Cómo aprender a amar a un mundo horrible
Por Orlando Mazeyra Guillén

PALETA DE COLORES

—Quiero que escuches a Yann Tiersen —te dijo.

               —¿Y quién es ese pata?

               —Un brillante músico y compositor francés —te informó—. Tengo acá en mi celular “Porz goret”. La vas a escuchar antes de leer lo que escribí para ti, ¿puedes?

               Nancy te acaricia el rostro. Luego busca en su celular la grabación de Yann Tiersen y te pide que cierres los ojos mientras la escuchas. Tú accedes de buena gana y recuerdas el día que la conociste. Luego te indica que leas en voz alta su presente por un nuevo aniversario: palabras, sólo palabras. Nada mejor que las palabras para celebrar el amor y la vida.

***

Orlando: Son casi las cinco de la mañana y tú sigues durmiendo. La paz me acompaña, ¿pero hasta qué hora?  Desde mi ventana veo cómo batalla el sol por salir de entre esas inmensas nubes grises… ¿lo logrará hoy? Me he quedado por espacio de quince minutos contemplando ese suceso, en medio de esa calma que precede al caos. Mi madre siempre dice que yo pierdo el tiempo “viendo y viendo, sin hacer nada”… pero, ¿sabes? Yo siento que no sólo veo, sino que pienso, imagino, concluyo. Si todo tiene una causa, ¿cuál sería el propósito de que hoy no salga el sol? ¿Qué propósito tiene este nuevo día para ti, para mí, para todos?

He repasado este primer año contigo. Repensaba actitudes y desenlaces con un solo propósito: amarte más y mejor. Mejor, sí. Cada vez más descubierta, más vulnerable, mas imperfecta, más humana, más yo, porque solo siendo yo misma puedo ofrecerte algo mejor: mi amor incondicional.

En Año Nuevo tuvimos —por lejos— la más intensa de nuestras crisis. No hablo de peleas, ¡no! Hablo de CRISIS. Te lo digo yo que estoy repasando todo como un islamita lo hace con el Corán… así que no me puedo equivocar. Añadí otros elementos para hacer aún más dramática nuestra crisis: el ridículo golpe de Estado del año pasado, la última lluvia de fin de año y la posibilidad de que, aunque no me lo creas, algunos de tus amigos quieran verme lejos de ti.

Yo siempre me fijo en los “Detalles”, como diría Roberto Carlos (el cantante, por favor, no el exfutbolista). Nuestra relación estuvo (está) salpicada de estos detalles y muchas veces nos empujaron hasta la gloria o nos hicieron sucumbir en tensiones insoportables. Sin embargo, lejos de analizar el cómo, el cuándo y el dónde, me interesa abordar el para qué. Y mientras esto pasa, una cirrucumulus (nube alta) opacó el sol por completo: la batalla por amanecer será igual de dura que aquella que libraremos por construir un hogar sólido.  

Debo decirte que amas a una mujer que, en cualquier circunstancia de la vida, activa tres secuencias sistemáticas: llora por la impotencia, busca soluciones y luego echa andar todo de nuevo. No importa el contexto. Tengo una capacidad de retroalimentación bravísima. Me reconstruyo una y otra vez con una facilidad que no cesa de sorprenderme. Sí, siempre vuelvo al ruedo después de esos tres pasos mencionados.

Tengo la sensación de que te estoy explicando lo que ya viviste conmigo, es decir, sabes que esto pasa cuando tenemos problemas. Y, aunque mi intención no es revivirlo, de pronto valdría la pena que tengas en cuenta cuál es el ritmo (mi ritmo) para que puedas bailar cada vez mejor la milonga. Será de pronto la primera danza que aprendas a bailar con audacia: un, dos tres, ¡vuelta!, un dos, tres, ¡arriba!, un, dos, tres, ¡beso!

Me aleja del editor de textos el primer rayo de sol que se cuela enérgico en medio de esa inmensa masa gaseosa, la cumulunimbus (nube vertical) parece darle un chance. Pero no por completo, pues a lo lejos se aproxima una ola de camaradas blancas y grises. ¿Cuánto más tendrán que hacer para opacarlo?

Miro ese espectáculo y consulto la hora: 5.20 de la mañana. Me encuentro sentada en la ventana, con el camisón blanco de seda que uso cuando dormimos juntos, sintiendo la caída suave de la tela sobre mis senos que no están sujetados por nada. Juego con la cadena mía de dos dijes, subo mis piernas y coloco la punta de mis pies encima del pequeño muro que aguanta la ventana.

Imagino —con un deseo desmedido— que hoy por la noche, tu pecho aplastará el mío mientras te fundes en mí. Y cada poro de mi piel tratará de captar tu energía, tu aliento, tu infinita pasión para unirnos en un amor sin precedentes. En esa chispa que solo se activa cuando en la cadencia de nuestros cuerpos tu mirada se clava en la mía y nos “re-conocemos”, nos miramos asombrados, nos penetramos el alma. Suave, despacio, intenso: desmedido. Así será. Así será para siempre.

¡HA LLEGADO LA HORA! Una nimbustratus (nube media) está en medio del sol y ahora, más bien, esta estrella espectral ha decidido hacer lo que mejor sabe: brillar. Tendrías que ver cómo la luz aplasta cada nube y cómo se alza en medio de todo. Los pájaros han callado de pronto porque, como yo, están contemplando esta batalla por amanecer.

Se repliegan las nubes y van con todo, nuevamente. Suben las stratus, las cirrus se reacomodan, oscurece parcialmente y de pronto… de pronto SALE EL SOL. ¡No hay nada más que hacer! y parece que los cantos desmedidos de las aves celebran la victoria. Me apresuro a abrir la ventana y el golpe del viento me da los buenos días: “¡Buenos días, humana que ama a este mundo horrible!”. Cierro los ojos y saboreo este triunfo; mi boca que no emite trinos, dice algo que cambiará este día por completo: “¡CUÁNTO TE AMO!”.

Sé que este clima te deprime y causa ansiedad, pero quizás allí reside el para qué de toda nuestra historia. No temas más a los días grises. No te escondas de la lluvia. He llegado para eso. Vine a sacarte de esa paleta triste y te voy a impregnar de vida, de colores… pero esto no está exento de claroscuros. En breve lloverá más fuerte. Sin embargo, te prometo, vida mía, que me convertiré en sol y haré maravillosos arcoíris para ti, sólo para ver cómo sonríes.

Recuerda siempre que ese espectáculo matutino somos tú y yo, mi amor. Toma mi mano y repite conmigo: MUNDO HORRIBLE, ¡TE AMO!

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