NUESTRA PATRIA
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa 

Pese a la difícil situación por la que estamos atravesando, en estos días de Fiestas Patrias han abundado los intercambios de saludos y felicitaciones mutuas por ser parte de este Perú tan bello y rico en su variedad de recursos naturales, tradiciones culturales y generosidad de su gente. Perú es un enorme don de Dios, con la grandeza del mar que baña nuestras costas, la majestuosidad de los Andes y la exótica belleza de la selva amazónica. Tenemos también la riqueza de la multiculturalidad y del legado que las culturas ancestrales han ido aportando a la configuración de nuestra identidad nacional. A ello se añade la nobleza de los peruanos, que se traduce en la capacidad de acogida a quienes nos visitan, el espíritu de sacrificio y emprendimiento que nos caracteriza, la solidaridad que en no pocas ocasiones nos ha permitido superar tiempos y situaciones difíciles.  

No menos importante es el gran don que Dios ha dado al Perú a través de la Iglesia Católica que, como reconoce el artículo 50 de la actual Constitución Política de nuestro país, ha contribuido en el desarrollo histórico de nuestra nación y, al mismo tiempo, en la conformación de nuestra cultura e identidad nacional. Uno de los elementos que más ha ayudado a la unidad nacional ha sido, desde los tiempos del Virreinato y más aun durante la República, nuestra fe católica. En ella se han forjado la mayoría de los grandes héroes y personajes ilustres de nuestra patria. En esa fe se han cimentado los grandes valores que han caracterizado a nuestra sociedad. De ella, la mayoría de los peruanos hemos sacado y continuamos sacando las fuerzas para superar las adversidades que, periódicamente o de modo permanente, nos toca atravesar. 

Ahora bien, pese a todo lo dicho, todavía nos queda mucho por hacer. El Perú adolece de graves contrastes sociales y económicos que afectan a una parte muy considerable de la población. El pecado, que habita en el corazón de los hombres, nos enceguece y muchas veces nos lleva a no mirar al otro, al prójimo, como a un hermano, sino a ignorarlo o verlo como un adversario. Ese mismo pecado nos vuelve egoístas e insensibles. La cultura de la muerte, como la llamó san Juan Pablo II, que ahora el Papa Francisco llama cultura del descarte, acecha a nuestra patria y quiere diluirla en una globalización de la indiferencia y de la idolatría del dinero, del poder y del placer.

La fe cristiana, que compartimos la casi totalidad de los peruanos, nos llama a unirnos para que el Perú no sea un campo de batalla entre ideologías que no toman en cuenta las reales necesidades de la población o, igualmente de malo, un botín a repartirse entre unos pocos. Es preciso cambiar los gritos e insultos por un diálogo constructivo que nos permita unir esfuerzos para superar las lamentables desigualdades que aún existen entre nosotros. Todos los peruanos somos parte de un mismo pueblo forjado a través de siglos de historia. Contribuyamos, entonces, al bien común de la nación, que es el bien de todos y cada uno. Todos saldremos ganando si nos unimos en un proyecto común de país, en el cual nadie se sienta descartado sino, por el contrario, todos acogidos y ayudados. 

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