Madre…

Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

Las celebraciones son recordatorios del valor de un hecho o un símbolo. Es verdad que estamos llenos de conmemoraciones y que muchas de ellas se transforman en largos feriados que son, sin dudarlo, merecidos descansos. Sin embargo, uno de los días celebratorios con los cuales coincidimos la mayoría es que el Día de la Madre es una festividad insustituible. Más allá de sus orígenes festivos, la figura materna es fundamental para la civilización. Pero a la vez, ha sido generalmente interpretado bajo los códigos patriarcales, que tercamente persisten, para colocarlas en un tipo de papel social de no igualdad.

Por ello la situación más bien ha sido históricamente de subyugación en roles domésticos o de acompañantes comprensivas de la supuesta épica del varón. Por muchos siglos fue un modus vivendi que, erradamente, algunos creían era el orden de las cosas. Esta situación toma ribetes dramáticos cuando la pobreza es una característica estructural de países como el nuestro; por lo tanto, ser madre y pobre reduce inmensamente las posibilidades del desarrollo personal que les corresponde. A veces se han dado tintes heroicos a las historias de sobrevivencia de las madres peruanas en medio de la cada vez más creciente precariedad, pero ello más bien revela las profundas contradicciones de convivencia y la necesidad de actuar con políticas para una verdadera inclusión socioeconómica.

A la par, mucho de la forma que pensamos de las madres también está constituido por nuestra íntima y particular relación con las nuestras. Como en todo vínculo humano, está provista de una alta complejidad y con particularidades tales que, justamente, hacen especial esa relación, incluso, la ausencia de esa conexión. El conjunto de experiencias es la que va creando un lazo y formas de proximidad que, para algunos casos, son decisivos para su propia constitución como individuo. Por ello, este día tiene un nexo esencial con nuestra propia memoria sentimental y las afinidades creadas en todo este tiempo.

Ese contacto maternal tan prodigioso hizo que el poeta Carlos Oquendo de Amat escribiera el poema más hermoso sobre las madres que nos muestra esa resonancia espiritual: “Tu nombre viene lento como las músicas humildes/y de tus manos vuelan palomas blancas”. Así, con toda esa armonía de nido y unión que es provocada por los vínculos maternos, una manifestación de nuestro ser de la cual todos provenimos. Un cordón umbilical invisible que permanece y que es testimonio de la continuidad del amor. Por supuesto, ellas merecen todos los respetos y de manera cotidiana, no solo este día consensuado y, a veces, hiper comercializado. Y esto es con acciones, no solo con palabras fabricadas ni regalos utilitarios.

Y rindo mi absoluto homenaje a mi madre, la más valiente y bella del mundo que libra en estos momentos la más dura de todas las batallas. Feliz día, mamita. Saldremos juntos de esta.

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