¿El inicio del fin de Vladimir Putin?
Por César Félix Sánchez – El Montonero

En la noche del viernes pasado, a través del «correo de brujas» de los comentaristas anglófonos de la guerra en Youtube aún antes que las grandes cadenas de noticias, se difundieron imágenes que revelaban una sorpresa aparente: una rebelión armada contra Putin parecía señalar el inicio de la descomposición de Rusia. Pero era una sorpresa solo para aquellos que se quedan con lo superficial y con las filias y las fobias del momento y, sobre todo, para aquellos que ignoran la historia de ese «enigma envuelto en un acertijo» que es Rusia, en palabras de Winston Churchill. Porque Rusia solo ha ganado guerras defensivas en las que ha podido contar con aliados europeos (las guerras napoleónicas y la segunda guerra mundial) y nunca las ofensivas y donde ha estado aislado (la guerra de Crimea y, hasta cierto punto, la guerra rusojaponesa). 

En enero de 2022, antes de que comenzase la llamada «operación especial», un alto dignatario de la Iglesia ortodoxa rusa, el obispo Hilarión, ahora, evidentemente caído en el ostracismo y «promovido» a una sede en el exilio, alertó sobre las consecuencias de una guerra con Ucrania: «Debemos recordar también que los resultados de una guerra son siempre impredecibles. ¿Podemos asumir que Rusia ganó la Primera Guerra Mundial? Recordemos el entusiasmo con que Rusia entró a ella, los sentimientos patrióticos que acompañaron la entrada del Imperio Ruso a esa guerra. ¿Podría alguien imaginar que en tres años Rusia colapsaría? Por esas razones, estoy profundamente convencido que la guerra no es un método para resolver problemas políticos acumulados».

Parece que esta profecía de Hilarión está empezando a cumplirse. A estas alturas de la guerra y aún mucho antes de que el polémico grupo Wagner, dirigido por un oligarca exconvicto y famoso por reclutar miles de expresidiarios en las cárceles rusas, que, aunque parezca extraño, parece ser la parte más efectiva del ejército ruso, se sublevara por algunas horas, tomando varias ciudades del sur e iniciando la marcha hacia Moscú, ya quedaba claro que los objetivos de la «operación especial» no podrían ser cumplidos: la «desnazificación» y neutralización de Ucrania. El cambio de régimen en Moscú parece estar más cerca que el cambio de régimen en Kiev y no solo la OTAN no se ha alejado de las fronteras rusas, sino que las reluctantes Finlandia y Suecia se han unido a ella. 

En síntesis: ni el peor enemigo de Putin o de Rusia podría haber vislumbrado una situación semejante a aquella en la que el propio Putin ha puesto a su régimen y a su país al desencadenar la invasión. Luego de 2014, Rusia se encontraba en una posición formidable y amenazante, ahora, en cambio, ha revelado sus profundas debilidades, ya desde el momento en que, a 48 horas de la invasión, no pudo provocar la caída del gobierno ucraniano. En una entrevista de abril del año pasado, quien escribe estas líneas decía lo siguiente: «Resulta esclarecedor, por tanto, contrastar la actualidad con las lecciones históricas del pasado. El gran error de Guillermo II y de su estado mayor fue creer que una guerra rápida podría servir para salvarse de un posible ahogamiento geopolítico y de las múltiples provocaciones de sus enemigos, sin importar los medios. Menospreció la importancia de la opinión pública universal, que se horrorizó ante la invasión de la neutral Bélgica, y acabó entrampado en una guerra larga y desgastante. Putin parece haber caído en la misma ilusión». 

Las analogías con 1917 y 1918 parecen ser, entonces, bastante significativas. Ya sabemos cómo terminaron el káiser y el zar: destronados. Pero hay que tener en cuenta que la caída de Putin y el colapso de Rusia pueden tener también consecuencias catastróficas: basta recordar lo que ocurrió en Irak luego del derrocamiento de Sadam Hussein o la terrible guerra civil rusa de 1918-1921. Porque a veces la paz produce, para millones de seres humanos, monstruos tan o más terribles que la guerra: díganlo si no la URSS nacida después de 1917 y el infame orden mundial de Yalta y Potsdam después de 1945.

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