El fusilamiento de Salaverry y el desagravio de Arequipa
Por Carlos Conejo Meneses

En la batalla decisiva Salaverry perdió ante Santa Cruz.

ESPECIALES DE AREQUIPA

El último día de diciembre de 1835, Felipe Santiago Salaverry había declarado la guerra a muerte a Santa Cruz y ocupado la ciudad de Arequipa donde fue recibido por el vecindario con interés y simpatía.

Dos personajes locales dificultaron la gestión del gran militar peruano, pues este planteó un cabildo abierto en la plaza mayor para ver cómo se podía bien defender la ciudad. La costumbre cívica arequipeña de dialogar para decidir por mayoría lo más conveniente malogró el clima con que había sido recibido Salaverry y el 30 de diciembre de 1836, entró a Arequipa Santa Cruz líder de la Confederación Perú boliviana y el pueblo le dio toda clase de apoyo, mientras acampaban en la Plaza de Armas.

De ahí para delante todo fue negativo para el joven militar peruano y se libraron dos combates, el último de los cuales tuvo lugar en Paucarpata, en un lugar llamado Alto de la Luna, cerca del Pago de Lara, Salaverry fue derrotado y el 35 % de sus tropas vencidas.

Felipe Santiago Salaverry.
Andrés de Santa Cruz.

Tomado prisionero cuando trataba de huir hacia la costa, Salaverry fue trasladado a Arequipa y encerrado en el edificio que hoy ocupa el club Arequipa, a un costado de la Plaza de Armas.

Luego lo sometieron a un consejo de guerra presidido por un general boliviano de nombre Francisco Anglada y le iniciaron el juicio correspondiente. Él y 8 militares fueron condenados al fusilamiento. La hora de ejecución fue fijada para las 17:30 horas (5 y media de la tarde).

Salaverry escribió dos cartas a su esposa encargándole la protección de 2 hijos que eran suyos y lamentado no haber cuidado de ellos. La ciudad se dividió en 2 bandos. Una de las partes planteó levantar un monumento a Santa Cruz, según escribe el historiador Arturo Villegas Romero.

Villegas Romero escribió una obra sobre los sucesos titulada Apuntes de un decenio en la historia de Arequipa 1830-1840, con la que se graduó de Doctor en Letras en la universidad nacional de Arequipa.

El maestro pintor, Pedro Zegarra fue encargado de fabricar 8 sillas blancas que serían ubicadas desde la pila central de la plaza hacia el Portal de Flores dando la espalda a la Catedral. Una multitud se había congregado en la plaza mayor para presenciar uno de los crímenes más grandes de la historia.

Los presos permanecían en la intendencia y fueron saliendo uno por uno, a Salaverry le correspondió la primera silla y los demás caminaron siendo el coronel Moya el más sereno de todos. Los coroneles Picoaga y Solar permanecieron de pie, mientras otros como Cárdenas, Valdivia y Carrillo lloraban hincados al pie de sacerdotes que les daban consuelo.

Salaverry seguía de pie y sólo al pasar un sacerdote con un crucifijo se quitó la gorra y después se la volvió a poner.

La gente trajinaba de un lado a otro de la plaza, estaba también el gobernador eclesiástico y el guardián de La Recoleta; a las 5.30 en punto se escuchó la descarga, dispararon los tiradores de la derecha y los de la izquierda después, pues había mucha gente entre todos.

Se vio caer a todos menos a Salaverry que se paró, corrió algunos pasos detrás de su silleta y levantó la mano gritando la ley me ampara. Los soldados renovaron los disparos y esta vez cayó muerto.

El coronel Fernandini corrió hacia el Portal de San Agustín, pero seis soldados lo persiguieron cuando pretendió saltar una acequia que corría por el portal; el chileno Manuel Díaz que vivía en Arequipa lo cogió del cuello y lo entregó a los soldados que lo atravesaron con una bayoneta y le desviaron hacia la cabeza dos disparos mortales.

Los cadáveres de los fusilados fueron llevados a La Compañía y velados también en diferentes templos para ser sepultados en el cementerio general. El sargento mayor Bernardo Casapia fue encargado de pagar cargadores y de abrir los sepulcros.

Según Francisco Mostajo, la narración de estos hechos fue atribuidos a Dean Valdivia que escribía el periódico que se llamaba Yanacocha, en el que no participaron sacerdotes jesuitas, pues habían sido expulsados de América hispana en 1767.

En 1839 los días 15, 16 y 17 de abril, el gobierno ordenó que se rindieran honores fúnebres a la memoria de Salaverry y sus compañeros. Mostajo dijo que en tal fecha todos los ciudadanos varones vistiesen de negro, que las iglesias doblaran campanas y que cada 15 minutos se hicieran disparos de cañón en recuerdo de los peruanos sacrificados por el conquistador boliviano y también se dispuso que los restos de Salaverry y sus compañeros fueran trasladados del cementerio de La Apacheta al de La Recoleta.

El día 14 comenzaron los dobles de las campanas y por la tarde y acompañados por las autoridades, oficiales militares y el pueblo, los compañeros de infortunios fueron llevados a la Catedral y depositados en capillas ardientes rodeados de piras encendidas.

El doctor Villegas dice que las nueve sillas que sirvieron de patíbulo a las víctimas del 28 de febrero de 1836 fueron colocadas en el mismo sitio donde estuvieron los personajes ilustres, sobre una de ellas estaba el bastón que había servido de apoyo en los últimos momentos de Salaverry.

El cura de Characato, José María Carpio se encargó de una oración fúnebre haciendo votos por la grandeza de la patria y el 17 con gran acompañamiento llevados los cadáveres al cementerio de La Recoleta a la misma hora en que fueron fusilados.

El chileno Manuel Díaz que entregó a los soldados para que mataran a Fernandini fue detenido, llevado a la plaza de Yanahuara y también fusilado. Mostajo también desmiente totalmente el que un hombre del pueblo hubiera robado la calavera de Salaverry y que la conservara supersticiosamente.

La verdad que el cadáver estaba intacto solo con las huellas de las balas que le cayeron encima.

En los libros de la parroquia del Sagrario que entonces estaba en La Compañía no se asentaron las partidas de defunción de los nueve fusilados.

Salaverry en su última carta dijo que no guardaba para Arequipa sino gratitud y patriotismo.

ARTURO VILLEGAS. 

¿QUIÉN FUE ARTURO VILLEGAS?

Alberto Villegas de la Cuba y Carmen Romero Bustamante de Villegas fueron los padres de Arturo Villegas Romero, su padrino fue el cardenal Gualberto Guevara, estudió en el colegio La Salle y recibió el título de Doctor en Letras e Historia con la tesis Apuntes de un decenio de la historia de Arequipa 1830-1840. Fue periodista, gerente del diario El Deber y murió en 1950 a las 7 de la noche, procurando un acuerdo con las fuerzas militares que le dispararon y mataron a Carlos Bellido y a Arturo. Saliendo ilesos Arnoldo Guillén y Javier de Belaúnde.

Mostajo y Bustamante y Rivero escribieron versos sobre el fallecido considerándolo un héroe arequipeño.  

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