama más que a nadie en el mundo, ¿cómo lo consigues?
—Es que yo, señora Sara, tengo una conexión muy especial con los animales, me compenetro con ellos a la perfección.
—Ah, ya —dijo tu madre preparando un latigazo señero—. Con razón puedes entender al animal que es mi hijo Orlando.
Ella ríe, ahora con más intensidad y placer, mientras recuerda las ocurrencias de tu madre. Sin embargo, entre broma y broma, la verdad asoma: la verdad del amor entre ustedes; la verdad de su belleza física y espiritual; la verdad de tu bestialidad infinita (de tus raptos de locura, de tus ataques de ira y de tus pasos en falso); la verdad de la muerte y de su enorme manto oscuro que pone toda experiencia vital en tinieblas definitivas.
—Yo quisiera escribir nuestra historia antes de morir —le anunciaste—. Pero no sé si me alcance el tiempo.
—Yo ya estoy escribiendo nuestra historia: ¡y pasada a limpio! —te comentó ella—. Esa es la diferencia entre tú y yo. Siempre estoy un paso adelante… si quieres te lo explico con infografías: no le temo a la muerte como tú, simplemente amo la vida y punto.
Sigues escribiendo mientras ella culmina su clase magistral en un pequeño colegio de Cerro Colorado. Algún día, sin necesidad de infografías, te olvidarás de la muerte y por fin escribirás una nueva versión (personalísima) de “La bella y la bestia” y por fin le harás justicia a la mujer que amas. Será un golpe súbito, una infografía esperanzadora, una verdad en blanco y negro: la clase magistral de tu corazón.