Partidos combi
Por: Christian Capuñay Reátegui
En el centro de la noticia política de los últimos días se halla la escisión en la bancada de Acción Popular. Al menos 8 integrantes de dicho grupo renunciaron, según ellos, por su discrepancia ante la entrega de la vocería a un legislador cuestionado. Sea cuales fueren las verdaderas razones de tal ruptura, el caso es un ejemplo de la crisis por la cual atraviesan los partidos políticos en el Perú.
Para nadie es un secreto que nuestro sistema de partidos está profundamente debilitado y el consenso en la academia es que no contamos con verdaderas organizaciones políticas.
Entre los principales problemas de los partidos podemos mencionar su escasa o nula institucionalidad, responsable la incapacidad que demuestran para asegurar una presencia en la escena política más allá de las coyunturas electorales y al margen del arraigo del caudillo.
De ello se deriva la carencia de bases ideológicas que delineen sus propuestas programáticas y otorguen sustento a las mismas. El pragmatismo parece ser en la actualidad una característica intrínseca en dichas organizaciones.
Tal rasgo distintivo, asimismo, los ha convertido en organizaciones personalistas empleadas como plataformas electorales o instrumento de presencia y poder a favor del caudillo. De allí que resulta más apropiado referirnos a este último como propietario antes que líder.
Asimismo, la mayoría de ellos carecen de arraigo orgánico entre la población. Hace muchos años dejaron de ser vehículos a los cuales la ciudadanía puede recurrir para vincularse con el poder político y como medio para plantear demandas y obtener atención a estas.
Podrían citarse otras falencias, no obstante, con este somero esbozo podemos tener una idea del efecto pernicioso que la ausencia de verdaderos partidos ocasiona en la institucionalidad y en la democracia en el Perú.
En democracias más consolidadas que la nuestra, los partidos políticos son organizaciones con arraigo social, vida institucional independiente del líder de turno, y capaces de convertirse en actores con influencia en el devenir político más allá de las elecciones. En definitiva, dan vida a la democracia y la fortalecen.
¿Cuándo comenzó esta situación? La poca institucionalidad partidaria es un mal que nuestro país arrastra en la práctica desde hace muchos años. No obstante, es un consenso afirmar que el ataque perpetrado contra el sistema durante el inicio de la década de 1990 con el interés de desprestigiarlo acentuó estas debilidades y terminó erosionándolo como nunca.
Pero lo que deberíamos preguntarnos es qué hacer para superar este problema. En esa línea, resulta evidente la necesidad de aplicar reformas orientadas a institucionalizar los partidos. Es preciso, por ejemplo, fortalecer los procesos de democracia interna para evitar que sean saludos a la bandera, así como romper el personalismo tan arraigado en la mayoría facilitando la aparición de liderazgos ajenos al caudillismo. No menos importante es facilitar la adopción de medidas que prevengan la infiltración de corrupción.
Por lo expuesto, para afianzar la democracia es necesario fortalecer a estas organizaciones y a ello deberían apuntar nuestras autoridades y la clase política. Deberíamos desconfiar de los personalismos que hacen del denuesto de los partidos políticos un elemento central de sus discursos trasnochados.