La historia de las guaguas y de la pastelería La Lucha
Por Carlos Meneses Cornejo.

Cómo fue el hombre puneño que creó los pasteles de Arequipa.

ESPECIALES DE AREQUIPA

A fines del siglo XIX había en Arequipa “amasijos” y pastelerías que se dedicaban a ofrecer panes y pasteles, entre las más famosas estaban las de la calle Tristán, otras conocidas como la de Las Monjas y Las Potosinas y no faltó otra que nació en la, entonces, calle de Guañamarca, como ahora se conoce a la segunda cuadra de Rivero, en cuya esquina con San José, la propietaria tenía una tienda de venta de velas y también de panes y pasteles que después fue bautizada como El Sol.

Cuando la dueña decidió confiar el manejo de su tienda a un hombre que llegó a Arequipa procedente de Puno, concretamente de la parte norte de la provincia capital. José Cipriano Vilca Gutiérrez era su nombre, nacido en Paucarcolla, quien buscando mejor destino bajó de 3300 msnm en que quedaba su pueblo y luego de una fiesta a la Virgen Inmaculada se quedó a vivir en un ambiente de la casa de la señora que lo albergó.

La dulcería El Sol comenzó a vender la producción del recién llegado con gran éxito y al principio también preparaban comida, papa a la huancaína, arroz con pato, conejos chactados por quien se cambió de nombre a Lucho.

Eusebio Quiroz Paz Soldán dice en su Antología de la obra de Francisco Mostajo que la dama protectora de Vilca se casó con el recién llegado y afirmó que el varón ubicó a una niña que jugando como escolar logró habilidad en el manejo de la careta para las guaguas que vendería en su establecimiento.

No solo le compró las muestras que la pequeña le enseñó, sino que se la llevó a vivir cerca para que siguiera produciendo caretas para adornar sus guaguas de la fiesta de 1ero de noviembre, fecha en que se celebraba el día de los bautizos de las obras de bizcocho que se rellenaban con manjar blanco.

El Lucho se convirtió en el dueño de la dulcería El Sol, que terminó siendo con el tiempo La Lucha actual que queda en el mismo local que ya tiene 140 años. Muerta que fue la primera esposa, el Lucho volvió a casarse con una señora que fue madre de Pastora Ortiz y tía de Yolanda Linares, esta segunda esposa logró que la tienda alquilada pasara a ser propiedad de la familia y quien hacía las velas liquidó deuda contraída con José “Lucho” Cipriano Vilca Gutiérrez.

Pastora Ortiz y su prima Yolanda contrajeron nupcias con Ángel Miranda Arostigue de profesión tipógrafo, la una y Eliano Acosta Torres, quien, además de ser aprista se desempeñó como alcalde de Miraflores en dos oportunidades. Ellos a la muerte de José Cipriano Vilca heredan la pastelería y le cambian de nombre de El Sol a La Lucha.

Al costado de La Lucha vivía una familia de simpatía aprista que alquiló su casa al Partido Aprista Peruano y se cuenta que, al cabo de un mitin en la Plaza de Armas, Víctor Raúl Haya de la Torre llegó al local partidario y terminó su disertación entusiasta de alegres compañeros disponiendo que todos los apristas deben ir a la lucha y los concurrentes como un solo hombre se fueron a la pastelería.

Francisco Mostajo cuenta que a su estudio acudió José Cipriano Vilca, parecía un hombre de 30 a 40 años narra el abogado recordado de los arequipeños y Mostajo casi cae de espaldas cuando al preguntar la edad del joven con el que dialogaba él le dice que tenía 80 años. Mostajo no le creyó y le dijo que por favor y para no confundirse contara los años uno por uno, pero el interlocutor no le hizo caso.

Lo cierto es que tenía la costumbre de depositar el dinero que ganaba en pequeños bultos y alguna vez un par de pícaros le robaron; la Policía calculó que le habrían sustraído entre 15 a 20 mil soles de ese tiempo.

El Lucho, como le dio en llamarse, era un poco “misquirichi” y Juan Guillermo Carpio le colgó aquello de que en algún momento compró un bacín para que un pequeño nieto que él tenía, lo cargara para cuando tuviera la necesidad de defecar, por lo que en un tiempo se conoció a la pastelería con el nombre de “CagaLucho”.

Mostajo dice al respecto que hay una confusión entre esta anécdota y lo que realmente José Cipriano Vilca o El Lucho le dijo a la señorita que le enseñó las caretas “CataLucha” por la mirada con que la pequeña le mostraba las caretas.

El Lucho antes de morir dispuso que se le enterrara en Arequipa y, efectivamente, está sepultado en el cementerio general de La Apacheta; como no sabía contar estimaba en miles las guaguas que vendía el 1ero de noviembre y enseñó al público a hacer cola para comprar las más chiquitas sin relleno y las más grandes con manjar blanco, dulce hecho con leche pura de Characato, que dicho sea de paso es el mismo proveedor que me sirve a tres soles por litro.

La Lucha no tiene fórmulas secretas, según confiesa su actual administrador Ángel Miranda.

Primero constituyeron una sociedad jurídica muerto que fue el hombre nacido en Paucarcolla y después la cambiaron por una sociedad familiar en la que cada una de las familias herederas administraba la tienda 15 días. Según los propietarios de ahora, siguen trabajando con los patrones que dejó el hombre que llegó de Paucarcolla, no tienen secretos y en todo caso son del conocimiento de todos lo que han trabajado allí que se envejecieron en el oficio y que tenía por norma la calidad de los productos que compraban para hacerlos. Esas fueron las instrucciones del primer hombre y la otra era el de procurar un precio justo y no excesivo.

El bautizo de guagua es una costumbre española que llegó a América con los conquistadores, pero se ha ido perdiendo, aunque todavía existe en el norte de Argentina, algo en Bolivia, mucho en el sur peruano y también un poco en Chile. En los primeros tiempos no faltaban los laicos que se convertían en curas para la ceremonia de bautizo que incluía padrino, testigos y al final todos comensales.    

Lucho antes de volverse “misquirichi” decía que los precios de sus pasteles debían alcanzar para el bolsillo de un pequeño y hasta de un sirviente y no era extraño que al principio de su gestión lo vieran dar yapas, pero cuando se volvió de codo duro resaltó sobre todo por su avaricia.

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