EL VALOR DE LA PERTENENCIA Y LA AMISTAD (primera parte)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
Los padres del siglo XXI, preocupados por sus ingresos económicos, por las horas extras en el trabajo, por la injusticia en el reparto de la riqueza y angustiados por su estatus social, no suelen regalar a sus hijos confianza, tampoco seguridad. Buscan llenar los bolsillos de sus hijos con tarjetas de crédito, nuevos inventos tecnológicos y promesas de un tiempo mejor. Pero ¿Cómo es un tiempo mejor? ¿Ellos, los padres lo saben? ¿Lo han imaginado en sus viajes astrales? O es que solamente han buscado una frase del comodite social para dejar guardada en un baúl su responsabilidad como padres y para posteriormente descubrir qué es lo que realmente desean en la vida.
Es difícil saberlo y mucho más complicado describirlo. Lamentablemente, padres inseguros educan y crían a niños inseguros. Padres sin sueños regalan pesadillas a sus hijos y padres perdidos extravían a sus hijos en el sendero de la vida.
Como padres cometemos errores, muchos tal vez, incontables. Eso no es importante si como padre me he dado cuenta de mis errores y me he propuesto cambiar. Lo triste sería seguir enseñando lo mismo.
Un día una madre me decía, “yo le regalo seguridad y compañía a mi hijo de trece años. Desde que ingresó a la escuela he estado con él, he trabajo cada examen con él, hemos compartido las tareas y creo, sin exagerar ni desmerecer ¡Qué ya tengo el mismo nivel de formación de mi hijo!”.
Yo me pregunto ¿Dicha madre le ha regalado seguridad a su hijo o le ha regalo dependencia? ¿Le ha enseñado verdaderamente a hacer sus tareas o lo ha mal acostumbrado? ¿Es una madre que confía en su hijo o es una madre qué en el fondo desconfía de él?
Muchos que van por los senderos errados de la vida dirán: ¡Esa madre no quiere que su hijo sufra! ¡Es una buena madre, se está entregando por él! ¡Pero si es una madre sacrificada, la flor de su juventud y los años más productivos de su adultez se los ha regalado!
El niño que no se equivoca en la niñez se equivocará de adulto. El sufrimiento y la pena que le hemos quitado al niño se lo regalamos al hijo ya adulto. Uno diría ¿Pero no es mejor que el yo adulto sufra y no el yo niño? Una vez más estamos equivocados. El niño se equivoca y reaprende pronto a la lección, tanto por desarrollo cerebral como por afecto de la familia. Para al adulto le es más difícil aprender, tanto por plasticidad cerebral limitada como por falta de afecto en su medio entorno. Entonces ¿En qué fase de la vida debemos de cometer los errores, en qué fase de la vida vale fallar? Si un niño se equivoca al dar un examen y saca una mala nota no hay problema, siempre habrá un nuevo examen para demostrarse que su conocimiento es amplio en ese tema, pero si un adulto se equivoca en la entrega de un informe mensual en su empresa, lo más probable es que no haya una segunda oportunidad para demostrar su capacidad. Si el mismo niño de la historia falla en el examen luego de haberse preparado bajo su propia responsabilidad, sus padres lo animarán a que vuelva a estudiar, hable con su profesor de clase y dé dicho examen nuevamente; le dirán qué es capaz, que no debe preocuparse por ello; le dirán que es inteligente y que puede con ese reto que se ha interpuesto en su camino. Pero si ese ser humano “que nunca se equivocó de niño” por qué sus padres evitaron en todo momento el error, se equivoca en el informe mensual. ¿Estarán ahí los padres para decirle que no hay problema, que van a hablar con el dueño de la empresa para que le dé una nueva oportunidad? Quizá sí estarán ahí y si hacen lo que he dicho lastimarán mucho más la estima de ese adulto hasta minimizarlo y hacerlo un títere del mundo; y si no están ahí, ese adulto joven deberá de valorar los modos y formas de enfrentar el desafío que se le ha interpuesto, deberá aprender a valorarse, a valorar su trabajo, a ser más juicioso en su labor, a esforzarse más.
Nosotros como padres elegimos el mejor momento para que nuestro hijo aprenda las lecciones más importantes de la vida, la paciencia, la tolerancia y la esperanza. Si lo aprenden en la niñez el proceso de aprendizaje tardará algunas semanas. Si elegimos la adultez el tiempo de aprendizaje será de algunos meses, lo más probable varios años.
No digo que sea malo apoyar a nuestros hijos, lo que digo es: “Apoya a tus hijos cuando sea necesario, demuéstrales que su casa es el mejor lugar para vivir, enséñales a vivir, dales seguridad y confianza”.
Recuerda, “si la mamá águila no empuja al aguilucho, allá en los riscos de las montañas y al pie del vacío, el aguilucho nunca aprenderá a volar. Si no vuela de aguilucho no volará siendo águila y se quedará a vivir en el nido, alimentando de los gusanos que le traiga su madre hasta que esta tenga que hacer su nido en otro risco y deba de abandonarlo”. ¡Sino empuja al aguilucho al vacío dañará su vida para siempre! Si lo empuja y no vuela morirá. Pero recuerda algo: las águilas fueron creadas por Dios para volar, el aguilucho volará. Lo mismo es con nuestros hijos, ellos han sido creados para vivir y superar los problemas, ellos sólo necesitan que creamos en ellos desde siempre y que les hagamos regalos creativos y afectivos para que ellos también crean en cada una de sus capacidades.
No seamos padres egoístas, nuestros hijos tienen que hacer un día sus vidas. Ellos no pueden vivir atados todos los días de vida a sus padres. Ellos un día tendrán que alejarse de nosotros. Pero no ¡Ellos deben quedarse con nosotros! ¿Quién hará sus cosas, quién cumplirá sus obligaciones? Se preguntan muchos padres.
Yo vengo a contarles algo que me sucedió ya algunos años atrás. Un día una madre de casi setenta años de vida vino a solicitar una consulta para su hijo, no hizo mayores explicaciones, le di el turno y el hijo vino al día siguiente. El hijo era un trabajador de la banca, con un puesto importante en su centro de labor, tenía un problema de insomnio primario, le di la receta para que tome un hipnótico. A los dos días de haber hecho la evaluación la madre del paciente atendido se presentó ante la puerta de mi consultorio relatando que “se había recorrido todas las farmacias de la ciudad y que no había encontrado el fármaco que le receté a su hijito”. Lo dramático de la historia es que yo vivía en una ciudad de trescientos mil habitantes, con cerca de quinientas farmacias y que la señora en mención era obesa, tenía problemas visuales y caminaba apoyada en un bastón.
Yo vengo y pregunto de nuevo ¿Cuántas madres nos comportamos como madres gallinas hasta la edad de la señora de la historia y aún cuidamos por nuestros hijos de esa forma? Más que pena por la mamá tenía pena por el hijo banquero ¿Qué sería de él un día cuándo su madre ya no lo acompañe en este mundo? Con la edad que tiene le será difícil afrontar muchas exigencias del mundo. Algunos quizá dirán, “pero tiene dinero”. Pero el dinero no te da seguridad si esta no vive en tu corazón, si tu seguridad vive en el corazón de tu padre o de tu madre, cuando ellos mueran la seguridad morirá con ellos y la vida se volverá un campo de batalla.