INFANCIAS: TEORIA DE LAS REGLAS
Por Orlando Mazeyra Guillén

Bryan Paredes presenta su primer libro este domingo 20 de agosto, a las 5 de la tarde, en la Feria del Libro La Independiente.

“Infancias”, el primer libro de cuentos del periodista y escritor Bryan Paredes, nos permite asomarnos a diversas formar de crecer, madurar y hacernos hombres (o al menos intentarlo, a pesar de los desalentadores resultados). No obstante, muchas de sus breves narraciones nos recuerdan que, de una u otra manera, todos también decrecemos, menguamos. Y es inevitable: nos vemos disminuidos física o moralmente; como el padre del narrador del último relato, un anciano que ha ido perdiendo poco a poco los dientes y se resiste a abandonar la bebida que le ha desencadenado el problema dental.

En el cuento titulado “Teoría de las reglas” el narrador confiesa que nunca ha podido hablar con facilidad y por eso escribe. Y, a través de la escritura, se exhibe sin reparos y sin temores hasta llegar a entender que las palabras duelen sobremanera y sus estragos duran años: “quizá para siempre”. De esos estragos imperecederos está hecha la narrativa de Paredes.

En “La infancia es una paloma muerta en tus manos”, por ejemplo, podemos adueñarnos de una interrogante dolorosamente luminosa: “¿No dicen que los primeros años de educación son fundamentales para la vida de una persona?”. Este libro da cuenta de esas primeras veces, doloras e impactantes, intensas y fulgurantes: los primeros amores, los primeros viajes, los primeros adioses, los primeros muertos, los primeros fracasos… Todo para caer en la cuenta de que “todo terminará mal, la vida no es justa” y, poco a poco, vamos agotando nuestras últimas cartas sabiendo que inevitablemente perderemos de forma definitiva porque “siempre habrá un momento, en la historia de nuestra vida, en que lo perderemos todo”.

Bryan Paredes nos alcanza un variopinto mural con distintas versiones de él mismo. Y su personalísima mirada nos resulta a veces luminosa y a veces perversa. Y en la que es acaso su mejor historia, la última de esta entrega, un periodista cultural se pierde una ansiada (y por muchos años preparada) entrevista con el célebre autor norteamericano Paul Auster por volver a casa para tomarse unas cervezas con su padre. Quizá esa conversación con su progenitor fue la mejor entrevista que hizo en su vida. ¿Crecemos o decrecemos? Los cuentos de Bryan Paredes podrían tener la respuesta, pues sus Infancias también son nuestras.

El libro, publicado por Dendro Ediciones que dirige Fran Gutiérrez, se presentará en la Feria del Libro La Independiente, un esfuerzo del Ministerio de Cultura del Perú. La cita es en la Plaza San Francisco del Cercado de Arequipa a las cinco de la tarde.

FRAGMENTO DEL LIBRO

El nido de ratas estaba entre los escombros de la pared que habían tumbado los trabajadores. La familia decidió, en esos años, que ampliar la cocina era un regalo inmejorable para la abuela. Se pudo reunir la plata, aunque fue un año de poco trabajo, según contaban mis tías, tiempo en el que se debía rascar la olla y escuchar esa punzante melodía del arroz quemado: cocolón delicioso, amargo y suficiente para calmar las vísceras. Ustedes todavía no nacían, ¿cierto?

Imaginen a los roedores mismos perros enanos y rosados; tenían los ojos cerrados, movían los hocicos desdentados, quejándose en su cuna de tierra mientras las pulgas recorrían esa piel sin pelo como lunares desquiciados en busca de un lugar donde amamantar la sangre. No encajaban como mascotas por su condición de crías de alguna rata que ya no estaba en casa. ¿No que los animales tienen el instinto de proteger a los suyos? Yo era muy chiquillo, en ese entonces, y esa pregunta se me quedó hasta ahora. Tus parientes son lo más sagrado del mundo. Es un lazo que nunca se debe romper, sobre todo en esta época en la que no abunda el dinero, pero siempre hay de dónde sacar.

No recuerdo quién juntó las ratitas en una bolsa plástica transparente. Quién pudo haber tenido la frialdad y el poco asco para agarrarlas. Lo que sí no he podido olvidar es cómo mi primo, por quien han venido a preguntar, tomó la infame colonia, que no dejaba de moverse, y me dijo que lo acompañe afuera de la casa. No me lo sugirió sino que me ordenó hacerlo, en ese lenguaje que tienen los niños de mandar sin palabras. Una mirada y un «vamos» me bastaron para ir detrás de él hasta dejar el callejón y encontrar el jardín del abuelo, ese hermoso paraíso que, ahora, se ha reducido a un montón de piedras sucias donde estamos sentados. ¿Estoy dando muchas vueltas? Si accedí a hablarles es porque aceptaron escuchar la versión completa, desde antes, para que entiendan. Yo tengo mucha paciencia, no me molesta que muestren sus armas, sus documentos, pero no respondo por mis trabajadores. Ellos siempre están medio eléctricos, nerviosos. Así que guarden sus fierros.

Ese fue un día con buen clima, como suele ocurrir en los veranos de Trujillo. En esta ciudad sí hay un cielo, muy azul, con nubes algodón de las que salen en las películas. Un paisaje que alguien debería filmar y revelar al mundo. Tal vez podamos entender algo más sobre nuestra existencia con unas buenas tomas. Esos colores te acompañan en todos los momentos de tu vida. Aunque visites cualquier capital del mundo, igual sabrás que puedes quedarte a morir en el norte del Perú por la inmensidad del cielo. No sé a cuántos países he viajado, para eso tienen el reporte migratorio. Si me preguntan por qué me mudé, de repente, es porque quería aprender de otras culturas. Sueños de chibolo, claro. Antes de que mi familia se dividiera. Por eso estoy acá. Desde que murieron los abuelos, esta casa parece maldita. Mi tía, la mamá de mi primo, al que encontraron en la acequia, fue la primera en irse. Pero eso pasó después, y no me pregunten dónde está ahora, no sean imprudentes.

Como les decía, ahí estábamos nosotros, unos niños en crecimiento, empolvados, aburridos. Corrimos hacia la avenida principal, a un par de cuadras de aquí, frente a las dos bodegas de las esquinas. No pasaban muchos autos pero siempre había taxis que transitaban cerca de las veredas de tierra para encontrar algún pasajero. «Mira cómo revientan», dijo mi primo antes de lanzar a los roedores sobre las llantas de un tico amarillo. El sonido de un cuerpo reventando debe ser la comunicación más perfecta de lo que es toda esta realidad. O de lo que somos los seres vivientes. Es la canción del por qué nacemos. Aunque las ratas y nosotros no lo entendamos, siempre brota la sospecha de que en esos quiebres de huesos, órganos y sangre, mucha sangre, está la clave de lo que somos todos.

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