IA en la educación: enemigo o aliado
Por María del Pilar Tello – El Montonero
En noviembre del año pasado estábamos por finalizar el ciclo académico universitario cuando Open AI lanzó el ChatGPT, que creó gran expectativa. Inmediatamente conversé con mis estudiantes sobre sus posibilidades y la manera de usarlo, pero también les advertí de su falibilidad. “No se confíen porque puede tener errores que sus creadores llaman alucinaciones que pueden llevarlos a errores garrafales y por consiguiente a una mala calificación”. Entendieron perfectamente la tentación y el riesgo. “La IA tendrá alucinaciones, pero las malas notas serán de ustedes”.
¿Podemos luchar contra una aplicación que es capaz de generar, en menos de un minuto, una redacción de 600 palabras sobre cualquier tema que le pidamos? Esto sería algo imposible y para nada útil ni inteligente. No se trata de combatir la innovación ni de impedir su uso, sino ver de qué manera la incorporamos positivamente. Pasados casi nueve meses del lanzamiento del ChatGPT se afirma que un tercio de los estudiantes estadounidenses entre 12 y 17 años y el 51% de los docentes, utilizan ya esta herramienta con impacto positivo.
Hemos ingresado a la convivencia cercana con la inteligencia artificial, que ha llegado para quedarse. Y debemos responder con inteligencia humana. El mayor problema hasta ahora es evitar que el estudiante copie, pero tenemos que ir más allá. Aprovechar esta oportunidad para hacer cambios en el profesor y en el estudiante no solo para evitar las trampas, sino para aprender a distinguir entre lo confiable y lo que no lo es. Y esto solo se puede lograr enseñando a pensar, a dudar y a trabajar con espíritu crítico.
Por ejemplo podemos anunciar nuestro tema de la clase siguiente y que se preparen preguntando al chatbot todo lo que les sugiere el punto, y llegar a la clase para una lluvia de ideas que motive discusiones que significarían un escrutinio colectivo reflexivo, divertido y analítico para contrastar las diferentes respuestas y detectar aciertos, limitaciones y sesgos. Así podríamos combatir uno de los mayores peligros de ChatGPT que es la presunción de veracidad, la excesiva confianza en sus respuestas. El estudiante debe estar consciente de que lo que el chatbot no sabe lo inventa y en todos los casos la duda es saludable.
Por supuesto que no es una ruta fácil. En todo el mundo las instituciones educativas reaccionan para impedir que sus alumnos pasen de curso con trabajos que ChatGPT produce a pedido. Incluso algunas escuelas públicas en Nueva York y Seattle han vetado el programa en sus redes y dispositivos académicos. Lo mismo han hecho selectivamente en Australia, Francia, India o España. Las editoriales también se han sentido amenazadas y han advertido que ChatGPT puede ser muy divertido, pero no es un autor ni un coautor.