Vanguardia y política

Por Pamela Cáceres

Relacionar marxismo y cultura, o marxismo y poesía, hoy está mal visto. Hay quienes acusan al marxismo de arruinar la obra de intelectuales y artistas. Y cuando lanzan este adagio, casi siempre antidemocrático, recurren a los peores ejemplos de la literatura y entonces uno se ve obligado a la tarea inútil de defender la medianía literaria de Gorki y sus iguales.

Pero esta estratagema falta ya de imaginación tiene sus usos y sus efectos. La proscripción de la política de los ámbitos intelectuales ha creado una ecología cultural insustancial, hedonista e impotente. Si bien ha conseguido espantar al anarcosindicalismo de los recitales, el artista no se ha vuelto con ello independiente, no se ha hecho libre. Ya ni siquiera ansía libertad. Su aspiración, su pequeña aspiración consiste en convertirse en el gratuito ahijado del jet set, del gobierno o del mercado. Quién podría negar que este es el clamor mayoritario de la gestión cultural industrial.

Pero no siempre ha sido así. Hubo tiempos diferentes, tiempos de “militancia cultural”. Y este libro, “Revistas de Vanguardia e Izquierda Militante, América Latina 1924-1934”, lo demuestra. Su autor, Ricardo Melgar Bao —quien lamentablemente ha fallecido hace poco— realizó desde la academia mexicana un minucioso rastreo histórico, epistolar y textual para demostranos cómo a inicios del siglo XX la izquierda y la vanguardia se forjaron juntas desde la publicación de revistas como “Antorcha” en Ecuador, “Amauta” en Perú, “Atuei” en Cuba, la revista “Indoamérica” en México y los interesantes casos de “Bolívar” y “Octubre”, que fueron revistas publicadas en Europa por intelectuales latinoamericanos.

En “Revistas de Vanguardia e Izquierda Militante” pasearemos por una década a través del continente, observando el esfuerzo editorial de una serie de revistas que sin temor alguno incluían en sus páginas artículos políticos, poesía y pintura, “se reclamaban innovadoras en materia estética y que, al mismo tiempo, auspiciaban a sus lectores y seguidores a experimentar nuevas formas de escritura, diseño gráfico y asociación con las tradiciones artísticas”.

Tales revistas, según Melgar Bao, reunían de un lado lo letrado, lo iconográfico y lo urbano; y de otro incluían a universitarios, sindicalistas, a las clases medias, a los artistas indigenistas. Fue justamente esta mezcla la que ayudo a constituir identidades políticas y literarias trascendentes en la región. Las revistas estudiadas funcionaron como puntos de convergencia que permitían reflexionar, debatir, dudar y decidir posiciones, el extremo de dar origen a vertientes e, incluso, a disidencias. Así lo prueba “Amauta”, el proyecto de Mariátegui que por aquellos años había retornado al país para fortalecer la organización de la naciente izquierda peruana y los movimientos de vanguardia. Inicialmente la casa de Mariátegui, llamada el “Rincón Rojo”, fue el espacio de conversaciones entre artistas y políticos. Luego ese espacio se trasladó a “Amauta”.

Según el autor, Mariátegui con la lucidez que le caracterizó afirmaba que la revista peruana “Amauta” representaba no a un partido sino a un movimiento, a un espíritu que se encontraba en proceso de formar un pensamiento, por lo que no había temor de polemizar incluso con los amigos, ni había necesidad de trazar fronteras. El autor cita a Mariátegui, quien dice del proyecto editorial:

“El primer resultado que los escritores de Amauta nos proponemos obtener es el de acordarnos y conocernos mejor nosotros mismos. El trabajo de la revista nos solidarizará más. Al mismo tiempo que atraerá a otros buenos elementos, alejará a algunos fluctuantes y desganados que por ahora coquetean con el vanguardismo, pero que apenas este les demanda un sacrificio, se apresurarán a dejarlo”.

Ello no significa que no hubiera una línea de pensamiento, pues ciertamente sí se planteó un compromiso con el socialismo y con el indigenismo revolucionario.

Convocó a Sabogal, quien diseño sus carátulas emblemáticas, incluyó textos de Vallejo, de Xavier Abril, Hidalgo, Guillermo Mercado, Valcárcel, y Gamaniel Churata, Alberto Guillén, Dora Mayer y otros. “Amauta” también recibió la colaboración de escritores internacionales como Unamuno, Giovanni Papini, o Valle Inclán.

“Amauta” y su editorial Minerva fueron pues el más importante emprendimiento cultural de izquierda que podría llamarse a boca llena y con todo derecho “independiente”, pues el poder y sus circuitos no auspiciaban ni sus ideas ni sus formas. Recuérdese que eran tiempos en los que la oligarquía dominaba el sistema económico, el sistema electoral y político, así como la cultura y la educación: San Marcos y las principales universidades de provincias estaban tomadas por intelectuales civilistas cómodamente sumados al racialismo positivista francés. En ese contexto, finalmente “Amauta” fue censurada por el gobierno de Leguía. A ello se sumó la desafortunada enfermedad de Mariátegui y luego su muerte.

Ya desde otra orilla también han participado en estas revistas latinoamericanas Ravines, Haya de la Torre y el Apra, que por entonces se declaraba una alianza antiimperialista y promovía la publicación de la revista cubana “Atuei”, cuyos números Melgar Bao también rastrea en este libro.

La lectura de “Revistas de vanguardia” permite además conocer las primeras etapas de uno de los partidos más legendarios del Perú, el APRA, que hoy está descabezado y convertido en un pequeño grupo de acomodados conservadores, pero que en su nacimiento fue una alianza de exitosos ímpetus antiimperialistas que logró seguidores a lo largo del continente.

Cabe una observación: no es anecdótico, no es coincidencia, que en los mejores tiempos del APRA, justo cuando gozaba de auspiciosas posibilidades de convertirse en una organización latinoamericana, sus filas estuvieran formadas por importantes figuras de la cultura de vanguardia como Magda Portal y Ciro Alegría. Una vez que el Apra abandonó el antiimperialismo, la mayoría de intelectuales renunciaron a sus filas, la Alianza Americana se convirtió en un partido peruano, aunque entonces todavía contaba con algunos intelectuales en sus filas y la cúpula aprista seguía empecinada en la tarea de escribir. Cuando terminó ese empeño el Apra se volvió lo que es hoy. Y esta es una buena lección que permite entender qué es lo que le pasa cuando la política se desliga de la cultura; y la cultura, de la política.

(Fragmento de la presentación de “Revistas de Vanguardia e Izquierda Militante, América Latina 1924-1934” en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa).

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