LAS ETIQUETAS QUE PONEMOS AL MUNDO
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
Bueno, siempre tenemos la oportunidad de cambiar y de reencontrarnos, siempre vamos a tener aquella opción que nos permita tomar la decisión de volver a nacer.
La vida es un milagro y cada uno de nosotros somos parte de él. Hemos nacido del amor y vivimos con su fragancia en cada poro del cuerpo y en cada pensamiento de la mente, aunque esos pensamientos no hayan sido los más afortunados.
Amarnos significa respetarnos y solo podemos reflejarlo entendiendo que nuestra perfección se basa en poder equivocarnos y en poder aprender de nuestros errores asumiendo un comportamiento coherente con nuestro principio de vida.
¡Cuán grande es la alegría de aquel que se equivocó tantas veces y que logró enmendar la torpeza de sus manos y las falencias de su intelecto para lograr hacer realidad su obra!
No tiene nada de malo decir “no sé”, lo realmente malo es decir “no puedo” o mentir y decir “sí puedo” sin tener la convicción de poder hacer ese algo.
Debemos de reconocer que no lo sabemos todo y que somos unos grandes ignorantes en tantas áreas del saber humano. Asumir dicho acto de reconocimiento nos abrirá sin duda alguna las puertas del conocimiento. Decir “¡ya lo sé!”, obnubila la mente y nos aletarga, nos postra en un descanso improductivo y eleva falsamente un ego que en un momento dado desfallecerá.
Todos los días estamos aprendiendo y esa debería de ser una constante existencial: “el propósito de seguir aprendiendo”.
El hecho de interiorizar que somos unos aprendices en todo alivia la tensión de aquel que cree que es un maestro y que ya lo aprendió todo. Nunca alcanzaremos a tener todo el saber en nuestra mente, pero lo que sí podemos hacer siempre es seguir aprendiendo.
¡No somos perfectos! Qué bueno que sea así. Ahora que sé este principio de la vida podré vivir con mayor paz en el alma, dejaré de juzgarme y de decir “eres un mediocre, eres un fracasado”, ¡no!, soy un ser humano valioso que está aprendiendo a hacer muchas cosas y una de ellas es haber descubierto que “estoy aprendiendo a vivir”.
Pero también es bueno recordar que “el maestro tropieza con la piedra, cae al suelo, luego se levanta y evita volver a tropezarse con la misma piedra; el necio tropieza con una piedra, cae, se levanta y vuelve a tropezar con ésta”.
Somos aprendices a diario y, al lograr algo, somos maestros. Ambas esencias se proyectan en el ser y renuevan nuestras esperanzas.
Ahora lo sabes, ¡no tienes el derecho de maltratarte ni de humillarte!
Alcanzar el nivel de realización anterior que te dice “puedes hacer cosas maravillosas en la vida”, es un logro de la paciencia y la tolerancia, es el fruto del amor personal y la constancia del ser que vive conscientemente cada momento de su existencia.
No juzgarnos es un principio inolvidable de vida. Conocernos, un valor fundamental en el constructo de volver a nacer día a día como un ser humano mejor.
Pero esa no es toda la lección, ahora debes de hacer algo más complicado: “Debes de dejar de juzgar el mundo que te rodea”.
Si empiezas a colocar etiquetas por aquí y por allá como, por ejemplo, “este ser humano es bueno” o “esta persona es mala”, te perderás los dones que te puedan ofrecer muchas de ellas y limitarás tu desarrollo personal.
Todos somos seres humanos que se van desarrollando poco a poco en distintas áreas del saber. En algunas ocasiones nos encontraremos con personas que han alcanzado un nivel de desarrollo intelectual muy alto y nos sentiremos bien por habernos encontrado con personas que han podido cultivar esos bienes, pero a la vez recuerda “ellos tampoco son perfectos, aún están aprendiendo” y un ejemplo de ello es que pueden ser muy limitados en su modo de tratar a la gente y no es su culpa, ya que están en un proceso de desarrollo y no podemos avanzar a la misma velocidad en el desarrollo de las distintas habilidades cognoscitivas y capacidades emocionales.
Todos somos distintos y únicos, ya lo sabemos, pero no actuamos coherentemente con ese principio de vida. Esperamos mucho de la gente y eso nos frustra. No esperar nada de los demás es una máxima de la convivencia humana. Si alguien nos trata bien, qué bueno; y si nos tratan mal también debiera de ser algo bueno. Aprendemos de los tiempos de calma y de los de tormenta. Gozar de la sonrisa de un amigo y meditar por el disgusto de un vecino, es un acto que goza de igual valor en nuestro ser. Es nuestra responsabilidad aceptar el mundo tal y cual como es, con sus virtudes y sus imperfecciones y es a la vez nuestra obligación aceptar a nuestro prójimo de igual modo. Ellos también están aprendiendo.
Si un día llegamos a la conclusión de que los actuares nobles, honestos y misericordiosos de las personas que nos rodean son un regalo invalorable de seguro que podremos hacer una fiesta en nuestro mundo interior y podremos decir “Dios mío, gracias por tanta bondad”.
Si conocemos a seres humanos violentos, agresivos e impositivos, seres que nos dañan hasta con su mirada no debemos de acobardarnos y salir corriendo. Actuar del modo antes señalado lo único que genera son sentimientos de cólera o de miedo, que poco a poco irán destilando su veneno en nuestro interior.
Yo vengo y te digo ¿por qué debieras de guardar dichos sentimientos de daño en la mente?
Cambia tu forma de proceder ante circunstancias desfavorables. No permitas que tu mundo emocional se alarme y que se llene de sentimientos destructivos y limitantes, ¡no te lo mereces! Por el contrario, deja que tu razón actúe en el mar en calma de tus emociones. Deja que tu raciocinio te diga “pobre gente, que le habrá tocado vivir en la vida, que carga genética tendrá y cuánto odio habrá acumulado en su ser para llegar a vivir de dicho modo”. Si pensarás del modo antes señalado ¿a qué conclusión emocional llegarías?, de seguro sentirías pena por ellos y brotarían en tu ser sentimientos de misericordia.
¿No sería mejor vivir la vida diciendo qué pena siento por mucha gente que vive tan confundida?
De seguro que sí, aunque tampoco esa forma de pensar debiera de alimentar nuestro llanto y desazón por el mundo. Ellos están aprendiendo al igual que cada uno de nosotros, están retrasados en su camino de paz y compromiso social, pero un día nos alcanzarán. Al final todos, por una u otra forma, llegaremos al mismo lugar y al mismo nivel de realización. La única diferencia entre ellos y nosotros serán los modos en que proyectamos esa realización.