La inteligencia de las plantas
Por: Luis Luján Cárdenas

La neurobiología vegetal, apoyándose en numerosas ciencias como la ecología, la sociología y la filosofía, sospecha que las plantas poseen inteligencia y sentimientos. Esta tesis es apoyada por el químico español Germán Tortosa, de la Universidad de Murcia, quien sostiene que “la planta es consciente de su ambiente y se adapta al mismo” con inteligencia.

En el artículo ‘¿Son las plantas inteligentes y conscientes de sí mismas?’, publicado hace unos años en la revista ABC Ciencia, Stefano Mancuso, profesor de la Universidad de Florencia (Italia), afirma que las plantas “aunque carecen de sistema nervioso, tienen nervios, sinapsis e incluso el equivalente a un cerebro localizado en algún lugar entre las raíces, que les permite poseer una inteligencia comparable a la de los animales”. Son capaces de resolver problemas, aprender y cuidar a sus hijos.

Agrega que “las plantas no solo sienten y reaccionan frente a distintos tipos de música, sino que también tienen conciencia de sí mismas y de su entorno, pueden auxiliarse unas a otras frente al peligro demostrando ciertos grados de altruismo, se comunican entre sí e incluso usan estrategias en las que destaca el engaño. También tienen memoria, una superior que muchos animales (…) En otras palabras, poseen inteligencia, aunque no tengan cerebro”.

E incluso tienen la capacidad de defenderse ante alguna amenaza. En 1973, Peter Tompkins y Christopher Bird publicaron el apasionante libro La vida secreta de las plantas, que recopila experimentos que demostrarían no solo la inteligencia de los vegetales, sino también la capacidad de predecir fenómenos climáticos y sentido del futuro.

En la obra se relata que en 1966 al agente de la Central Intelligence Agency (CIA), de Estados Unidos., Cleve Backster, se le ocurrió conectar al polígrafo detector de mentiras una planta dracena que adornaba su despacho. Primero roció agua a sus raíces y las agujas apenas se movieron, igual fue cuando introdujo una hoja en su café caliente; pero al pensar en quemarla con un fósforo, el polígrafo marcó una prolongada línea ascendente. La dracena inexplicablemente había leído su pensamiento amenazante, reaccionando con impulsos eléctricos. Tenía la capacidad de detectar pensamientos positivos o negativos, que incluso podía motivarla a defenderse.

En la obra Tesis, Antítesis y fotosíntesis, Michael Pollan sostiene que las plantas “incapaces de huir, despliegan un complejo vocabulario molecular para dar la voz de alarma, disuadir o envenenar a sus enemigos”. Quizá, este fue uno de esos casos.

¿Acaso el cambio climático es una respuesta de resiliencia global de la naturaleza a la agresividad de los seres humanos?

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