La identidad arequipeña
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

El 15 de agosto celebramos el 483° aniversario de la fundación española de Arequipa. Como todos los años, en la Misa Te Deum que celebramos en la Catedral damos gracias a Dios por los dones que día a día nos da y, en especial, por nuestra identidad arequipeña. Le damos gracias también por tener a Jesús, el Cristo de la Caridad, como patrono de nuestra ciudad, y a la Virgen María, la Asunta al Cielo, como Madre nuestra. Su permanente compañía nos permite vivir con serenidad el presente y mirar con esperanza el futuro, ya que sabemos que estamos en buenas manos y que siempre hemos contado con su amor y protección.

En la Misa Te Deum pedimos también por todos los que formamos parte de esta ciudad y de esta región, así como por nuestras autoridades, para que el Señor nos ayude a trabajar unidos por el bien común e ilumine a nuestros gobernantes de modo que, entre todos, podamos cooperar para superar la difícil etapa que estamos atravesando y que está marcada por una crisis pluridimensional. En efecto, a la crisis sanitaria que quedó de manifiesto con la pandemia del Covid-19 se han unido la crisis económica y aquella política y social. Tenemos, pues, muchos problemas, antiguos y nuevos, por resolver. Por ejemplo, la pobreza que ha aumentado notoriamente los últimos años y afecta a miles de familias, la inseguridad ciudadana, la corrupción, el alto índice de informalidad, la polarización en las redes sociales, la falta de comunión y trabajo en conjunto de algunas de nuestras autoridades, y un largo etcétera.

Estos problemas ponen de manifiesto que el bienestar de una ciudad, región o nación requiere de un desarrollo humano integral que tome en cuenta al hombre en su totalidad de cuerpo y alma. Muchos de nuestros problemas tienen su origen justamente en la falta de una adecuada comprensión de la naturaleza humana, que lleva a preocuparse solamente por los aspectos materiales de nuestra existencia y a olvidarse de los aspectos espirituales, como son las virtudes y valores que corresponden a nuestra realidad de seres creados para vivir eternamente: la honestidad, la solidaridad, la reconciliación, el amor a Dios y al prójimo.

Sin amor quedamos encerrados en nuestro egoísmo y condenados a buscar cada uno su propio interés, atentando así contra el verdadero desarrollo humano integral. Movidos por el amor, en cambio, seremos capaces de elaborar un proyecto de vida común y de trabajar juntos por sacarlo adelante. Por ello, es preciso que no nos dejemos engañar por lo que el Papa Francisco ha llamado la “cultura del descarte”, que nos lleva a desestimar el valor de la vida humana y de aquellas personas que nos parecen inútiles, especialmente los niños por nacer, los enfermos y los ancianos. Por el contrario, hemos de trabajar por una “cultura del encuentro” que nos haga capaces de superar celos, envidias y rivalidades. En otras palabras, hemos de custodiar nuestra identidad arequipeña que siempre se ha caracterizado por la fe católica que impulsa la ayuda mutua y la responsabilidad por todo aquello que es nuestro.

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