EL PASTOR: TOMA DE LIMA
Por: Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa

Para estos días se ha convocado a otra “Toma de Lima”, es decir a repetir las manifestaciones del verano pasado en las que un sector de la población exigió la renuncia de la presidente de la República, la disolución del Congreso, el cambio de nuestra Constitución Política y nuevas elecciones, entre otras demandas. Como es natural, ante esta nueva convocatoria preocupa que se repitan también los actos de violencia que causaron tanto caos, zozobra y muertes, además de graves daños a la economía que siguen afectando a miles de familias económicamente más vulnerables, incluidos niños y ancianos. Estoy seguro de que la gran mayoría de los peruanos no deseamos que eso vuelva a ocurrir. No queremos más muertos; tampoco queremos que se destruya la propiedad pública ni la privada, ni que se evite el libre tránsito de aquellos que necesitan circular por las calles o carreteras sea porque necesitan trabajar para llevar el sustento a su hogar o porque requieren atención médica o por otras razones.

La gran mayoría de los peruanos somos católicos, otros pertenecen a alguna otra comunidad cristiana o religión y una minoría no profesa ninguna fe pero igualmente son personas de buena voluntad. Un porcentaje de todos ellos participará en las manifestaciones convocadas para estos días, sea en Lima u otras partes del país. Lo harán movidos por sus convicciones y sin ánimo de caer en la violencia. Sin embargo, no podemos descartar que también vayan a participar personas que no estén movidas por la búsqueda del bien común de la sociedad y que pretendan aprovechar estas manifestaciones para buscar sus propios intereses, algunas veces incluso delictivos, y generar violencia. En ese escenario, se corre el riesgo de que una manifestación que se desea que sea pacífica termine transformándose en violenta y que, enardecidos los ánimos por el ambiente, personas que comenzaron a participar de buena voluntad terminen dejándose llevar por esa violencia.

La Doctrina Social de la Iglesia reconoce la legitimidad de las manifestaciones populares cuando constituyen un recurso necesario para obtener mejoras en la situación social, pero sólo después de haber constatado la ineficacia de todas las demás modalidades para superar los conflictos y en la medida en que se usen métodos pacíficos. En cambio, nos sigue enseñando la Iglesia, cualquier manifestación «resulta moralmente inaceptable cuando va acompañada de violencias o también cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente vinculados con las condiciones de trabajo o contrarios al bien común» (Compendio de DSI, n. 304).

Jesucristo nunca incitó a la violencia; por el contrario, Él es el “Príncipe de Paz” (Is 9,5). Por eso, los cristianos estamos llamados a buscar siempre el diálogo para solucionar los conflictos y jamás recurrir a la violencia. Como nos enseña el Papa Francisco: «La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible» (Discurso, (8.IX.2017). Oremos y evitemos que la violencia se vuelva a desatar en nuestro Perú.

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