¿Puede un político pecador ser santo?
Aldo Llanos – El Montonero
¿Puede un político corrupto y pecador estar tan cerca de la santidad como un santo? Aunque parezca increíble, la respuesta es sí. Desde una topografía del espíritu sólo su falso orgullo (soberbia/vanidad) lo impediría. Por ello, cuando a un político corrupto ya no le queda artimaña legal o maniobra política para salir bien librado de la justicia, aún le queda hacer lo más importante: destruir ese falso orgullo abandonándose en lo único que importa en la vida, la misericordia de Dios.
Si esto se opera entonces ese es el lugar donde el santo y el político pecador se encuentran. El lugar del abandono total del afán por controlar el destino, de la entrega irreversible de la voluntad de poder y de la desnudez de todo disfraz que oculta las propias miserias. Ese es el lugar donde todos hallamos Esperanza.
Y no importa la edad, el político pecador siempre sufrirá desde sus entrañas en todo tiempo y lugar. Su deseo de poder, su ambición material y su sensualidad nunca terminarán por colmarlo y darle la paz interior necesitando siempre más y más. El placer y las posesiones nunca le serán suficientes al convertirse rápidamente en vicios del alma. Y lo que es peor, en sociedades descristianizadas, sean socialistas o capitalistas, da igual, dichos vicios casi nunca son puestos en tela de juicio.
Sin embargo, lo paradójico para los ojos de este mundo es que el cristianismo le propone al político pecador el camino inverso: para colmar sus más profundos y legítimos deseos, estos deben ser abandonados, sobre todo, cuando están centrados en el yo (soberbia), para abajarse (humillarse) reconociéndose primero como pecador. El político pecador deberá cambiar la imagen del “éxito” por la realidad de su pobreza sin virtud alguna.
¿Pero no que el santo es una suerte de hombre al que ningún problema lo despeina, el que siempre tiene la respuesta precisa y sabe triunfar en un mundo competitivo con la fuerza de sus virtudes? ¿Cómo podría el político pecador, con sus deseos convertidos en vicio y sus caídas públicas y privadas aspirar a ser santo?
Si la “Buena nueva” es el anuncio de la misericordia de Dios a los pobres, débiles, marginados, indeseados… ¡pecadores!, entonces el acceso a la santidad de político pecador dependerá de su sí al deseo de Dios, aceptando y abrazando su desnudez al haberse quitado los ropajes de la soberbia/vanidad, quedándose sin seguridades mundanas, tanto psicológicas como materiales.
Efectivamente. Dicha desnudez no es atractiva para todo político pecador que quiera dar el paso, ya que, esta, no es el fruto de un atleta espiritual que cumple toda norma moral o religiosa y que practica las virtudes humanas. No. Es la desnudez que irrumpe en la vida del político pecador, al verse sorprendido por sus votantes y el electorado teniendo una relación extramarital, haciendo mal uso de los recursos del Estado o recibiendo sobornos para apalancar a alguna empresa.
Pero esta desnudez es la que abre las puertas del Cielo. El político corrupto sólo debe querer entrar y, al hacerlo, esa desnudez se convierte en “bendita desnudez” permitiendo que Dios haga en él nuevas todas las cosas. Es el paso de la ansiedad que produce la impunidad pasajera a la paz de no tener nada que ocultar. Es el paso de la complejidad de los entuertos para obtener un beneficio, a la sencillez del que vive para los demás (por el bien común). Así es como realmente se instaura el reino de Dios en lo social y lo político y no porque haya ganado un “partido cristiano”, un “político cristiano” o una “doctrina política cristiana”.
Por ello, el buen político no es aquel que está llamado a ser en primer lugar un dechado de virtudes poseyendo una ejemplaridad a prueba de periodistas que hurgan en el pasado, sino, el buen político es aquel que está llamado primero a la santidad, es decir, a ser llamado desde lo último a ser de los primeros (Mateo 20, 16), a ser invitado desde su desnudez y pobreza al banquete de bodas (Lucas 14, 12-14), a ser consumida su vida de vergüenzas y miserias como incienso agradable para el Señor.
Una crisis política es una crisis de santos en la política. Y tranquilos, no se exalten demasiado con los políticos pecadores, recuerden lo que una vez dijo un santo: “Es verdad que fue pecador. —Pero no formes sobre él ese juicio inconmovible. —Ten entrañas de piedad, y no olvides que aún puede ser un Agustín, mientras tú no pasas de mediocre” Camino Punto 675 (San Josemaría Escrivá de Balaguer).