HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA NUESTRA VIDA COMO PADRES Y COMO HIJOS
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

Ahora reflexionemos, una semana trae en total ciento sesenta y ocho horas y en promedio los padres suelen pasar con sus hijos entre ocho a diez horas, en el mejor de los casos veinte horas. Eso quiere decir que como padres compartimos menos del diez por ciento del total de tiempo que hay en una semana ¡Felizmente nuestros hijos son lo más importante en nuestra vida!

Algún padre buscando aligerar su sentimiento de culpa luego del exigente análisis matemático que he realizado argumentando “pero ese tiempo que paso con mi hijo es tiempo de calidad”.

Querido padre de familia, el tiempo es el único valor en el mundo que no tiene precio, es invalorable y encima de ello no se puede comprar en ningún lugar. El tiempo es invalorable, cada segundo es un milagro en la existencia. ¿Podríamos entonces hablar de tiempo de calidad y de tiempo que no tiene calidad? Dicho concepto de tiempo es una falacia que nos han venido a vender a los padres para no sentirnos culpables por abandonar a nuestros hijos por el bien trabajo, una mentira que ha cautivado nuestros oídos y que nos han hecho sentir menos responsables por dedicar más tiempo al trabajo que ha nuestra familia, un gran engaño que ha destruido familias que creyeron en el milagro del tiempo de calidad mientras sus hijos los iban borrando de las páginas de su vida.

Dar tiempo a nuestros hijos es darnos por completo, es darnos en cuerpo y en alma. Es regalar nuestros pensamientos, actitudes y emociones; dar tiempo a nuestros hijos es regalarles nuestras existencias de modo pleno. Dar tiempo a nuestros hijos es pensar solo en ellos, en valorar lo que se hace en cada instante de compañía y en ofrecernos a una experiencia inolvidable.

Cuando usted querido padre de familia se dedica a cualquier otra cosa u actividad que no sea su hijo no le está regalando su tiempo a su hijo. Entiéndalo o está con él o no está con él. O juega con él o habla por celular, no puede hacer ambas cosas a la vez. Apague su celular, no viva dependiendo de una llamada telefónica, no haga que su hijo odie a la persona con la cual habla por el hilo telefónico y que lo odie a usted por no poder compartir ese momento que han planificado para compartirlo desde hace mucho tiempo. Cuando juegue o comparta una actividad con su hijo solo hay una prioridad: ¡Su hijo!

No olvide, el tiempo es valioso y regálelo a su hijo, no a extraños, no a gente que no lo valora; no regale su tiempo a actividades que no valen la pena. No gaste su tiempo en actividades fatuas, llénese de valor y regale ese milagro de la existencia al ser más importante de su vida después de su pareja. ¡Su hijo! Él se lo agradecerá toda la vida.

Los hijos son importantes en nuestras vidas y si no sienten nuestro amor buscarán muchas formas para estar ahí, en el centro mismo de nuestras ideas y de nuestro corazón. La oración de un niño que quería ser televisor nos ayudará a entender esta propuesta:

“Señor, esta noche te pido algo especial…  Convertirme en un televisor, quisiera ocupar su lugar. Quisiera vivir lo que vive la tele de mi casa. Es decir, tener un cuarto especial para mí y reunir a todos los miembros de mi familia a mi alrededor.

Ser tomado en serio cuando hablo. Convertirme en el centro de la atención al que todos le quieren escuchar sin interrumpir ni cuestionarle.

Quisiera sentir el cuidado especial que recibe la tele cuando algo no funciona. Y tener la compañía de mi papá y de mi mamá cuando lleguen a casa, aunque estén cansados del trabajo.

Y que me busquen cuando estén solos.

Y que mis hermanos se peleen por estar conmigo.

Y que pueda divertirlos a todos, aunque a veces no les diga nada. Quisiera vivir la sensación de que lo dejen todo por pasar unos momentos a mi lado. Señor no te pido mucho. Sólo vivir lo que vive cualquier televisor…”

Que triste sería un mundo con niños añorando no solo ser televisores, algunos ahora quieren ser computadoras, trabajos, amistades de sus padres y tantas otras cosas. Ahora los niños ya no quieren ser niños, quieren ser el centro de la atención de sus padres y por consiguiente se quieren convertir en aquel objeto o en aquella actividad que realizan día a día sus padres.  ¡Qué niñez más miserable que esa! ¡Eso es lo que regalamos día a día!

Demos lo mejor de nosotros, nuestro esfuerzo, nuestra historia y nuestra vida. Nuestros hijos se lo merecen.

Hagamos un viaje a nuestro interior, deshagámonos de nuestras imperfecciones. Salgamos a caminar por las calles de la vida con nuestros menores hijos. Juguemos con ellos alrededor de un árbol en un parque, echémonos de espaldas en el tibio pasto de verano, abrasémonos e inundémonos de esperanza y de amor familiar.

Enseñémosles a nuestros hijos que el mundo es un lugar maravilloso para vivir. Enseñémosles que la violencia nunca debe pasar por el umbral de nuestra mente. Eduquemos sus emociones y cultivemos cada vez más las nuestras. Las agresiones verbales deben quedar en el agresor, las agresiones verbales nunca deben llegar a nuestro corazón.

Si tú, como padre, respondes insulto con insulto, tu hijo hará lo mismo el resto de su vida. No respondas agresión con agresión, alcanza compresión, un bien personal que se halla infinitamente más alto en la escalera de desarrollo personal.

Si alejas de tu ser el concepto violencia y agresión, tu hijo vivirá una existencia con altas probabilidades de paz. Si cobijas bajo tu manta la violencia y la agresión, tu hijo desbordará en aguas de infortunio y soledad.

Si damos una limosna en la calle, nuestros hijos aprenderán a ser caritativos. Si sonreímos a la hora de servirnos nuestros alimentos nuestros hijos nos lo agradecerán. Si perseveramos en regalar cada acto a nuestros hijos, de seguro que nuestros hijos al alimentarse de ellos superarán con mayor facilidad los desafíos de la vida. Regalémosles por consiguiente siempre actos de superación, reconozcamos nuestros errores y corrijámoslos. Digámosles a nuestros miedos, “ya no tengo miedo” y armados de coraje y valor, enfrentémoslos.

DATO

¡Cuán distinta sería la vida en nuestro planeta si cada acto de nuestra vida lo hiciéramos de modo consciente! La vida sería maravillosa para cada uno de nosotros, también para nuestros hijos. Ellos nos respetarían por ser plenos y ellos serían plenos en su vida.

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