¿CANSADO O AGOBIADO?
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo les daré descanso. Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma; porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,28-30), nos dice Jesús en el evangelio de este domingo. Es una invitación abierta a todos, porque a lo largo de nuestra vida en este mundo todos pasamos por momentos de cansancio o agobio. Desde el agobio ante los exámenes en la escuela o la universidad, o ante alguna situación afectiva que tememos no resulte bien, hasta el cansancio propio del esfuerzo por sacar adelante un emprendimiento, proveer de los medios necesarios para sostener a la familia o superar algún defecto o pecado, etc. Como dicen las Sagradas Escrituras: «Grandes trabajos esperan a todo hombre, un yugo pesado hay sobre los hijos de Adán, desde el día en que salen del seno materno hasta el día de su regreso a la madre de todos» (Eclo 40,1); y es justamente en esos momentos de dificultad en que muchas veces tendemos a cerrarnos en nosotros mismos o a buscar soluciones solamente con nuestra razón, nuestras estrategias y esfuerzos. Así, terminamos agobiados y podemos incluso caer en la rebeldía o la desesperación.

Es sobre todo en esas circunstancias que el Señor nos invita a recurrir a Él y no buscar solucionarlo todo solos, porque Él está siempre dispuesto a ayudarnos. Como dice el Salmo 144, «el Señor es bueno, es cariñoso con todas sus criaturas…está cerca de los que lo invocan». No estamos solos en esta tierra. Dios está con nosotros, incluso en los momentos más difíciles. En palabras del Papa Francisco: «Dios no es distante, es Padre, te conoce y te ama; quiere tomarte de la mano, también cuando vas por senderos empinados y difíciles, también cuando caes y te cuesta levantarte y retomar el camino…Él solo nos da esa alegría y esa paz que nosotros mismos no podemos alcanzar» (Angelus, 18.VI.2023). No hemos de tener reparo de recurrir a Jesús o a Dios Padre en cualquier circunstancia de nuestra vida, aun si nos hemos alejado de Él, porque Él nunca se aleja de nosotros sino que, por el contrario, respeta nuestra libertad y no se nos impone pero está siempre deseoso de que lo invoquemos para poder ayudarnos.

Jesús no nos pone ningún requisito para ayudarnos, simplemente nos anima a ser humildes y reconocer que no somos autosuficientes, que hay acontecimientos en nuestra vida que nosotros no sabemos bien cómo manejar, que exceden nuestro control; y entonces, en lugar de encerrarnos en nuestro agobio, estar malhumorados, decepcionados o, peor todavía, resignarnos a una vida de pecado, nos invita a tomar su yugo, es decir a unirnos a Él. Así como dos bueyes, unidos por el yugo, conforman una yunta para arar el campo, Jesús nos invita a ser una yunta con Él y arar juntos el campo de nuestra vida. ¿Y cuál es el yugo que nos invita Jesús a tomar? El yugo de su amor por nosotros. Dejarnos amar y ayudar gratuitamente por Él es el yugo suave y la carga ligera que hace posible que caminemos alegres aun en medio de las vicisitudes de este mundo. Como lo anunció el mismo Dios desde antiguo: «al final hallarás su descanso y se convertirá en tu alegría» (Eclo 6,28).

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